Durante cinco largos, larguísimos meses, estamos viviendo los colombianos una etapa muy dura. No solo los efectos de la pandemia que se siente en todo el mundo, sino que -y esto es lo que nos puede diferenciar- las sucesivas masacres ocurridas en varias partes de nuestro país. Esos dos hechos encabezan los titulares de todos los medios de comunicación social y ocupa los análisis de sus comentaristas.
Pero parece que estuviéramos viviendo en Utopía, ese lugar imaginario que se inventó el inglés Tomás Moro como para darle un espacio a las imaginaciones que se le puedan ocurrir a los humanos. Porque las decisiones de los gobernantes con respecto a lo que sigue de aquí en adelante en ambas situaciones han sido tomadas para unas condiciones que no se ajustan a las realidades. De un lado, el visto bueno para que en pleno pico de esos contagios del bicho que nos llegó de China, los ciudadanos salgan masivamente a buscar la calma que se perdió en esos meses de encierro obligatorio. Y del otro, los neologismos innecesarios con los que se califican esos asesinatos de líderes sociales y/o personas vinculadas al tráfico de drogas, en lo que en parte -solo en parte- parece ser una guerra por el control de esos cultivos de los insumos necesarios para la producción de estupefacientes y de los mercados de los consumidores.
Que esas masivas desapariciones físicas no son masacres sino asesinatos colectivos es el invento pendejo para calificar tan grave y ya casi endémica situación, como si ese cambio de nombre los solucionara o al menos facilitara el enfrentamiento definitivo para su fin. Las actitudes de los responsables de sacarnos de esa tragedia se han limitado a dar cifras. Por eso parecen periodistas y no autoridades. Ese es el talante de este gobierno, tan engolosinado con el espacio televisivo del que abusa todas las noches. Y esa es la línea que le ha trazado a sus subalternos, tal el vallecaucano ministro de defensa que diaria y nochemente hace el ridículo ante las cámaras de televisión y los micrófonos.
Y uno tampoco entiende que, en pleno despelote por la masiva contaminación, se dé la largada en la carrera por la vida, como si esa vida misma no se expusiera al facilitarle al virus su ingreso en los cuerpos humanos que requiere para subsistir y persistir en sus daños. En esta semana que comienza, se espera que la más alta cifra de enfermos aparezca en los fríos datos estadísticos… y sus respectivos q.e.p.d., con los que se pretende soslayar las responsabilidades y creyendo que este país es esa Utopía ilusoria y no un territorio concreto, con habitantes de carne y hueso. De contera y tal vez para dar también la ilusión de que se gobierna en todos los frentes, se apoyan candidaturas sin bases para la dirección del BID (que siempre se le ha concedido a un latinoamericano) y la del fantasma Guaidó para suceder al payaso que ocupa la presidencia del vecino país.
Y de manera hipócrita, se trata de justificar la ineficacia -real… o consecuencia de órdenes superiores- de la otra representante de la inteligencia caleña, la ministra de relaciones exteriores. Son de bulto esos sus errores cometidos en el asunto de la extradición del paramilitar Mancuso y ya le es imposible justificar con leguleyadas su incuria, hasta el punto de que desde los medios de comunicación se le ha pedido que se vaya… aunque le vaya bien en otro de los puestos diplomáticos que tanto le gustan. Que renuncie.
Hasta en las religiones se comienza por creer en la existencia de la divinidad que se invoca. En el catolicismo, su oración principal reconoce eso, al pedir que su reino venga a los fieles haciendo su voluntad, luego de aceptar su paternidad y su presencia real… con un nombre que -ese sí- es imposible de conocer. Es el Innombrable, porque por su inmensidad no se puede definir con una denominación meramente gramatical.
Pero qué le hacemos. Los que mandan, mandan… “manque” manden mal. Es el momento para pensar en buscar su reemplazo en las próximas elecciones, haciendo uso de la misma utopía que nos permite soñar en otras realidades.
Coletilla 1: Con la imposibilidad para que las programadoras de televisión nos entreguen nuevas producciones, estamos asistiendo a un verdadero banquete de series viejas, con casi 20 años. Es el caso de “Hasta que la plata nos separe”, del mismo autor de los libretos de “Betty la Fea”, el señor Gaitán recientemente fallecido. Fue la mejor época de nuestra televisión, con excelentes actores nacionales en la que había ese humor nacional que nos regocijaba y tan diferente a los mamotretos donde imperan los mafiosos y sus mujeres prepagas.
Coletilla 2: Y como si no fuera suficiente lo que ha sucedido en Medellín con el cambio de directiva de la E.P.M, ahora se produce un innecesario enfrentamiento, no ya entre maneras de gobernar, sino meramente político, de directorios. Así ha calificado el alcalde los mensajes firmados por casi toda la sociedad civil paisa anunciando una veeduría y se anuncia hasta proceso de revocatoria de su mandato, propósito que sus voceros niegan. Los acusados -concretamente el Centro Democrático- respondieron diciendo que él es cuota del santismo, de Vargas Lleras y de Petro. Lo que faltaba.
Coletilla 3: Hablando de cosas que parecen no existir, la pregunta que nos hacemos es si el concejo de Cartago entra dentro de esta categoría. Porque allí el único que hace control político es el concejal Naranjo, quien acaba de denunciar que se “perdieron” varios respiradores entregados al hospital para el tratamiento de los contagiados por el virus. No se entiende para qué se hacen elegir. En mis tiempos de concejal se llegaba a ese recinto para proponer soluciones, señalar caminos. Y esa labor era ad-honorem.
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