Para conocer la historia -hasta la familiar- hay que investigarla. No se puede aceptar como verdad revelada todo lo dicho antes, porque hay quienes tapan algo o aumentan hechos que jamás ocurrieron. Por ejemplo, en las muchas biografías de Simón Bolívar (de moda con la serie de Caracol-Televisión) se dijeron fantasías que nunca pasaron… ni siquiera por la mente de él.
Pocas personas tienen esa sensibilidad para interesarse por el pasado y muchos piensan que es una perdedera de tiempo gastarle energías a lo que ya pasó y no tiene remedio. Me consta que eso ocurre, porque tengo a la historia como una vocación tardía y observo que a casi nadie le interesa, mucho menos a las nuevas generaciones que ni siquiera saben cómo se llamaban sus abuelos… o quiénes fundaron esta ciudad en la que nacieron o residen.
Acaba de fallecer Doña (así, con mayúsculas) Lucy Murgueitio Mendoza de Montoya, presidente del Centro de Historia de Cartago y considero que, de entre sus muchas virtudes ejemplarizantes, el amor -casi veneración- por sus antepasados y por el suelo que pisaron son su gran enseñanza, que nos deja como legado a todos, inclusive a aquellos que ni bolas le paran a estos asuntos. Con el paso de los años algunos irán entendiendo la importancia de ocuparse de la historia y ese es mi caso.
La conocí en asuntos diferentes: en la campaña para la reelección como presidente de la República del doctor Carlos Lleras Restrepo, cuando constaté su temple, su carácter erguido. Hubo dos grupos, uno encabezado por su pariente Julio Mendoza Durán; y el otro liderado por Marino Rengifo Salcedo, en el que yo militaba pero intentando buscar su unión para lograr un resultado favorable en la consecución de curules en el concejo de nuestra ciudad. “Gustavo: la carnada se pone adelante, no atrás”, me dijo con su siempre amplia sonrisa y así fue. Para lograr ese trabajo conjunto, aceptamos que ella encabezara la lista… y conseguimos solo ese renglón.
Luego, en el grupo que se rebeló contra la feria de los ejidos del municipio hecha por un alcalde advenedizo, pero títere de un politiquero local (la famosa venta de los lotes a peso), nos volvimos a encontrar y logramos una gran visibilidad, que ni siquiera como seguidores de Lleras habíamos tenido. Pero ella entregó todo ese trabajo a otro politiquero liberal en otras elecciones, con la contraprestación de algún renglón en su lista para el concejo… y hasta allí llegó nuestra afinidad política.
Con la empañetada de la Casa del Virrey -en la que yo no estuve inicialmente de acuerdo- tuvimos un muy fuerte enfrentamiento público a través de medios de comunicación locales, pues ella sí la aceptó desde un principio. Sostuve que con esa tapada de los ladrillos y piedras de su fachada con pintura blanca, me borraban todos los recuerdos de mi infancia. “Necesitaré sicólogo”, dije. Luego tocó rendirme ante la evidencia de que nuestro monumento nacional sí lució de blanco, aunque no sé si originalmente porque la fotografía no se había inventado todavía a finales del siglo 18, cuando se construyó esa edificación. Años después, un amigo mutuo me contó que oyó la fuerte discusión entre ella y el arquitecto, cuando éste le anunció esa empañetada. A ella le pregunté si eso era verdad y con su misma sonrisa aplastante me dijo que no, que siempre aceptó esa idea.
Cuando averigüé acerca de mis antepasados cartagüeños -solo sabía de mi bisabuela materna- y comprobé que se remontan hasta la fundación de Cartago (como sus Mendoza), la entendí en toda su dimensión. Es que al constatar eso, sentí más amor por ésta mi cuna, el mismo que ella le restregaba a todos y por eso algunos no la quisieron mucho. Parecía como si estuviera “negriando” a quienes no exhibieran al menos abuelos cartagüeños… y no era así. Simplemente exigía respeto por la historia de nuestra ciudad y que, los que no tenían estos ancestros, debían practicar aquello de que “al país donde fueres… has lo que vieres”. Es que sobran los que creen que Cartago apareció cuando ellos llegaron.
No sé si Lucy se adentró completamente en la historia de sus ancestros, como los Murgueitio y los Sanzena. Porque el general Pedro Murgueitio no fue su antepasado directo, sino colateral. De él nunca oímos hablar en nuestras clases de historia y, menos, que fuera edecán de Bolívar. Tampoco que José María Obando lo calificara de traidor, cobarde y otros insultos, en un libro que publicó como su defensa ante las acusaciones del propio Murgueitio de que había sido el autor intelectual del asesinato de Antonio José de Sucre.
Y Sebastián Sanzena nunca fue alférez real y su apellido era así y no Marisancena. No hay un solo documento (no lo conozco, a pesar de haber sido ratón de biblioteca en los archivos históricos) en el que se lo mencione como tal… y menos real. Sí como Juez Poblador, pues fue el fundador de San Sebastián de la Balsa, hoy Alcalá. Su padre fue escribano público -notario- en nuestra ciudad, siempre se firmó Sanzena y en su testamento se dice que fue hijo y nieto de españoles con este mismo apellido. El “de Mar y” se lo inventó Sebastián, pues tampoco aparece por ninguna parte el documento que hable de este cambio legal de su apellido.
Ella exhibía en su hogar (los últimos finales de año fui invitado a cenar, tal vez al enterarse de nuestro lejano parentesco por el Sanzena) los óleos con los rostros de estos personajes. Y vale “güevo” que uno fuera lo que dijo Obando y el otro un soberbio mitómano. Es que sí tenía su sangre… y eso basta. Tejiendo hermosos bordados -su otra gran pasión-, diseñados con exquisito gusto, sentía que había cumplido con sus ancestros. Y ese es el ejemplo que nos deja… nuestra Gran Enseñadora.
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