Uno percibe como van pasando los días en medio de este remolino de sentimientos causados por la pandemia, la que a veces, con el argumento de la reactivación económica y los designios de nuestros mandatarios, afloja para que nos tiremos otra vez a la calle a buscar la actividad que tanto extrañamos debido al encierro al que hemos estado sometidos.
Pero la calle es otra. Los que tenemos alguna responsabilidad por nuestra salud y la del otro, nos enmascaramos para evitar contagiar o ser contagiados con ese bicho que sigue aumentando el número de seres humanos que han fallecido y que eleva la cuenta de defunciones, a las que parecería, nos estamos acostumbrando por ser tantos los miles que diariamente perecen.
Miramos con desconfianza y con rabia a quien sobrepasa ese círculo invisible que hemos trazado para nuestros congéneres. Tenemos un área a nuestro alrededor que consideramos de seguridad y que nos molesta nos la invadan. Cuando eso ocurre, una palabra de protesta sale asordinada por entre el tapabocas que nos impide gritar nuestra incomodidad.
Y aunque los gobiernos hablan de que la pandemia sigue controlada por parte de los organismos de salud; en otras latitudes, vemos con sobresalto, como las alarmas se disparan, como los aislamientos aumentan, como la muerte sigue al acecho, y tronchando vidas en esa gran cosecha de muerte que ha sido esta pandemia.
Tratamos de poner barreras al dolor que nos invade; tratamos de engañar el miedo que se agazapa en nosotros. Quizá por eso mismo los comercios del mundo han adelantado los adornos de sus locales con los tradicionales colores y luces de navidad, en un remedo de fiesta que es como un espantador de sustos, pero lo cierto es que no se siente ánimo, al menos no tan jubiloso, como en el pasado cercano.
Estamos resistiendo, tenemos esperanza en que la vida vuelva a ser alegre, de que no tengamos miedo del otro que se atraviesa en nuestro camino o nos avienta un saludo amable para festejar la existencia.
Resistimos al encierro; y así sea ataviados con esa máscara oprobiosa que nos impide ver la risa franca de los demás, o mostrar la nuestra como señal de complacencia con los otros, seguimos estando, honrando la vida que tenemos, celebrando la existencia que aún nos queda por gastar.
Seguramente esta navidad no será igual, pero será inolvidable porque nos esforzamos cada vez más por festejar la vida, por decirles a los otros que tenemos que unirnos para seguir adelante, cuidándonos, para que la vida sea en todos.
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