Pocas ciudades cuentan con un monumento como nuestra Casa del Virrey, construida a finales del siglo 18 con arte mudéjar -mezcla de árabe y cristiano-, estilo arquitectónico fruto de siglos de contactos entre los moros sobre las tribus autóctonas de España.
Ningún documento dice que fue Sebastián Sanzena su constructor (no lo conozco… y escarbé mucho en el Archivo Histórico de Cartago buscando mis ancestros cartagüeños por la rama de mi bisabuela materna), pero por haber sido él su primer habitante se considera que sí… como para no meternos en camisas de once varas. Quiénes la levantaron no es lo importante, aunque algún seudo-historiador parroquial -de esos que así se autocalifican en entrevistas para algún periodista todavía más ignorante- hace tiempo aseguró que fue la dote de la esposa de Sebastián en su matrimonio y que eso constaba en documento encontrado por él en la Notaría Primera de la ciudad, pero que nunca mostró.
Inicialmente, la casa era empañetada, como así figura en fotografías antiguas pero, posteriormente, otra familia distinta -al parecer emparentada con sus antiguos habitantes- raspó las paredes buscando una filtración de agua y al ver la belleza de los ladrillos y las piedras decidieron destaparla toda. (Alguien alcanzó a ver al jefe de esa familia dándole machetazos a las ventanas… para envejecerlas). Y así la conocimos los cartagüeños que aún vivimos.
Cuando comenzó el proceso para su recuperación -porque estaba que se venía al suelo-, afirmé en un artículo para un medio local mi oposición a su empañetada. “Me llevan en la madrugada a esa calle peatonal y no sabría en dónde estoy. Me borran toda mi memoria de infancia… y me van a tener que pagar la consulta con un sicólogo”, dije en ese entonces.
Recordemos que, gracias a la “voliada” de teléfono de doña Lucy Murgueitio Mendoza (q.e.p.d., descendiente de los iniciales habitantes del monumento), esta casa se recuperó. Aunque lástima que la biblioteca pública “Marco Fidel Suárez” ya no preste sus servicios en ella, tal como ocurría en mi infancia y adolescencia. Allí y en esa época, aprendí a quererla porque resume -y rezuma- todas nuestras ya casi cinco veces centenarias tradiciones. Los estudiantes de hogaño no han tenido esa oportunidad.
En la historia de la “Casa del Virrey” hay hechos ciertos… pero también leyendas, cosas que no han sido probadas. Que Sanzena fue alférez real es una afirmación sin ningún respaldo, porque no existe el documento que así lo acredite. En cambio, cuando don Joan Joseph Ruiz de Salamando y Franco-Nieto vendía o compraba un predio, o un semoviente, o un esclavo, siempre aparece en las escrituras como “el señor doctor don, Alférez Real”. En los casos en que Sebastián Sanzena hizo lo mismo, solo se le reconoce el título de “juez poblador”. Y el apellido de su padre y de sus abuelos fue Sanzena. El ”Mar y”… se lo inventó él. Parece que era muy “picadito”, que se creía ya virrey.
Lo mismo ocurre con el escudo de armas, tallado en el dintel de la entrada principal del actual Conservatorio de Música “Pedro Morales Pino -una de las dos instituciones que allí tienen su sede; la otra es el Centro de Historia, guardián de nuestro Archivo Histórico-, y supuestamente la prueba de nobleza de Sebastián. Tampoco se conoce el documento real que lo concedió. El único escudo de armas otorgado a alguien relacionado con Cartago, es el del capitán y alférez real don Alonso De los Arcos Cortés y Redondo Mateus,concedido por Felipe II, fechado en El Escorial el 13 de noviembre de 1574, por su contribución a la conquista del Perú; y quien luego residió y falleció en Cartago, en donde testó. Fue el suegro de los cartagüeñísimos hermanos De la Yuste Ramos -hijos del español Don Miguel De la Yuste, Tesorero de Caja Real-, el maestre de campo Marcos y el capitán Miguel, casados con dos de sus hijas: María y Catalina.
Hace años me entregaron un abanico de cartón en el que aparecen imprecisiones de la historia de este monumento. Dicen allí que Sanzena era alférez real; dan el nombre del virrey que dizque anunció su visita a la ciudad (por lo cual a esta casa se la denomina como “Del Virrey”), sin decir en dónde encontraron el documento que así lo testifique; y que María Josefa Sanz de San Juan y Vicuña, esposa de Sanzena, se separó de él por un agravio, pero no dice si fue la leyenda del regaño público de su marido por no haber exhibido todas sus joyas en una recepción elegante…o la consecuencia lógica de la exhibición pública por estas largas calles cartagüeñas de los dos hijos naturales de Sebastián -Carlos y Leonarda- habidos con Rosalía Ortiz De Rivero… y en vida de su esposa legítima, lo cual no solo era una afrenta inaguantable para una heredera del orgullo español, sino hasta casi un delito en aquella época. Me parece que la “restregada en la cara” de ese adulterio fue la gota que desbordó la taza.
El grupo de teatro que aparece en ese abanico merece respaldo; en especial, el personaje del virrey, caracterizado a la perfección -hasta con la altanera y vanidosa alzada del mentón- por un joven Moriones, tal vez descendiente de algún Sanzena, como el maestro Humberto Moriones Ochoa, pintor de excelsas calidades. Ojalá este “virrey” haga el exorcismo que pedí hace años, en mi artículo “¡Que venga un virrey!”. De cualquier cosa -aunque sea el de la trova, de los feos o de los mentirosos-, pero que venga. Es que creo que todos los achaques de Cartago se deben a que el virrey… “nos faltonió”.
Coletilla: Esta columna se ocupa, preferencial pero no exclusivamente, de temas históricos. Las noticias del coronavirus y del “ñeñe” aumentan todos los días y desbordan cualquier análisis para un artículo semanal, que puede aparecer inexacto.
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