Con el aumento de la población mundial crecieron también los conflictos. El homo sapiens se desparramó por todo el planeta buscando mejores climas para vivir y sobrevivir. Y el enfrentamiento entre esas tribus iniciales obligó a entendimientos, necesarios para evitar el exterminio de todas y eso llevó a pactos obligantes para las partes.
Las invasiones de territorios que ya eran ajenos provocaron guerras sangrientas, hasta que todos se convencieron de que el mundo es ancho… y cabían todos. Esas tribus habían evolucionado para convertirse en verdaderas y diferentes dinastías, que cubrieron todo el territorio conocido, desde Asia hasta Europa, para hablar solamente de esta parte, aunque también en África y América se dieron las mismas situaciones. El caso de nuestro continente es todavía materia de discusión: que si hubo exterminio… o que si el mestizaje fue una especie de pacto social.
Ya en la época moderna existió un teórico de estas situaciones, que influyó mucho entre sus congéneres de toda Europa. Se llamó Juan Jacobo Rousseau, nacido en Suiza pero de ancestro francés. Su obra más conocida se llama precisamente así, «El Contrato Social», en donde pregonó una vuelta a la vida sencilla, casi primitiva. Su amor por la naturaleza lo convierte en pionero de los ecologistas. Y su gusto por la soledad… en maestro de todos los humanos que hoy somos víctimas del bicho que nos atormenta. (Aquí esta glosa: hubo un noticiero de televisión en la época de Turbay Ayala que se llamó «Noticolor» dirigido por un lambón de ese presidente. Y alguna vez citó al filósofo francés como «Ruasú». Cuando se le acabó la chanfaina… le tocó volverse pastor de una de las tantas sectas protestantes).
Y fue Don Simón Rodríguez, el maestro de El Libertador Bolívar, quien lo formó dentro del contexto de las ideas «rusonianas» que ya habían sido incluidas en los preceptos de la Revolución Francesa, el pacto social de la época. La tesis bolivariana de conformar una unidad con todas las naciones herederas de España, puede considerarse como otra propuesta de un nuevo pacto social que recogiera las consecuencias de los procesos de independencia de nuestra América. Pero, finalmente, se impusieron las directrices del naciente -y creciente- imperio gringo, con la carreta de que su destino manifiesto era «América para los americanos», apropiándose hasta del nombre de todo el continente.
¿Qué conclusiones podemos sacar de esta crisis? Es muy temprano todavía para «pontificar» sobre el futuro del planeta. Sus habitantes estamos bastante ocupados en tratar de salir indemnes. Pero ya se escuchan voces acusadoras… y dedos señaladores de culpables. Que si fueron los mismos chinos, para apoderarse de la tecnología de las industrias capitalistas asentadas en esa nación, cuyo precio se derrumbó. O que, por el contrario, el virus fue inoculado por Estados Unidos para doblegar a su más fuerte competidor. Y hasta se ha hablado de demandar al partido comunista que todavía gobierna en China, por ocultarle al mundo la magnitud de lo que estaba comenzando a suceder.
Nadie tiene aún pruebas, pero ya en las redes sociales se difunden señalamientos… sin el nombre de sus autores. Lo que sí es evidente para todos, es que las costumbres cambiaron, como también los modelos económicos. La necesidad de la mayoría de los habitantes en los países pobres de conseguir el diario condumio, se hizo patente. Y las ayudas promovidas desde el gobierno nos ponen a pensar en que si podrían ser permanentes. Y que los que tienen… compartan con los que no.
Este nuevo contrato social (lo pregunto, no lo respondo y menos lo aseguro) ¿sería entre Estados con diferentes modelos económicos? O ¿entre las clases sociales, los ricos y los pobres? ¿De verdad se acabaron los conceptos de izquierda y derecha? ¿Entonces qué invento de relación social sigue? Meditando, uno llega hasta creer que puede haber un gobierno mundial, como lo han asegurado algunos. Y que los algoritmos de la inteligencia artificial -lo ha advertido el judío Harari-… ya están ad-portas.
Por ahora lo único seguro es que la saludadera de manos y la besuquiadera… se acabaron. (Por eso, es muy posible que Carlos Lleras De la Fuente vuelva a misa, porque hace años aseguró que esa novelería de dar el saludo de la paz a cualquier desconocido lo alejó de sus prácticas religiosas. De mi parte puedo decir que siempre he guardado distancias: no he sido amigo de dar la mano y hace rato solo salgo a lo estrictamente necesario.)
Coletilla 1: Varios sicólogos entrevistados por los medios de comunicación han recomendado no saturarse de noticias en esta encerrona obligatoria, porque eso genera estrés… que puede bajar las defensas. Por eso es una terapia oir Voz Populi por las tardes en BLU-Radio, que nos saca sonrisas. Buen libreto y excelentes imitaciones de personajes nacionales.
Coletilla 2: Otra de las verdades que han salido a flote en esta semana, es que son más importantes un médico y una enfermera… que un futbolista y un reguetonero. Ojalá esa primacía, real y gratificante, se mantenga. Que en los medios de comunicación no prime «el sobre suculento».
Coletilla 3: Soy cristiano y ya me había preguntado si Jesús dormía. Antes de su crucifixión es lógico que sí, pero ya resucitado es un espíritu. En el primer libro de la serie escrita por un español -un best seller-, un grupo de científicos inventa la manera de atravesar el túnel del tiempo para llegar hasta esa época. Comprobaron que dentro del cuerpo del resucitado… no había ningún sistema corporal: ni digestivo, ni nervioso, ni óseo. Y, claro, un espíritu no necesita dormir. Esto a propósito del evangelio en la bendición papal «Urbi et Orbi» del pasado viernes.
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