La pandemia nos hizo reevaluar algunos profundos paradigmas culturales, al obligarnos a cambiar varias de nuestras costumbres, algunas tan simples como dejar de darse la mano al saludar o tener que lavarse constantemente las manos o portar, al salir a la calle, un tapabocas en el rostro, simplemente, se convirtieron en rutinas que quizá, estarán mucho tiempo entre nosotros.
La educación tradicional también se enfrentó a esos cambios culturales, en forma intempestiva y obligatoria.
Dejar de asistir a las aulas físicas, no interactuar con compañeros y docentes en forma presencial, participar de interacciones virtuales apoyadas en recursos digitales; estar permanentemente aislados de los demás, recreando el entorno escolar en algún espacio del hogar; lidiar con angustias existenciales, depresiones, apatías, carencias de distintas clases y otras situaciones al interior de la familia; se convirtieron rápidamente, en la nueva normalidad de los estudiantes y profesores.
Las familias también debieron cambiar sus rutinas, y la madre, padre, hermano mayor o cuidador, debieron enfrentarse a la tarea de acompañar a los estudiantes en su proceso de aprendizaje, tratando de facilitar lo que tradicionalmente es una tarea del profesor y de la escuela.
Lastimosamente, y a pesar del esfuerzo de docentes, estudiantes y familias, la pandemia no solo causó y seguirá causando estragos en la salud física y mental de los ciudadanos, y en la economía nacional; también son muchos los estragos causados en la educación, vacíos que se verán reflejados en los procesos formativos posteriores de nuestros niños, adolescentes y jóvenes: atraso en los procesos formativos, deserción, apatía generalizada, entre otros.
En un mundo ideal, la pandemia no habría sido un motivo de atraso en los procesos de enseñanza-aprendizaje, pero en un mundo ideal no está contemplada la realidad colombiana:
Ese mundo ideal no es el que la ministra de educación y sus asesores nos quieren hacer creer cuando hablan de millonarias inversiones en el sector. Colombia tiene un atraso de décadas en la educación pública que podría generar extensos debates de un extremo al otro del espectro político del país, pero es en últimas, el magisterio el llamado a replantear la política pública de la educación a nivel nacional.
Mientras nos desgastamos corriendo con estadísticas tomadas de las evaluaciones externas e internas de las IE oficiales; agobiados por toda clase de actividades propuestas por el MEN y otros organismos nacionales e internacionales que muchas veces no tienen nada que ver con los planes de estudio o la formación integral (Día E, índice sintético de calidad) y, mientras nos desgastamos intentando entender cuál es la mejor opción pedagógica o didáctica para trabajar con nuestros estudiantes; los docentes no estamos viendo con claridad el horizonte hacia el cual debe dirigirse la política educativa del estado colombiano. Hemos dejado la política educativa en manos de toda clase de asesores nacionales y extranjeros, de los cuales la inmensa mayoría son profesionales de otras áreas, que nada tienen que ver con la pedagogía. El MEN ha permitido que esta brecha sea cada vez más amplia, y los docentes lo hemos permitido al no proponer esa política integral de educación oficial que tanta falta nos hace.
El magisterio tiene una tarea pendiente y es la de proponer un discurso integral pedagógico de carácter nacional y regional, que parta, en un encadenamiento armónico y secuencial, desde la educación de la primera infancia hasta el doctorado. En otras palabras, una ley de educación oficial que una y articule todos los niveles de la educación colombiana que hoy están divididos y desarticulados: preescolar, básica primaria, básica secundaria, media, formación técnica, pregrado y posgrado, como un todo, con un solo gran objetivo: formar los ciudadanos que necesita este país para salir del sistema tercermundista.
Un solo modelo pedagógico integral que abarque desde el jardín hasta las investigaciones de post doctorado.
Así, nos evitaríamos perder el tiempo con múltiples actividades copiadas de otros países con procesos culturales y sociales muy distintos al nuestro.
La pandemia nos ha puesto a pensar en otras formas, en otros discursos y en otros objetivos; no desaprovechemos la oportunidad de proponer los cambios profundos que necesita la educación para el país de nuestros hijos.
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