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Para buenos oidores…

“No hay nadie más sordo que aquel que no quiere oir” y “Al buen entendedor pocas palabras bastan” fueron expresiones que les oímos a nuestros mayores. Y como todas esas maneras de decir las cosas que aparentemente eran oscuras, hoy en día les entendemos toda su verdad. A eso llamamos “la sabiduría de los antiguos”.

No tanto como comentarista público, sino como historiador con vocación tardía (y por eso carente de esa formación), en veces me he visto sin entender la sordera de algunas personas. Es el caso, por ejemplo, de la historia de mi ciudad, que se ha pretendido colgársela a la de una vecina en la pretina… como si fuera un llavero. Y no obstante las fuertes evidencias que por siglos se conocen, expuestas por testigos áticos -que estuvieron presentes en los hechos narrados- o que los conocieron en textos de historiadores profesionales, como fue el caso de los cronistas de Indias que difundieron las correrías de los conquistadores españoles por estas tierras.

Hasta el cansancio se ha dicho que Cartago fue fundada por don Jorge Robledo, oriundo de una ciudad andaluza como lo es Úbeda. Y que por causas del cambio de modelo económico -de agricultura a ganadería- y no tanto por los ataques de los indios pijaos (que sí los hubo, pero no en la proporción que los convirtiera en un problema sin solución), se efectuó su traslado desde el original sitio de fundación hasta estas llamadas “Las sábanas”, en las que ya había ganado cimarrón -salvaje- fugitivo de las manadas domesticadas. Y esto, haciendo uso de la cláusula inserta en todas las actas de fundación, en la que esa posibilidad se prevenía.

Después de Sardela, fray Pedro Simón, Juan de Castellanos y otros de esos escribidores de las marchas de los recién llegados (invasores que cometieron tropelías, dicen otros), existió un cartagüeño que se ocupó también -y al margen de sus actividades ordinarias- en dejar para las futuras generaciones su constancia de lo que supo y vio. Se trata del oidor de varias audiencias en centro América, como Guatemala y Guadalajara, Don Manuel Antonio Del Campo y Rivas, vástago de una de las más conocidas familias cartagüeñas. Sus funciones eran las de dirimir los pleitos que se presentaran en el área de su jurisdicción y fue una de las maneras como la corona española descentralizó esa actividad. Su obra tiene un título larguísimo que se reduce a dos capítulos, en los que trata de la aparición de la imagen de la Virgen de La Pobreza; y a la historia y, en ese entonces, el presente de Cartago.

El libro fue impreso en Guadalajara en 1803, pero escrito en Guatemala, en donde obtuvo las respectivas licencias -eclesiástica y civil- desde diciembre de 1802. Su autor encargó a un pintor español la imagen de La Virgen de La Pobreza, tal vez narrándole sus características o llevándole un bosquejo tomado del lienzo que se venera por los cartagüeños desde 1608, año de su aparición en un simple trapo de limpieza como reza la tradición y que nuestro oidor se encargó de promocionar. Fue, en la práctica, el “asesor de imagen” del catolicismo de sus coterráneos. Pero independientemente de sus creencias (cosa delicada… y en la cual no me meto, a pesar -o por eso mismo- de ser también católico, aunque tibio), lo que llama la atención es su gran conocimiento de las realidades propias del Cartago de finales del siglo 18 y comienzos del 19, no obstante que, como ya lo dijimos, laboró fuera no solo de nuestra ciudad sino inclusive de las fronteras de la Nueva Granada.

Hay una relación muy completa de los productos que se daban por aquí, hasta nombrando los diferentes frutos (algunos de ellos ya desconocidos, como el mamancayo) y sugiriendo que Cartago se independizara de Popayán y se promoviera la conformación de otra unidad administrativa de la que fuera cabeza de gobierno, anexando al Chocó, en ese entonces fuente de una muy fuerte explotación minera, especialmente del oro, pero también ya del platino. Vea pues. Y pensar que ahora, después de 216 largos, larguísimos años de esa publicación, todavía existen arrodillados a la capital que reemplazó a la de ese entonces. (Pregunto a los expertos si todavía existe por aquí una raza de caballos y mulas de paso natural, muy suave y largo, que llamaban Aguilillas o Andones de Carretilla. ¿Serán los “caballos carretilleros” de hogaño?).

Mi amigo, el escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal, hace meses me avisó su intención de regalarme el ejemplar de su propiedad de esta obra de Don Manuel Antonio Del Campo y Rivas. El pasado jueves 26 vino a Cartago exclusivamente a entregármelo y lo hizo en el atrio del Santuario de Guadalupe, en donde se posesionó como gobernador. (Anexo la foto en la que, como un diploma, lo exhibe y de la que me excluí editándola porque él… me quedó de llavero, con mis 1.90. Además, porque el reflejo del sol me produjo malacara por mi fotosensibilidad y parece como que… no me gustó semejante regalo). Y la paradoja está en que mi tocayo sufre hiperacusia, una enfermedad que se caracteriza porque el pobre sufriente oye más que el resto de los mortales. O sea que Gardeazábal es… un muy buen oidor.

GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL regaló a nuestro columnista Gustavo García Vélez el ejemplar del libro de su propiedad, escrito por el cartagüeñísimo Oidor Manuel Antonio Del Campo y Rivas, publicado en Guadalajara (México) en 1803.

Coletilla: Asombra la ansiedad con la que algunos quieren obtener la ciudadanía española, haciendo uso de la ley que trata de resarcir la injusticia cometida con los judíos que no quisieron cambiar de religión y fueron expulsados en 1492. Los portugueses exigen que el solicitante pruebe que pertenece a una comunidad sefardí, o sea que es judío practicante. Ignoro si España hace lo propio. Mi tatarabuela materna Zoila Grajales Del Basto, hija de Ezequiel Grajales Machado y tataranieta de Juana Ossorio, tuvo apellidos que Portugal acepta como judíos, con excepción de Grajales. No me interesa cambiar de nacionalidad.

Nota aclaratoria
Las opiniones de los columnistas son de su estricta responsabilidad y no representan la opinión de este portal.

Gustavo García Vélez

Cartagüeño raizal, bachiller del colegio Liceo Cartago, egresado de la Facultad de Derecho de la Universidad Libre, ex concejal liberal de Cartago, comentarista público desde hace más de 30 años en medios impresos y radiales.

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