Hasta hace apenas unas pocas décadas, por estas calendas era de usanza en el centro-occidente colombiano un juego infantil (aunque algunos adultos se atrevían a hacer el ridículo), heredado de las épocas anteriores y que consistía en desafiarse para obedecer lo que el otro le ordenaba. No sé si hoy también se estila este entretenimiento navideño, pero lo dudo porque las tecnologías y las redes sociales están acabando… “hasta con el nido de la perra”.
Consistían básicamente en tres, que son los que recuerdo. El primero se denominaba “pajita en boca” y la orden era meterse un pedazo de papel entre los labios y conservarlo allí hasta que se le dijera. Hoy se podría adaptar a los comportamientos de algunos políticos, que mantienen la paja de sus promesas en la boca y allí las dejan, hasta que en alguna posterior elección sus votantes se aburren de esta jugarreta y les voltean la espalda. Y se puede asegurar que esta carreta solamente permanece en sus labios, porque no alcanza a llegar hasta su cerebro… si es que lo tienen.
Otro era “hablar y no contestar”. Aunque se le mentara la madre no podía ni por el chiras revirar, porque perdía. Una variante muy en boga actualmente es la de algunos dirigentes, que parecen justificar su silencio ante las preguntas de los gobernados que inquieren por las soluciones a tantos problemas públicos, porque pierden. Ejemplos por cientos: ¿por qué fuimos los últimos de Latinoamérica en comprar las vacunas que nos van a inyectar la contra del virus? ¿Cómo incide eso en las entregas? ¿Quién responde… por los muertos de esa demora? ¿Cuándo será que los jueces decidirán sobre tantos casos de corrupción, que tienen ya hasta nombre propio? ¿Quién será en las próximas el candidato del partido que ganó las anteriores elecciones para la presidencia de la República?
Y estaba también uno al que llamaban “estatua”: la orden era quedarse totalmente quieto hasta que se le ordenara. Hoy se practica en todos los escalones de la burocracia porque nadie hace nada, ni siquiera mueve las pestañas, si el que lo nombró no lo obliga. No importa que la cola de peticionarios le dé la vuelta a la cuadra, o que los teléfonos timbren a cada segundo para averiguar qué pasó con la petición, queja o reclamo que se dejó oportunamente en la portería. Nada de nada. Como estatuas se muestran los burócratas, que no llegaron a esos cargos por sus capacidades y mucho menos por vocación de servicio público, sino como pago a la docena de votos que le consiguieron a su patrón político en las pasadas elecciones.
No recuerdo más de aguinaldos navideños -lo pagaba quien perdía- pero esta época es propicia para recordarlos y meditar acerca de en qué se pudieron haber convertido, en que mutaron. De las tales redes sociales solamente utilizo facebook (este artículo, como todos los anteriores, también aparece allí) y whatsapp y por esa razón ignoro cómo juegan en ellas las nuevas generaciones. Sería éste un buen ejercicio para saber a qué se dedican los muchachos (as) de hoy en día, en tratándose de entretenerse en las épocas de vacaciones por el nacimiento en Belén. Porque los pesebres no creo que les gusten. Eso de colocarles ovejitas, patos y reyes magos debe parecerles… una cursilería. Qué mamera tan ridícula, dirán.
Bueno… Espero que mis lectores se entretengan en lo que puedan con este nuevo encierro obligatorio. Las cifras son terribles y en todo el mundo. Y aunque “el mal de muchos, es consuelo de tontos”, sí podemos mirar las imágenes de la televisión que nos muestran los noticieros y sentir algo así como una solidaridad mutua y universal, porque en Estados Unidos y todos los países de Europa la situación volvió a ser como al comienzo de la pandemia. Afortunadamente allá ya están vacunando… y eso motiva una gran esperanza. Que el Niño Dios nos ampare y nos bendiga a todos, sean o no cristianos.
Para terminar por hoy, habría que decir que son tan fuertes las tradiciones que osan desafiar hasta a la muerte. Algún siquiatra dijo que se heredan no solo los rasgos físicos, que también el carácter de los mayores, su manera de ser y de actuar, sus costumbres. Todos los días por los medios de comunicación social radiales y de televisión se oyen las cantaletas de que nos debemos cuidar, que han aumentado los contagios y los fallecimientos y, sin embargo, aparecen las mismas tradicionales escenas anuales de absolutas congestiones en las calles de todas las ciudades. Parece que un millón y medio de infectados y 40 mil muertos… “valen güevo”.
A quienes han padecido ese mal -personalmente o en algún familiar- mis oraciones para que logren la salud y la paz de su espíritu. Y la resignación si alguno de los suyos ha fallecido.
Coletilla 1: Anuncian las cadenas de televisión nacionales otra repetición… de la repetidera. A series de veinte años como Betty la fea, La hija del mariachi, Pedro el escamoso y Pacho Fortuna, ahora nos anuncian las que siguen, varias igualmente vetustas. Tienen inclusive el propósito de volver a filmar una que fue todo un éxito, pero con otros artistas: Aroma de café, que protagonizó Margarita Rosa De Francisco. Hasta sería mejor que repitieran la original.
Coletilla 2: Y hablando de Betty la fea, su protagonista fue recientemente entrevistada y definió esta serie como lo que es: todo un insulto a las mujeres poco agraciadas. Los diálogos son hasta escabrosos, las escenas se repiten innecesariamente (como la de escribir en su diario todas las noches los sucesos del día) y lo que intentan presentar como humor no es otra cosa que… pura cursilería, monda y lironda. Y por todas las cadenas abiertas, como Caracol y RCN. No hay otra opción nocturna para ver series de calidad a los que solo utilizamos el T.D.T.
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