Nadie entiende que la cátedra de historia haya sido suprimida de los estudios obligatorios en los colegios de este país. La frase manida de que quien no la conoce está condenado a repetirla, se puede aplicar -casi calcar- aquí. Con razón estamos como estamos: los electores no han aprendido que se necesitan los cambios adelante… no los retrocesos. Falta ver si con la nueva ley que la restablece, se puede llenar ese hueco de veinte años.
Y si lo que se pretendía era esconder los errores garrafales (delitos) de varios presidentes, tales como: el cierre del congreso por Ospina Pérez; la violencia desatada en el de Laureano Gómez; el enriquecimiento de la familia de Rojas Pinilla; el robo de las elecciones para subir a Pastrana Borrero; la ventanilla siniestra y los negociados con López Michelsen; el asesinato de líderes de la izquierda en el de Turbay Ayala; la toma del palacio de justicia y la muerte de magistrados en el de Belisario Betancur; la funesta apertura económica de César Gaviria; el apoyo de la mafia a la elección de Samper; la ignorancia supina de Andrés Pastrana; o la corrupción de Uribe Vélez comprando su reelección con notarías… si se quería que esa porquería no fuera conocida por las nuevas generaciones, pues debieron ordenar que la historia se estudiara solamente hasta la Revolución en Marcha de López Pumarejo. Su primer mandato, porque el segundo lo manchó su hijo con los negociados de la Handel.
La revista “Semana” está publicando en fascículos lo que ellos han llamado “Colombia, una historia contada desde las regiones”. Afirman que “si algo conocemos hoy, es el enorme vacío que hay sobre la historia de sus regiones y departamentos” y agregan que eso dejó “el balance desolador, la enorme carencia de conocimientos entre el grueso de la población sobre nuestro pasado”.
Al primer capítulo de la obra lo denominan “El rompecabezas llamado Colombia” y, entre las preguntas que se hacen del porqué eso, está esta: “¿Por qué somos un país de regiones tan diferentes que parecen casi países distintos?”. Y ellos mismos responden, diciendo que aquí la cordillera de los Andes se disgrega en tres y entre ellas hay valles con clima cálido, diferente al frío de los altiplanos.
Lo que yo no sabía, es lo que aprendí en estos textos: que a comienzos del siglo 17 el mundo experimentó un enfriamiento global -que no calentamiento- acompañado paradójicamente de recurrentes episodios del fenómeno de El Niño (como el que estamos sufriendo ahora y que se caracteriza por fuertes alzas en la temperatura) y que produjo la desaparición de la tercera parte de la humanidad. Y los efectos de ese cambio climático se sintieron en la Nueva Granada hasta 1719, año en el que -según el autor de ese capítulo- comenzó el fin de ese episodio.
Que las fronteras son caprichosas, arbitrarias, absurdas es una afirmación que en Cartago y los 17 municipios adyacentes sentimos… y sufrimos. Recuerda el texto de la revista que “la experiencia colombiana había acreditado ser muy perjudicial la división de la república en departamentos”, a la que se calificó como “viciosa organización”. Entonces se decidió “que el Poder Ejecutivo solo tendría bajo su dependencia directa a los gobernadores de las provincias (…) La herencia indiana de las provincias sujetas a gobernadores y estos al gobierno superior de la nación fue entonces mejor valorada como fruto de una experiencia acumulada durante varios siglos”. Obvio, porque heredamos de los españoles no solo el idioma, la religión y los apellidos, sino mecanismos administrativos, como las provincias. Los departamentos son una moda afrancesada, ajena a nosotros.
Aparece después el régimen federal de 1863, que dividió al país en nueve estados soberanos, entre ellos Cauca, al cual pertenecimos. Éramos la Provincia del Quindío, capital Cartago. Viene luego, con la constitución centralista de 1886, la creación nuevamente de los departamentos, uno de los cuales alcanzamos a ser, pero rápidamente se creó el Valle del Cauca, sin Cartago, que fue anexado al departamento de Manizales.
Tal vez por error del historiador contratado, no se comprende bien que se diga en este texto que “el departamento de Cartago fue suprimido y agregado al departamento de Manizales” y, a renglón seguido, afirman que el departamento de Cali incluía a Cartago. ¿Ni chicha… ni limoná? Otra cosa que aprendí en estos fascículos, es que para elegir entre Buga y Cali cual sería la capital, los concejos municipales de nuestros vecinos Zarzal, La Victoria, Bolívar, Versalles y La Unión lo hicieron por Buga. Los de Roldanillo, Toro y Cartago… votaron por Cali. Qué tal esto. Habría que buscar la lista de esos concejos, para saber quiénes fueron los arrodillados. No hay duda de que si Buga hubiera sido la capital, habríamos tenido un tratamiento respetuoso. Y, claro, Buga es una ciudad cercana y parecida a nosotros, no distante y distinta, como la actual capital del Valle del Cauca.
Coletilla: “¿Qué hay en un nombre?” era la frase con la cual Antonio Panesso Robledo terminaba casi siempre sus columnas en el diario “El Espectador”. Eso mismo me estoy preguntando con el nombramiento del mayor general Gustavo Moreno como subdirector de la Policía Nacional. Porque el “mayor” modelo de la corrupción “general” en Colombia tiene el mismo nombre. Me provoca cambiarme el mío por el de Bartolomé De la Yuste (mi trastatarabuelo 7), porque “empronto” aparece por ahí un tocayo con malas mañas.
Gustavo García Vélez | CiudadRegion
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