Hace 110 años, el bugueño Ignacio Palau comenzó un proceso para que los ciudadanos de esta parte de Colombia pidieran la creación de un nuevo departamento. La idea fue calando hasta lograr la aparición del Valle del Cauca con la unión de otros tres que ya existían en la faz administrativa del país: el de Buga, el de Cartago (unido al anterior, porque el general cartagüeño José Antonio Pinto no se dignó siquiera contestarle al presidente de la República, que lo había nombrado gobernador del mismo) y el de Cali. El decreto de creación fue firmado el 16 de abril de 1910.
La idea era salir del fastidioso centralismo de Popayán, capital de la unidad territorial a la que pertenecían todos: el Gran Cauca. Pero lo que ni siquiera se imaginó Palau, fue que la nueva dirigencia -que Álvarez Gardeazábal ha llamado «la odiosa oligarquía caleña»- convirtió a la nueva capital en la sede del mismo centralismo político y económico contra el cual se había luchado. Esto lo recordó el ciudadano tulueño Diego Fernando González Acevedo, en muy enjundioso artículo publicado en este mismo portal hace algunas semanas. Y para que los lectores se formen una idea de cómo esta rebeldía nuestra es también compartida por habitantes de otras partes de este departamento, les transcribo algunos apartes de ese escrito.
Dijo este ingeniero de sistemas que: «No todo es color de rosa, ya que del sueño inicial de contar con una región descentralizada, progresista, que brindara oportunidades de manera equitativa para todos sus habitantes y las diferentes ciudades que la conforman, no quedó nada (…) El centralismo caleño ha llevado a que el Centro y Norte del Valle tengan un déficit en desarrollo estructural, económico, laboral y tecnológico, alimentado por la política centralista ejercida (en una u otra medida) desde el poder seccional».
El columnista nos culpa a nosotros: «Todos los ciudadanos del Centro y Norte del Valle, en muchos casos por falta de compromiso con cada una de nuestras ciudades, generamos que muchos coterráneos se alienen con la idiosincrasia de la capital seccional, perdiendo nuestros orígenes y amor por nuestra cultura, gastronomía, acento e ideología». Pero su crítica se extiende hasta la dirigencia de esta parte del departamento, porque: «Nuestros gobernantes centro/norte, quienes por su indiferencia y falta de compromiso (…) solamente se limitan a realizar la ley del mínimo esfuerzo y poca gestión. Nuestros empresarios, comerciantes y emprendedores, quienes se limitan a generar industria y empleo en la capital seccional y sus cercanías, olvidando del todo a la ciudad que los vio nacer».
Cuestiona también a otros sectores. como por ejemplo: «En cuanto a los medios de comunicación locales, deben enfocarse en generar programación orientada hacia el conocimiento y generación de amor por lo nuestro, dejando del todo la alabanza regida sobre la capital seccional». Sin embargo, Diego Fernando se muestra optimista: «Pero no todo está perdido (…) Debemos de amar lo nuestro; recuperar el sentido de pertenencia, hablar bien de nuestras ciudades, resaltar las bondades de éstas, comprar los productos de nuestros municipios y elegir representantes políticos que amen y trabajen por nuestra subregión (…)».
Y concluye con estas sentencias: «Pensar en grande, desligados del todo del centralismo caleño y contemplar la posibilidad de mirarnos todos en un solo bloque y buscar apoyo en regiones que a través de la historia siempre han dado la mano a la región del Centro/Norte del Valle, tales como Antioquia, Eje Cafetero y Bogotá, para estudiar la posibilidad de territorialmente adherirnos administrativa y geográficamente a los departamentos circundantes (Quindío o Risaralda) o retomar el sueño de crear un nuevo departamento que contemple como capital a Cartago o Tuluá y cuyo objetivo sea el del crecimiento económico equitativo y ejecución de inversión a lo largo y ancho del nuevo departamento».
Como se ve, la queja es generalizada… y compartida. Mi diferencia con lo expresado por González Acevedo es de procedimiento, porque la Constitución de 1991 permite otras posibilidades para lograr consolidar nuestra tradicional autonomía, como son las Provincias. Meterse a crear un embeleco como lo es otro departamento, es perder esfuerzos y tiempo en una pelea innecesaria con esa oligarquía caleña. Simplemente, es más lógico acudir al derecho que nos da la Carta Magna para buscar nuestro propio destino. Y tampoco nos conviene anexarnos a otros departamentos que, aunque tienen más afinidades socio-culturales y económicas con nosotros que el resto al que pertenecemos, también es cierto que nunca hemos sido idénticos. Unir a nuestros municipios en Provincias y, luego, entre todos y en bloque decidir a cuál Región perteneceríamos -lo lógico sí sería al Eje Cafetero- es la propuesta más sensata.
EN TULUÁ TAMBIÉN RECHAZAN EL CENTRALISMO CALEÑO. El ingeniero Diego Fernando González Acevedo ya alzó su voz, en excelente artículo para este mismo portal informativo. Solo hay diferencias en el procedimiento para sacudirnos esa enjalma, pero juntos… lo lograremos. Diego Fernando me ha informado que en los medios de comunicación del Centro del Valle, como El Tabloide, ya se ha aludido también a esta rebeldía.
Coletilla 1: Después de varios meses de vacancia, fue nombrado el director de Planeación del Quindío como gerente encargado de la Región Administrativa de Planificación -R.A.P.- del Eje Cafetero. Es que a pesar de la crisis que estamos sufriendo por la pandemia el futuro nos espera y los Planes de Desarrollo de todos los departamentos requieren de esa figura administrativa recién creada para lograr sus propósitos. Ojalá los gobernadores de Caldas, Quindío y Risaralda logren superar la crisis de credibilidad en la que cayeron por la manera grotesca con que se le pidió la renuncia al anterior gerente.
Coletilla 2: Apenas ahora y después de seis semanas, se habla de otorgar subsidios a las pequeñas y medianas empresas y al sector del comercio para evitar los despidos de empleados. Y luego de ese mismo tiempo se muestran las cuñas… de cómo se debe usar un tapabocas.
Nota aclaratoria
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