Llegó el 2021, que según los sabihondos será de pleno regreso al mismo camino por donde veníamos, torcido en la pandemia y eso hizo que se perdiera su rumbo en el mundo entero. Pero vamos en este comentario a concentrarnos solo en nuestro entorno y en el de los gringos… para no extendernos con los otros ciento y pico de países.
Después de una encerrada de cuatro meses al comienzo, vino luego la reapertura del comercio y las industrias para recuperar los ingresos que habían caído verticalmente y se pensó que así, con lo que llamaron en Medellín el procedimiento acordeón -cerrando y abriendo-, se lograba el equilibrio entre salud y economía. La llamaron la nueva normalidad. Nadie sabe (ni siquiera los virólogos) cómo funciona el mecanismo interno de este bicho y si dentro de su código genético existe la instrucción de autodestruirse, como sucedió con otras pandemias anteriores -peste negra y gripa española, que no fueron combatidas masivamente con vacunas- pero lo que sí se comprobó ya es que puede regenerarse en otras cepas. Pues con las parrandas de fin de año, el campeonato de fútbol y la noticia de que existen hijitos del virus caminando por ahí… se necesita de otra encerrada tal vez de varias semanas.
Entonces no sabemos cuál debe ser nuestra nueva normalidad, porque en la que nos veníamos moviendo hasta marzo del año pasado de todo podría calificarse… menos de novedosa. Tocaría pues inventarnos otra, pero con los mismos personajes y sus reiterados errores es como bien difícil. Y no se ve por ninguna parte otra comparsa que pueda reemplazar la que hoy actúa desde “la casa de nari” y desde el recinto del congreso, pues en este desierto no existe el oasis que requerimos. Con las noticias recibidas en esta semana de que hay quejas de varios personajes conocidos (y otros no tanto) por el supuesto negocio de las multinacionales que producen las vacunas, uno se pregunta por qué ningún gobierno -democrático o no- ha respaldado estos mensajes. En resumen: en nuestro país no se tiene la esperanza de encontrar esa “nueva” normalidad.
Y mencionamos también al imperio del norte como otro de los lugares en donde estarían pensando en lo mismo. Allá sí podría ocurrir, porque el triunfo de un candidato de un partido diferente al que gobierna tiene la imagen fuerte de ser algo nuevo con respecto a lo que se vivió en los últimos cuatro años. Pero eso no es más que el regreso a la tradición del cambio de manos en el timón del Estado cada cierto tiempo, cosa aceptada por la gran mayoría. Lo sucedido con el asalto de una turba al Congreso en ese país podría ser el anhelo de los protestantes para que las cosas sigan sucediendo como antaño (regreso… no novedad), porque ese acto no fue un golpe de estado ni un intento por cambiar el sistema de gobierno, sino una protesta -violenta si se quiere- para que las cosas no sean diferentes.
Y no se puede acusar a Trump -como pretenden el partido demócrata y algunos republicanos- de intentar siquiera derrumbar al Estado que él mismo ha gobernado. Hasta allá no iba su intención y solamente quería que recontaran unos votos en varios de los Estados que creyó habían votado mayoritariamente por él e intentó presionar con un acto de fuerza popular, que no alcanza a ser un atentado a la democracia. Eso fue todo y lo demás… es una novela, un libreto para una película de Hollywood. Otra cosa que quedó clara: la escogencia por parte del presidente de una magistrada de sus entrañas como nueva integrante de la Corte Suprema no cambió un milímetro la tradición legalista de esa institución. Ella no solo reconoció lo aprobado por el Consejo Electoral aceptando que Biden ganó, sino que acaba de decidir lo mismo ante otros sucesivos reclamos del perdedor, su mentor.
No se ve, pues, en dónde andan esas “nuevas” normalidades en Colombia y Estados Unidos. Ni siquiera los más de 70 millones de votos le darán a Trump la calidad de jefe supremo de un partido político centenario, porque seguramente los expresidentes republicanos le cerrarán el paso y quedará apenas como una anécdota en la política gringa. Son solamente temas para votar corriente… como en esta columna.
Coletilla 1: La vergüenza no parece ser una cualidad en algunos medios de comunicación social. La repetición de la repetidera de capítulos completos cada ocho días, sin importarles la opinión no solo de sus radioescuchas y televidentes como tampoco la de sus competidores, da pena ajena. Y no se sabe para qué sirven los defensores de los ciudadanos, que cada uno de ellos exhibe con nombre propio en sus créditos. Por ejemplo: envié mi queja al del Canal 1 que repite descaradamente todos los fines de semana el mismo capítulo de una serie gringa como Chicago P.D. Ni siquiera acusó recibo.
Coletilla 2: Y ni se diga de las emisoras de radio: por ejemplo en Blu-Radio en este fin de año se dedicaron a difundir y repetir-repetir lo que llamaron podcasts (¿se escribe así?) que no fueron más que rellenos. Y ni siquiera se ponen colorados. El abandono que practican algunos periodistas de su trabajo por estas épocas es una tradición colombiana, porque no conozco que lo mismo hagan los de otras latitudes. Esa es aquí una verdadera… antigua normalidad.
Coletilla 3: La cancelación de la cuenta de tuiter del presidente gringo, con el argumento de que incita a la violencia, ya causa mucha controversia. Que es un atentado a la libertad de expresión, dicen unos. Que se demoraron, dicen otros, porque sus seguidores (muchos de ellos comprobadamente peligrosos) lo siguen ciegamente. Creo que la decisión la tienen los usuarios de esa aplicación y serán ellos quienes lo manden p’al carajo… como dizque ya lo están haciendo en nuestro país con algunos fastidiosos parecidos.
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