Un comentarista público debe someterse a tratar de interpretar los temas diarios. Diferente es el papel de los que utilizan los medios de comunicación para difundir asuntos que enantes se ventilaban en los cerrados recintos académicos, lo que de todas maneras es muy benéfico porque se esparcen los conocimientos y con ello se populariza la cultura. Por eso, se repiten en las columnas de opinión como ésta, conceptos ya expuestos.
Esto sucede con el futuro de los aeropuertos del centro-occidente colombiano, por los nuevos derrumbes en la vía La Romelia-El Pollo que pasa justo al lado del aeropuerto de Matecaña en Pereira. La geología parece dictaminar que eso no tiene solución racional y lo que se haga ahí no pasaría de ser un mal remiendo, muy costoso. Es lógico que un relleno hecho en pocos meses -como lo es la pista de ese campo aéreo- no puede reemplazar lo que la naturaleza demora centurias. Y por mucho que sea el espíritu cívico con el que esa obra nació y es expuesta a la admiración de todos, la fuerza de los movimientos telúricos supera los deseos. Por eso hay que pensar (y actuar) con la razón… y no solo con el corazón.
En la semana que pasó, el escritor Gardeazábal difundió en la columna de opinión su criterio sobre este problema. Dice que Cartago debería alquilarle a Pereira el aeropuerto de Santa Ana con opción de venta y que con ese negocio se ahorrarían los miles de millones que faltan para garantizar la seguridad de Matecaña. La distancia entre la capital de Risaralda y nuestro aeródromo no pasa de 12 kilómetros, común en todas las capitales del mundo. Esta solución parece lógica, pero me parece que no contempla el hecho de que hay otras dos capitales con la misma poca distancia a Cartago y que también tienen sus ilusiones centradas en exhibir con orgullo sus propios aeropuertos.
Pero hagamos memoria. Hace pocos años, el entonces ministro de Obras Públicas Andrés Uriel Gallego dijo en reunión celebrada en la Cámara de Comercio de Cartago que el aeropuerto para toda esta parte de Colombia debería ser Santa Ana y aseguró que ya estaban disponibles en el presupuesto nacional los recursos para la doble calzada en la margen derecha del río de La Vieja, que llegaría hasta el frente de este aeropuerto y para la construcción de un nuevo puente sobre nuestro afluente. Por allí entraría toda la carga de la materia prima que requieren las industrias del Eje Cafetero para la elaboración de sus productos y saldrían todas las mercancías fabricadas con las mismas. Los alcaldes de las capitales vecinas parecieron estar de acuerdo.
Y pasó algo que yo nunca he entendido: posterior silencio total… y “patrasiada” de lo que ya parecía definido. No solo nunca empezaron los trabajos de la construcción de esa vía por la margen derecha del río La Vieja, sino que nadie supo qué paso con esos recursos. Manizales, Pereira y Armenia continuaron enterrando miles de millones de pesos en sus propios aeropuertos. Ignoro si el fallecimiento del doctor Gallego impidió que se siguiera la lucha por esa idea redentora para todos. Pero lo cierto es que volvimos a estar tercamente en ceros… como hace muchas décadas.
Mi ancestro antioqueño tiene en sus genes esa misma terquedad paisa. Por eso me parece que debo reiterar aquí y ahora mi propuesta para darle solución a ese nudo gordiano, expuesta en esta misma columna hace varios años y que titulé “La naranja en cuatro cascos”. Es ésta: después de avalúo hecho por una firma muy seria y aceptada por todos, que Cartago le venda a cada una de las tres ciudades vecinas un 25% del aeropuerto Santa Ana, conservando una cuarta parte de su propiedad. Así, todos como copropietarios lo administrarían, definiendo su futuro como Aeropuerto Intercontinental de Carga y Pasajeros, dejándole a los existentes que continúen con sus vuelos domésticos.
El comercio mundial requiere de esos aeropuertos capaces de recibir a los monstruosos aviones de cuatro motores, para los que solo el de Cartago tiene la capacidad. Si se requiere un aumento de su pista, existe esa posibilidad que no la tienen los vecinos. Matecaña se va pareciendo a un portaviones enclavado en medio de su área urbana. En Armenia tampoco es que sobren terrenos para ese fin. Y Palestina continúa siendo solo una maqueta, muy bonita sí pero… ilógica en su realización. Esos vuelos intercontinentales necesitan dónde hacer sus escalas técnicas. De Frankfurt, en Alemania, hasta Buenos Aires hay una distancia enorme. Lo mismo sucede entre San Francisco en la costa oeste de Estados Unidos y Santiago de Chile. Santa Ana es esa posibilidad real. Los productos que requiera traer la industria colombiana de los países del primer mundo y lo que nos compren los mismos entrarían y saldrían por este aeródromo, que sería un proyecto regional no solo de las cuatro ciudades, sino de todo el Eje Cafetero y nuestro Norte.
Vuelve y juega.
Coletilla: Estupenda se proyecta la serie de RCN-TV de las 09:00 p.m., que comenzó el pasado lunes. Las vidas de los cantantes tesos de las orquestas del paisa Fruko -Manyoma, Piper Pimienta y el Joe Arroyo- son la constancia de la mejor música bailable que ha tenido Colombia, heredera fiel de Lucho Bermúdez, Pacho Galán, el Maestro Barros y Edmundo Arias. Sonido paisa que tanto, pero que tanto le disgustó al escritor caleño Andrés Caicedo, hasta el punto de empapelar en la Feria anual a su ciudad con volantes agresivos en su contra. Qué diferencia con esa salsa aeróbica caleña, tan parecida al Circo del Sol y que nada, pero que nada tiene que ver con la sensualidad caribe. Hostigante… como una arroba de panela. “El Joe”… fenómeno musical que solo se produce cada cien años, cuando aparece alguien con la sensibilidad para ensalzar sus ancestros.
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