“La Historia la escriben los que ganan las guerras” es una frase -ya manida- y esa tal vez es la justificación de un grupo guerrillero que no pudo imponer sus tesis (ni por las armas y mucho menos con votos) y tampoco se sintió con la credibilidad necesaria para contar, en su momento, que llegó hasta el magnicidio como su último tiro en la lucha por el poder. Y ese fue -lo revelan ahora- su desesperado intento por desestabilizar al Estado.
No conozco en las historias mundiales un caso parecido. Sería como afirmar hoy que Abraham Lincoln murió de susto viendo una aterradora obra teatral. O que a Hitler lo secuestraron unos extraterrestres. O que Kennedy fue víctima de los celos porque Marilyn Monroe y Jackeline Bouvier eran pareja lesbiana. Algo parecido sucede con la afirmación, firmada por los antiguos dirigentes de esa guerrilla, de que ellos fueron los autores intelectuales y hasta materiales del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado. Muy difícil de creer eso… 25 años después.
Apareció un documento en que se trascriben supuestos mensajes entre el máximo dirigente de las farc y algunos de sus subalternos, en los que existe la mención de la posibilidad de ese atentado, pero aplazando su ejecución para un momento más oportuno. Su enemigo sí fue el hijo de Laureano Gómez y no es de dudar que quisieran cobrarle sus antiguas actitudes frenteras en contra de los movimientos opuestos a la extrema derecha en la que militó, como el bombardeo de las que él mismo denominó “repúblicas independientes”, entre ellas Marquetalia en donde vivía el jefe de la que se convirtió luego en ese grupo guerrillero. Y la tremenda crisis con el proceso 8.000 fue la gota que derramó lo que contenía la taza de las diferencias profundas entre las tesis comunistas y las democráticas. Aunque esos tiros contra el dirigente conservador… les salieron por la culata. Un muerto más, pero Samper siguió aferrado al poder.
Se ha dicho que ese documento conocido a última hora (y del cual no se sabe quién más tiene copia) es una recopilación casi artesanal hecha por uno de los jefes guerrilleros. Por eso su autenticidad es poco firme. Y por lo mismo también son solo esas palabras de los firmantes de tan cruda afirmación las que pueden ser tenidas en cuenta como prueba. Y de pleno derecho… porque es una confesión. Aquí está el quid de este asunto: ¿se les puede creer a estas alturas de nuestra historia? ¿Y qué hacemos, entonces, con lo que vienen diciendo los familiares del asesinado? Esas pruebas que ellos tienen, recopiladas por años y años y adjuntadas al proceso ¿qué valor tienen ahora? Desconcertante.
Algunos comentaristas de los medios de comunicación con cubrimiento nacional sostienen que Ernesto Samper y Álvaro Gómez eran amigos o por lo menos socios políticos; y recuerdan que éste último tenía en los días de su muerte cuotas de poder en el gobierno, hasta con miembros de su propia familia. Inclusive, así lo publicó el columnista Antonio Caballero el 6 de noviembre de 1995, a escasos cuatro días de ese asesinato. Según esto, no existía motivo para que el presidente de la República se involucrara en este crimen. Además, desde un principio se habló de la vinculación de integrantes de las fuerzas armadas en la conjura, como retaliación porque Gómez se negó a participar en un golpe de Estado. Son tres, pues, los grupos mencionados como posibles autores: los militares, el cartel del norte y, ahora, las farc. Toda una trivia… para emplear el término de moda. Aparentemente, el que menos interés tenía era la mafia y es a ésta, precisamente, a la que la familia del líder tiene como autor material en connivencia con el alto gobierno nacional.
Conociendo la lentitud atávica de la justicia colombiana, no nos equivocamos afirmando que todo se desenredará… dentro de otros 25 años. Porque viene ahora un litigio entre la Fiscalía General de la Nación y la J.E.P. para decidir a cuál de esas dos instituciones judiciales le compete seguir con las investigaciones del magnicidio. Es que lo firmado con esa guerrilla dentro del proceso de paz, llega hasta permitir que los que aceptaron ese acuerdo reciban absolución por los crímenes que confiesen y algunos inclusive sean congresistas, sin importar que se les compruebe algún delito.
Lo dicho: la historia está patas arriba. Tocará pararse en las manos para entenderla.
Coletilla 1: Pregunté al historiador Víctor Zuluaga si las palabras Sotará y Tribugá -que menciono en mi anterior comentario- son de origen quimbaya. Me dice que Tribugá es caribe, lengua que llegó hasta acá e influyó en el dialecto de los indígenas que por aquí habitaron. Y que Sotará es chibcha, cultura que también alcanzó a regar sus semillas hasta esta parte de nuestro país. Esa es la explicación del porqué el lenguaje quimbaya era diferente al de sus vecinos calimas al sur y carrapas al norte. Esta información la entrego a los que quieran cambiarle los nombres a sitios bautizados en castellano, como es la moda después de la destrucción de la estatua de Belalcázar en Popayán.
Coletilla 2: ¿Qué parecidos hay entre las actitudes de Trump en el debate electoral con Biden y del ministro de defensa de Colombia en el de moción de censura en la Cámara de Representantes? Pues no solo que fueron televisados y por eso mismo vistos por muchos ciudadanos, sino por el talante soberbio de ambos. Se creen bajados “de la nalga de Apolo”. Son representantes de los que no respetan las decisiones de las otras ramas del poder público y tratan siempre de imponer sus creencias a la brava. Ahhh… y en sus copeticos, que recuerdan los años 60´s del siglo pasado: el del gringo imitando a Elvis Presley y el de Trujillo a Brigitte Bardot, con capul y solo le falta la “cole-caballo”.
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