DESDE MI BALCÓN
Hace muchos años, más de lo que quiero reconocer, cuando yo era niño pasaba las vacaciones de estudiante en la finca de mis abuelos maternos, en la Tulia municipio de Bolívar.
Recuerdo que mi abuelo Narciso y la abuela Purificación inculcaban el cultivo de la huerta, y en efecto el patio de la finca se dividía en espacio para las flores y la zona de verduras y hortalizas, era muy poco la comida que se tenía que comprar en el pueblo, pues casi todo lo teníamos en la finca.
Hoy en día en las fincas hay de todo, menos comida. Ya no se ven los árboles frutales ni las verduras y hortalizas, como en ese pasado no tan remoto, hoy en día algunos campesinos las compran el pueblo.
Recuerdo que, desde la montaña de Versalles, El Dovio, Bolívar, Sevilla y Roldanillo uno apreciaba esa “colcha de retazos” de todas las tonalidades de verde, azul, amarillo y café de los diferentes cultivos de pan coger que se cultivaban en el “plan” como se le denominaba al valle geográfico del río cauca, en el norte del departamento
En ese entonces (décadas de los 80s y 90s) la comida abundaba, pues había maíz, millo, soya, tomate, entre otros cultivos que daban empleo y comida a la región, hoy en día el paisaje es de un solo color: el verde de la caña de azúcar; ya no hay comida y el empleo cada vez es más escaso en el campo del norte del Valle del Cauca.
Con el Covid-19 y la cuarentena al que todos estamos obligados, la agricultura ha mostrado su gran importancia: sin alimentos no podemos existir.
Es el momento de que las autoridades nacionales, regionales y municipales impulsen la agricultura e incentiven las huertas caceras en el campo y sobre todo en las ciudades.
Hay que poner a producir esos patios que están llenos de basura y cultivar verduras y hortalizas para el consumo del hogar.
Hay que enseñar y ayudar hacer los cultivos hidropónicos en las terrazas y de esta manera al menos garantizar algo de comida en las ciudades.
Hay que prevenir el hambre, estamos a tiempo.
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