Los hombres públicos adquieren un conocimiento de los ciudadanos del que carecen los demás mortales y su vocación los obliga a volverse sicólogos para encontrar la manera de gobernarlos. La historia ha recogido sus apreciaciones en frases que la posteridad ha hecho célebres: Bolívar manifestó que Colombia era una universidad, Ecuador un convento… y Venezuela un cuartel.
Y acertó, porque los leguleyos que comenzaron los pronunciamientos de independencia en nuestro país habían egresado de las universidades santafereñas, como el Colegio de San Bartolomé y la Universidad del Rosario. En cada esquina de Quito hay un convento y la santurrería cundió por su clase dirigente, que dio ejemplares tenebrosos como Gabriel García Moreno, quien llegó hasta la presidencia años después de consolidada la emancipación montado en las supersticiones más aberrantes, que narró Alfredo Iriarte en artículo publicado hace años. En Caracas el inicial mandamás y presidente por tres veces, fue José Antonio Páez, que se ganó la veneración de los salvajes llaneros (que salaban la carne con sus cuerpos desnudos… colocándola como silla de montar) con sus ataques de epilepsia, que para estos eran como un símbolo de divinidad.
Lo que está pasando en Venezuela no es más que la continuación de sus tradiciones. Durante todo el siglo 19 y hasta bien entrado el 20, la sucesión de dictadores ha sido allá endémica. Apenas en la segunda mitad de la anterior centuria se consolidaron los partidos políticos, como el Copei y los Adecos, que tuvieron un triste final con la irrupción de Hugo Chávez, que llegó al poder encaramado en el desprestigio de esas colectividades políticas.
Las actuaciones de payaso de Maduro demuestran hasta que punto puede llegar la degeneración de la política. Y si se le añade la corrupción -que contaminó a sus fuerzas armadas- no se ve la solución para rescatar su futuro incierto. Las marchas (que, por cierto, no se volvieron a dar) no han sido más que la fiebre propia de la enfermedad… pero no el remedio. Y con el gesto entreguista de los mandos militares, jurando fidelidad al reincidente mandatario, la solución a este enredo no se ve en lontananza. Los pronunciamientos del grupo de Lima, de la Comunidad Económica Europea, de la OEA, de Estados Unidos, no son más que pataletas pendejas… sin ninguna consecuencia.
Se podrá decir que ese régimen está aislado, pero no es cierto. Los gringos continúan comprando el petróleo venezolano, porque ese ha sido el talante del capitalismo salvaje: primero su bolsillo… luego -si caben- las ideas democráticas. Y al bobalicón que manda en Venezuela le queda el recurso de defenderse como un gato patas arriba, amenazando a los vecinos con armas prestadas, como los aviones rusos… y apuntalando la economía con los recursos de los chinos. A los militares les seguirá untando la mano y llenando sus bolsillos con el manejo corrupto de las importaciones de alimentos y de medicamentos y haciéndose los de la vista gorda (pero con la mano estirada) con el tráfico de drogas sicotrópicas.
Qué lástima el comportamiento, igual de bobalicón, de la oposición. Cada uno jala para el lado de sus ambiciones, repitiendo lo hecho por los rivales de Bolívar -todos militares- que no lograron detener su ascenso. De ahí el bautizo dado por él a su patria nativa: un cuartel… lleno de mediocres. Y la salida de esos miles y miles de venecos no es más que la mejor ayuda para el régimen: así descartan alimentos y protección social, que no pueden prestar, ahorrándose dineros y esfuerzos. Y, de contera, les trasladan ese problema a los vecinos.
Y este “principito” que tenemos en Colombia cree que, por él, la democracia seguirá vigente en el vecino. Pero no para de hacer el ridículo: su reciente “clase de historia”, agradeciéndole a los gringos por su ayuda a nuestra independencia… no fue más que el estrén (como se dice en paisa) de sus nuevas rodilleras. El pobrecito ignora que, en esa época, a los yankis no les interesaba comprar peleas ajenas -como si lo han hecho después- y, por eso mismo, les importaba un pepino (o mejor, una uchuva) el pleito entre estos países y España. Lo dicho: cada semana se espera de él una nueva payasada. Hace apenas pocos días, les entregó a los militares que mataron al bandido “guacho”… unas camándulas dizque bendecidas por el Papa. Debería de patentar esa muestra de cristianismo. Y entregarle una al supuesto padre de este, para que averigüe con quien le puso cachos su mujer.
Coletilla: En este auge de la remodelación de los parques y plazoletas de Cartago, repito mi propuesta de bautizar al Parque Lineal (que no tiene ningún nombre) con el del cartagüeño José Francisco Pereyra Martínez. Ha sido el coterráneo que estuvo más encaramado: ministro de educación y encargado del de relaciones exteriores; presidente de la Corte Suprema y propuesto como candidato a la presidencia de la república, honor que no aceptó, porque la candidatura de José Hilario López era imparable. Siendo presidente del senado, le tocó auxiliar a Santander, ya ex presidente, por el síncope que le dio en el debate que le hizo Eusebio Borrero. Con un sencillo proyecto de acuerdo, que contenga los recursos para la confección de un busto -cuyo modelo puede ser el excelente retrato hecho por nuestro pintor Santibáñez- y la invitación a sus descendientes residentes en Ibagué y Bogotá, se cumpliría este aplazado homenaje.
Gustavo García Vélez | CiudadRegion.com
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