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Negreros… «negriados»

El asesinato del afro-descendiente por parte de tres policías en Estados Unidos retumbó en todo el mundo. En Inglaterra, cuna de uno de los más jugosos colonialismos -exprimieron a las tribus hindúes, americanas y africanas-, se produjeron manifestaciones tumultuosas, adobadas con el derrumbe de estatuas de los que allá son considerados como padres de esa patria. Ese sonido de los bronces que caen, rebotan y vuelven a caer ya se había oido: en cada final de una época, ese parece ser el libreto de todos los shows.

La estatua de Cecil Rhodes -uno de los mayores negreros ingleses y colonizador de esa parte de África que se llamó Rhodesia en su honor y hoy se conoce como Zimbabwe desde 1980, consecuencia de la lucha de Nelson Mandela contra el racismo- rodó por el suelo y fue arrastrada por furiosos manifestantes, que inclusive se enfrentaron con la policía. Seguramente había allí muchos descendientes de hindúes y africanos, que ostentan la nacionalidad inglesa… pero no los genes normandos que poblaron esa tierra. Lo propio sucedió con otros de esos creadores de la que ha sido llamada por sus malquerientes como la «pérfida Albión».

Desde los emperadores romanos que fueron considerados como dioses, hasta la derrota de Napoleón en Waterloo y pasando por la decapitada de Luis 16 y toda su familia como colofón de una estirpe monárquica y comienzo de la Revolución emblemática, los fines de era se caracterizan por la negación colectiva del pasado. Esa es una actitud hipócrita, que se parece mucho a la de las señoras que solo barren… por donde pasa la suegra y echan la basura debajo de la alfombra. Por eso, los copartidarios de Trump le están recomendando fervientemente vestir la armadura, con yelmo incluido, antes de que algún pedazo de bronce haga puntería descalabradora -y moñona- en su muy visible cabeza.

Esa reacción ha llegado inclusive a sacar de las redes sociales que ofrecen películas, a conocidas obras hasta este momento consideradas como verdaderos paradigmas del cine, como es el caso de «Lo que el viento se llevó». En ella se muestran aspectos de ese racismo que hoy se rechaza, muy fuerte todavía en los estados gringos que fueron el centro de los ejércitos derrotados por Abraham Lincoln en la guerra civil -llamada de Secesión porque los sureños pretendieron la creación de dos repúblicas diferentes- que enfrentó a esclavistas contra los que no lo eran y querían abolir esa segregación. O sea, que el asesinato del ciudadano de color (que no ha sido el único y ni siquiera el primero) motivó este nuevo viento, un verdadero ventarrón que se llevó buena parte de la historia aceptada por todos y que se pretende esconder… y hasta negar.

Esa compra-venta de seres humanos se dio en casi todos los países de la civilización occidental. No solo Inglaterra, sino Portugal, Francia, Bélgica y hasta Alemania se apoderaron a finales del siglo 19 de extensos territorios de África, creando unas cuasi repúblicas sin participación electoral ni siquiera administrativa de sus habitantes, nativos por siglos y milenios de esos lares. Y España, claro, no fue la excepción. Es más, desde el siglo 16 fomentó la práctica esclavista como una solución a las consecuencias de la lucha de Fray Bartolomé De las Casas a favor de los indígenas en los territorios colonizados en nuestra América. La necesaria mano de obra para la explotación de las minas de oro fue el pretexto esgrimido.

EN BLANCO PURO y NEGRO FUERTE ESTÁ HOY DIVIDIDA la opinión de los gringos. Alrededor de estos dos hombres se aglutinan las mayorías. Y tal vez una mujer sea el fiel de esa delicada balanza, como fórmula vicepresidencial del candidato demócrata: Michelle Obama.

Precisamente, la semana pasada el historiador Víctor Zuluaga publicó en un diario de Pereira una excelente reseña de la creación del palenque en lo que hoy es La Virginia, por parte de un esclavo cuyo dueño era Don Mariano Hormaza y Matute, constructor del Santuario de Guadalupe en Cartago. Este hombre se fugó y promovió ese refugio para las gentes de su etnia. Algo similar aconteció en el Palenque de San Basilio de la Costa Atlántica, cuna de Pambelé, conocido boxeador colombiano.

Y es que Cartago fue centro de ese tráfico de esclavos. Hasta los curas los compraban y los vendían en los mercados que ofrecían a esos seres humanos… como si fueran reses sin alma. Los traían desde Cartagena por el río Magdalena hasta Honda y de allí a pata limpia cruzando la fría cordillera central. En el Archivo Histórico de nuestra ciudad hay «facturas» de esos negocios y en una de ellas encontré esta perla: una esclava -de la cual se registra la tribu africana a la cual pertenecía- es presentada con sus defectos físicos (le faltaban siete dientes y tres dedos) y unos supuestos defectos morales -así los califican-: borracha y ladrona. Esa es parte de nuestra historia y no sé si alguien pretenda negarla… como lo intentan hacer con la suya los gringos y los ingleses.

Coletilla 1: Buen tema para hablar del derecho de las minorías: el enfrentamiento entre los animalistas que lograron la aprobación de una ley eliminando el uso de instrumentos que hieran a los toros (banderillas, picas y estoque) pero sin acabar con las corridas versus los aficionados a ellas -reconocidas ya por las Cortes como una manifestación cultural en algunas partes del país- quienes alegan que eso sería como… jugar fútbol con una tapita de gaseosa. En esto también, como en el rechazo al racismo, hay algo de hipocresía. Recomiendo el ensayo «La caza y los toros» de Ortega y Gasset. Ayuda a entender esta tradición española.

Coletilla 2: La periodista de BLU-Radio, Camila Zuluaga, ya parece una sucursal de La W: entró en esa onda de las larguísimas entrevistas chimbas en inglés a cualquier perico de los palotes. Y da la lista al día siguiente en cuñas promocionales… como si fuera un trofeo. Con eso daña su imagen de buena profesional. Y qué bueno si calmara a su colega radial: parece una metralleta, ni saliva traga.

Nota aclaratoria
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Publicado por
Gustavo García Vélez

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