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Caen los bronces

Sorpresa. Incredulidad. Desilusión. Todos estos sentimientos aparecieron, uno tras de otro, al oir Noticias Uno el pasado sábado 1º de diciembre. Ese medio informativo ha gozado -desde su aparición- de la credibilidad de los televidentes, que lo califican como su promoción lo indica: independiente y veraz. Son muchas las noticias que ellos han publicado… y los otros no. Y que han resultado comprobadas por los hechos, lo que lo hace un necesario punto de vista, una guía para quienes queremos estar bien informados de los aconteceres nacionales.

Con la difusión de los videos en los que el fallecido Pizano contó todo lo que sabía y sus temores con respecto a la corrupción de Odebrecht, ese noticiero dijo que él había condicionado su divulgación solo en dos casos: si moría o si salía para el exterior, como medida de protección para su libertad personal. Pero lo que vimos y escuchamos posteriormente fue otra cosa, con la propia grabación de las voces: que el reportero se excusó de transmitirlo en el fin de semana acordado… dizque porque tenía que hablar de otro tema muy distinto. Y la voz de Pizano sonó desconsoladora, como si esa noticia hubiera sido la peor de su vida. Como si estuviera esperando salvar su honor y hasta la propia existencia con el conocimiento que los colombianos tuviéramos de su versión de los hechos.

No escuché la intervención del fiscal en el debate del congreso promovido por los partidos de la oposición, pero sí la parte en la que se refirió a ese incumplimiento de Noticias Uno y que pudo acelerar de alguna manera la muerte del mencionado, quien seguramente se encontraba en un grado de estrés extremo, de esos que pueden producir infartos. El noticiero repitió esa denuncia del fiscal, tratando de contradecirlo. Afirmaron que no había sido así… cuando las mismas grabaciones que difundieron -con las voces del entrevistador y del entrevistado- lo confirmaron. Y no es solamente la torpeza en defenderse de lo dicho por el fiscal, sino la mentira comprobada de lo que nos dijeron a los televidentes, lo que hace que ese bronce de la buena información… haya comenzado a caer.  

Como cayó también la credibilidad de Petro. Se puede estar en desacuerdo con él, pero es indudable que sus debates en el congreso han sido parte fundamental para destapar esa olla de indio que es la corrupción en Colombia. Allí comenzó su pedestal, que lo llevó a ser una figura nacional… hasta con posibilidades de ser presidente de la república. Pero el video en el que aparece empacando fajos de billetes es ya su peor mácula, imborrable por lo demás. Y no solo porque es bien grotesca, sino por la manera tan torpe como ha intentado dar sus explicaciones. Desmentido ya por el arquitecto Vélez -de quien aseguró provenía ese bulto de plata prestada-, no le queda más remedio que cargar con el otro bulto: el de la desconfianza en su palabra… que es lo peor que le puede pasar a un político.

Y lo mismo sucede con la propia fiscalía. Fue una de las “joyas de la corona” de la Constitución de 1991 y la opinión pública la recibió casi como una panacea. Pero hoy solo es un remedio para hipocondríacos jurídicos: no pasa de ser un placebo inútil, por lo desprestigiada. La actitud maquiavélica de este fiscal la acabó de hundir. Y lo de menos es su actuación de cómico barato (tal vez heredada de su padre, el Salustiano estrato dos de los años 70 en la televisión) que exhibió en el debate en el congreso, afirmando que el muerto… venía a ayudarlo. Lo grave es lo que se deduce de las acusaciones de éste y de los citantes: que se benefició indirectamente de la corrupción de Odebrecht, como abogado de una de las partes y que ha silenciado lo que no le conviene que se sepa.

Ni para qué hablar del procurador. Se le nota su ridícula ambición de llegar quizá hasta la propia presidencia de la república, aparentando rigidez pero exhibiendo esguinces, que en su caso no son solamente amagos… sino verdaderas torceduras: el conocimiento que ya se tiene de que también jugó en el otro equipo -el de los jugosos negocios privados- lo hace ver como otro “torcido” más. Claro que a Colombia (que vive estresada con tantos problemas) le conviene ese ruido de carcajadas producido por los bronces que caen, rebotan y vuelven a caer. A este presidentico que tenemos -y que Gardeazábal bautizó como “el principito”- ya se le oyen esos ruidos… con solo cien días en el cargo. Otra encuestadora, Datexco, le dio esta semana el mismo 62% de rechazo. Pobrecito, ole, con esa vicepresidenta tan culipronta y que parece bruja: adivinó la muerte de Belisario Betancur… con 24 horas de anticipación.

Y a propósito de Gardeazábal: sus amistades le están recomendando fervientemente vestir de armadura, con yelmo incluido, antes de que algún pedazo de bronce haga puntería descalabradora -y moñona- en su muy visible cabeza.

Coletilla 1: Mientras afilo la pluma -o me calibran el opinador- me permito abrir estas comillas: “Una ciudad suele ser lo que son sus habitantes. No podemos hablar, por lo tanto, de ciudades importantes sino de hombres importantes, y tampoco podemos hablar de un pasado histórico sino de hombres concretos, con ombligo y todo, que hicieron cosas que alcanzaron a salvarse del olvido. Las ciudades avanzan encaramadas en el lomo de sus gentes. El progreso y el avance de una región dependen, en gran medida, de los individuos que viven en ella. Lo esencial es el hombre, pero no el hombre en abstracto -ese que se puede asesinar por centenares, sin que nos frunzamos, ese hombre de plástico que viene desmenuzado en los libros de biología-, sino ese pedazo de barro organizado que está a nuestro lado, que usa caspa y Everfit, que necesita un poco de mexsana para sus pies fatigados, que nació en la calle de La Raqueta, o en la calle, que tiene los dientes cariados, o que no tiene dientes, y que trabaja en cualquier cosa toda la semana para poderse emborrachar los viernes por la noche, para olvidarse de su miseria, si es pobre, o de su angustia, si es rico. Ese hombre concreto, ese hombre-individuo que sube, que baja, que a veces es malo pero que a veces es peor, ese hombre, digo, es la gran posibilidad; y la grandeza y la prosperidad de una ciudad, de cualquier ciudad, de esta ciudad, dependen de la capacidad que ÉL tenga para la grandeza y para la prosperidad” (Juan José Saavedra, columna “Abracadabra”, El País, 1987). Antes de esa fecha, yo había resumido en el semanario cartagüeño La Voz del Norte, en mi columna “Trasmallo”, esa parrafada con esto: “El espíritu de una ciudad no lo dan las piedras… ni los cementerios, sino los vivos, los que caminan diaria y nochemente por sus calles”.

Coletilla 2: Y hay hombres en Cartago como mi amigo Marino Romero Mercado, que en 54 de sus 66 añitos, ha ejercido la profesión de la peluquería. De ellos, 35 dedicados a la labor social en la cárcel y en el hogar del adulto mayor. (A mí se me hizo muy difícil soportar las manos tendidas -entre los barrotes de sus celdas- de los presos, cuando intentaba cumplir con la cátedra de consultorio jurídico en el último año de la universidad). Hay una sabrosa anécdota de la personalidad de Marino, que es todo un personaje, devoto del buen diálogo, de la conversación fluida: dizque una vez le preguntó a un conocido ciudadano de Cartago: “Señor ¿cómo quiere el corte de pelo?”. Y aquel le contestó: “En silencio, joven”.

Coletilla 3: A raíz de los hechos ocurridos en el parque “La Isleta”, con dos muertos incluidos, el diario “El País” de Cali editorializó: “Hay que recuperar a Cartago”. Me pregunto: si este medio de comunicación nunca, pero que nunca se refiere a nuestra ciudad en sus diarias ediciones (con humor le he dicho a algún amigo que le doy un millón de pesos -que no tengo- si tan siquiera aparece el nombre de Cartago en ese periódico)… ¿con qué autoridad moral se las da ahora de ser nuestro defensor?

Gustavo García Vélez | CiudadRegion.com

Nota aclaratoria: las opiniones de los columnistas son de su estricta responsabilidad y no representan la opinión de este portal.

Gustavo García Vélez

Cartagüeño raizal, bachiller del colegio Liceo Cartago, egresado de la Facultad de Derecho de la Universidad Libre, ex concejal liberal de Cartago, comentarista público desde hace más de 30 años en medios impresos y radiales.

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