DESDE MI BALCÓN
Una Crónica de un recuerdo que huele a sudor, sabe a mojarra, que viajó en tractor y camión, que nadó en canales de riego y que tubo plata para jugar billar los sábados en la tarde, ver cine, y para ir a Zarzal a la galería comprar la “percha” para el regreso al estudio.
Mi recuerdo de la infancia y adolescencia esta muy ligado a un cultivo que las nuevas generaciones no conocen, pero que marcó a las generaciones de los 60s hasta el inicio de los 80s cuando se veía en nuestro Valle del Cauca o “plan” (en el argot del trabajador del campo) miles de hectáreas de una planta que por los meses de junio a agosto cambiaba de color verde por un bello color blanco.
Eran los meses de más alegría para muchos, pues se veía más plática en los bolsillos los fines de semana. Época que coincidía con las vacaciones de mitad de año en los colegios de la región.
Recuerdo, el despertar casi a las tres de la madrugada, cuando mi mamá me decía” levántese que lo va dejar el carro”. Antes de levantarme escuchaba el sartén fritando la carne y los plátanos y sentía el olor del frito que me estaba empacando en las viandas esmaltadas y en botellas de vidrio el chocolate y el café.
Llega a mi memoria el sonido de un viejo radio Sanyo de pilas que sintonizaban mis padres en Ondas del Valle, en esa época la emisora más popular en toda la región.
Su música guasca se escuchaba a esa hora y la hora la daban entre disco y disco, de esa manera yo sabia que tenía levantarme rápido para que no me cogiera la tarde y no arrancara la mañana con un regaño o una pela…
El arroz hervía, y el olor del chocolate y el café competían para ver cual de los dos ganaba en la casa del barrio la asunción, en esa vieja calle 15, donde pasé gran parte de mi infancia y juventud; hasta que me pico el vicho de ser cura y viajé a Medellín a un seminario, pero eso es otra historia.
Con una pereza increíble me levantaba, y con más pereza me bañaba. En eso, ya me llagaban las 4:30 am, y ataviado con la ropa de trabajo (ropa de mi papá que me quedaba grande y un sombrero inmenso prestado) y un viejo líchigo de cabuya, de esos que los abuelos cargaban el mercado y el pan de la tienda, mi madre empacaba mi desayuno, almuerzo y el agua, la cual había que empacarla en porrones que antes servían para cargar el petróleo para prender el fogón de mechas. Muchas veces el arroz no sabía a arroz, sabia a petróleo.
Luego de la bendición de mi madre, salía la calle y en una esquina me esperaban mis amigos, que estaban aun dormidos; caminábamos en silencio para no despertar a los vecinos que aun dormían. En pocos minutos llegábamos al paradero de los carros que nos transportaban a los cultivos de algodón.
No eran taxis o buses, eran en la mayoría de las veces tractores viejos que enganchaban los planchones a veces abiertos y otras veces cerrados en una malla gruesa que le marcaban el rostro a uno pues éramos tantos los que nos subíamos, que quedábamos tan apretados que no había espacio n i para respirar.
Lo olores a esa hora, delataban lo que cada cual llevaba en para comer en el cultivo. Éramos niños, jóvenes, mujeres, viejos, y casi siempre estaban familias enteras subidas en el remolque.
Recuerdo, que en el grupo de trabajadores estaban hasta los que uno decía “niños de papi y mami” que ocultaban su pena tapándose el rostro y saliendo en la mañana como si fueran a un paseo y en la tarde se vestían como si vinieran de una fiesta y se bajaban antes de llegar al caudradero de siempre, para que sus amigos no se dieran cuenta que estaban cogiendo algodón y no les dijeran “lungos” termino despectivo que se utilizaba para quien trabajara en el campo.
En ese trabajo uno compartía espacio con todo tipo de gente. Estudiantes de primaria, bachillerato y hasta de Universidad, padres de familia, mujeres muy bellas que cogían algodón y si uno estaba rebuenas uno las podía hasta conquistar.
Bueno eso es otra cosa. Pero también, estaban los viciosos que se hacían juntos para compartir el “cachito” ellos no comían solo tomaban agua, pero la “hierbita” (Marihuana) les daba tanta energía, que era los que más cogían algodón.
Muy frecuentemente se armaban unas peleas terribles, porque uno le robaban el algodón a otro, le roban las lonas (sacos donde se almacena el algodón).
Unos, íbamos para no escuchar cantaleta de los padres y poder ganarse unos pesos para gastarlos en fin de semana en la academia de villar (hoy ya no existe).
También lo hacíamos para bañar en las canales de riego. Esos pequeños ríos que surcan todo el Valle desde Roldanillo hasta Toro. Canales de agua, no muy profundos, que sacan el agua del río cauca, para regar los cultivos de esta región, y por ser del río cauca, también había pescado.
Alberto, Mauricio, los Quintero, Muñeco, Marín, y yo, éramos el grupo de pelaos que a veces (Casi siempre) antes de trabajar, aprovechábamos el transporte al plan, para poder llegar a los canales a nadar y pescar.
Se pescaba a mano, puro tilapia negra, y pescábamos por costalados, no es figurativo, había tanto pescado que se podía coger con la mano, eso sí, nos chuzábamos, pues las aletas de la tilapia tiene una especie de chuso que si uno se descuidaba se podía herir.
Dejábamos de pescar para desayunar lo que la mamás nos empacaban porque “pobrecitos los niños trabajan mucho y muy duro” En fin, en el momento del desayuno, yo disfrutaba, pues la comidita estaba aun calientica y no había casi sol y uno buscaba el árbol más cercano para comer plácidamente, el suelo era el mejor comedor y una piedra la mejor silla.
Pero la hora del medio día uno no comía, la comida prácticamente se avinagraba y así nada se consumía.
Recuerdo una vez que yo estaba tirando trozos de carne a un canal, solo para ver salir los pescados a comerlos.
En una de esas oportunidades, uno de esos viciosos que estaban cerca me dijo: “Chino no haga eso, si no se la come regálamela que yo no traigo comida” claro que se la dí, y desde ese momento el personaje nos defendía y ayudaba a cargar las pesadas lonas, claro, cuando trabajábamos y cogíamos algo de algodón.
Recuerdo muchas anécdotas, muchas caminadas desde Toro hasta Roldanillo, porque no queríamos trabajar entonces nos veníamos a pie desde las 10 am y llegamos a las 6:00 pm, pero llegábamos con pescados para organizar en la noche y fritar durante toda la semana. (Mojarras).
Pero cuando trabajábamos, era duro, había que trabajar para que nos dieran los surcos o el tajo que cada uno tenía para recolectar el algodón.
A las 4:00 pm más o menos era lo más terrible para mí, había que empacar lo recolectado en el día. Teníamos que apretar las lonas de tal forma que quedaran como una piedra.
Una sola lona podría bien apretada, llegar a pesar hasta 50 kilos. Y si uno le había rendido como mínimo tenia tres o cuatro de ellas.
Luego cárguelas al hombro, llévelas a los planchones o camiones que los transportaban, y súbase en ellos, porque donde pesaban el algodón podía estar a 3 o 4 km de distancia.
Pero antes tenía que marcar cada lona para que no se perdiera o confundiera con los centenares que se tiraban allí, para marcar uno utilizaba la hoja del algodón o la pepa, que sacaba una tinta verde y de esa manera se distinguía con un número o el nombre de cada uno.
Luego haga la fila para pesarla en las básculas y después lo más terrible para mí: sacar el algodón que horas antes había apretado tanto que era prácticamente piedra lo que se tenía allí.
El regreso a casa, era muy silencioso, casi siempre nos montábamos en los planchones, cansados, no queríamos hablar y estábamos llegando a la casa como asa 7:00 pm.
Y al otro día la jornada se repetía a la misma hora. En Rodanillo, existían muchos paraderos, para que los recolectores llegaran día a día a tomar el tractor o camión para ir coger algodón.
Los cuadraderos que más recuerdo: El parque de la Ermita, La Bomba vieja, La Normal, La Bomba a la salida de Zarzal, El cementerio, La Bogotana y la Bombonera.
Eso hace parte de una historia que generó desarrollo. Había mucho empleo en el algodón, en el millo, la soya y el tomate. Y los fines de semana, en nuestros pueblos se veía circular el dinero.
Los sábados era el día de pago, y el puesto eran las casas de los dueños o administradores de los cultivos.
Se comenzaba a pagar muy temprano y ya en la tarde, el billete circulaba en los almacenes, en la galería (que era más grande y viva) en los graneros de la calle caliente, (hoy en día no hay)los pelaos como nosotros teníamos algo de plata para comprar los cuadernos y libros y para ir el domingo a la galería de Zarzal a comprar “la percha” (Al menos esa galería si existe hoy en día) y algo que me encantaba, tuvimos plata para ir a matiné a ver cine.
Durante esa época nos dábamos el lujo de ver hasta porno. (Que mamá no lea esta nota) también ir a los billares, y uno de ellos era la academia. Y lógicamente, a los prostíbulos y cantinas les iba mucho mejor. (Yo era muy niño y no me dejaban entrar). Había plata y todos teníamos el tiempo ocupado en trabajar o vagar en el campo.
Hay mucho más para recordar: El tortoleo, regar, arrancar soya, eran algunos trabajos donde muchos estuvimos. Hoy muchos de esas personas son profesionales y recuerdan cuando quieren o pueden o les conviene, (especialmente los políticos en campañas) esas épocas de “lungos”
Yo la recuerdo con nostalgia. Allí en el campo, aprendí que el esfuerzo, el trabajo realmente lo forma a uno como persona de bien.
Hoy en día no se puede.
Seguiré recordando, (¿será que me volví viejo?) Seguiré, hablando de un pasado de montañero orgulloso que soy. Un ciudadano de una región que antes fue más prospera, y que antes de ir para adelante, va como el cangrejo para atrás.
Recordar es vivir. La nostalgia nos da parámetros de comparación y la verdad, no soy muy optimista por el presente que vivo, y por el futuro que viene.
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