El 8 de Diciembre de 1854, el Papa Pío Noveno -o Pionono, como se lo conoce popularmente- definió el dogma de la Inmaculada Concepción de María, rodeado de 54 cardenales, 42 arzobispos y 98 obispos, venidos de todo el mundo y ante una multitud de 50 mil personas, que inundó literalmente la Basílica de San Pedro, en Roma. Con este acto, el Pontífice zanjó definitivamente, al menos dentro del catolicismo, las diferencias que se venían dando en su seno sobre tan delicado y controvertido tema, hasta el punto de que, un santo tan conocido y acatado -pues hasta Doctor de la Iglesia fue designado, como lo es Santo Tomás de Aquino- en el siglo 13 alcanzó a manifestar sus dudas al respecto.
Fue vencido en ese debate teológico por Juan Duns Escoto, su tradicional adversario, quien esgrimió las 3 famosas tesis por las cuales la Iglesia Católica comenzó, desde entonces, a aceptar que la Madre de Jesús había nacido sin el pecado original, con el que el resto de los mortales todos venimos al mundo, por culpa de Misiá Eva, la mujer de Don Adán. Esas 3 plenas pruebas de Duns Escoto son: (1ª) si a Dios le conviene hacer algo, (2ª) lo puede hacer y, en este caso, (3ª) lo hizo: permitir que Santa Ana concibiera a su hija María de manera inmaculada. Lo curioso de este famoso debate es que el que perdió, o sea el italiano Tomás de Aquino, fue declarado posteriormente santo, mientras que el ganador, ésto es, el inglés Juan Duns Escoto, apenas recibió el título de “Doctor Sutil”.
Sin embargo, 2 siglos después, en 1439 y dentro del Concilio de Basilea, se volvió a revivir el combate al interior del catolicismo entre los defensores y los adversarios de esa inmaculada concepción de María. Se dio nuevamente en el Concilio de Trento, que sesionó desde 1545 y hasta el año de 1563. Inclusive un clérigo de apellido tan tenebroso como Juan de Torquemada -tal vez pariente de aquel que inventó la Inquisición para asar vivos a los que dudaran de la fe oficial de la Iglesia Católica- atacó la creencia de la inmaculada concepción. Quien lo creyera.
Pero lo cierto es que desde mucho antes, tanto así como el siglo V, ya se celebraba en Jerusalén la fiesta de la concepción sin mancha de María. Y se conocen datos históricos comprobados de que en España se conmemora desde el siglo VII, tal vez como consecuencia del Concilio de Letrán, que en el año 649 y bajo el pontificado de Martín I, le dijo sí a este dogma, cosa que al pueblo le encantó tanto que salieron todos con faroles y antorchas y hubo fiesta, que se volvió una tradición. Y es por ésto, por lo que es desde hace 1.500 años un sentimiento compartido, ya que todo el mundo -inclusive el no católico- recibe con regocijo esta fecha como una Fiesta de la Luz, comienzo de la navidad, en la que la Madre María da a luz a su Hijo Jesús, que es la Luz.
Creo que todos estamos de acuerdo en que el momento psicológico especial que vivimos todos, que es de oscuridad, es muy propicio para iniciar esta FIESTA DE LA LUZ, este alumbramiento que puede, que debe ser, el parto de una nueva esperanza.
Muchas otras consideraciones se podrían hacer sobre el significado de la luz, que se origina en el fuego: como por ejemplo, el mito de aquel héroe griego Prometeo, que les dio ese fuego a los humanos, sin el consentimiento de los dioses y por ello fue torturado por ellos, encadenándolo a una roca donde las águilas le devoraban las entrañas. O las creencias de la religión de los Persas, con su dualismo (maniqueísmo, dicen otros) entre la luz y la oscuridad, ambas con sus respectivos dioses. O las palabras expresadas por el poeta alemán Goethe, cuando en el momento de su muerte pidió “luz, más luz”.
Pero este comentario ya va para largo y por hoy creo que es suficiente mi contribución para invitar a que todos encendamos esas luces de esperanza. Por eso, que bonito que desde hoy sus fachadas irradien luz.
(El anterior escrito fue leído por su autor en la Emisora Ondas del Valle de Cartago, el 7 de diciembre de 2001, en su comentario del noticiero matinal.)
También se publicó en esta misma página hace un tiempo pero, no obstante, creo que lo sucedido en el transcurso de este año amerita volver a decir lo que aquí está escrito, explicación doctrinaria que se ha repetido por años y que no ha tenido hasta ahora modificaciones o ampliaciones. Queda a consideración de los lectores como contribución a meditar sobre lo que nos depara el futuro, no solo en lo que respecta a la salud física de toda la humanidad por los efectos de la pandemia que ya parece endemia, que también a la estabilidad mental por esa misma causa. Además la situación de la economía por cierres de innumerables empresas y su lógica consecuencia: el masivo desempleo.
Y aunque el anuncio de que ya se comienza en esta semana la vacunación de millones de ciudadanos en algunos países puede traer una luz de esperanza, la llegada de ese medicamento a nuestro país tardará más meses, aumentando la angustia. Toca, pues, colocarnos en las manos del Supremo Creador que para muchos existe, cualquiera sea la imagen que de Él se tenga. Es que nuestra mente no alcanza a aceptar que este mundo… se creó solo. La teoría del big-bang -la primigenia y horrorosa explosión que, según la mayoría de los físicos, dio origen al universo- tiene una pregunta lógica: ¿quién o qué la motivó? Debe haber una mente universal, un orden cósmico que la programó y la hizo realidad. Toda consecuencia… tiene su causa.
Reconozco que estoy “pisando entre cáscaras de huevo” y que el tema de las creencias religiosas es bien difícil de tratar si se quiere ser consecuente con el respeto por las opiniones contrarias (que siempre es mi íntimo deseo), pero creo que también tenemos el derecho… a decir lo que pensamos.
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