Diariamente, escuchamos el programa del señor presidente Duque, con su informe cargado de optimismo, en esta época de pandemia, aunque la inversión en las regiones sea mínima o no exista; con un ministro de economía preocupado por proteger los intereses del sector financiero, aunque eso signifique empobrecer más a la población, y unos datos poco creíbles del DANE, justo antes de los noticieros de los distintos canales de la televisión colombiana. Diariamente.
Diariamente, vemos los noticieros de televisión y escuchamos los de la radio, y nos enteramos de las cifras que cada día se elevan más y más, de personas contagiadas y fallecidas a causa del COVID-19, tanto en Colombia como en el mundo, con la pesada carga de angustia y temor que deja en la población aislada en sus casas, una secuela de enfermedades mentales y sociales que no se han vislumbrado con claridad, aún. Diariamente.
Diariamente, leemos, vemos y escuchamos, multiplicidad de teorías en internet, que nos hablan de conspiraciones, de manipulación de la población a manos de los Illuminati y otros masones, de extraterrestres, de la CIA y de otras organizaciones, que quieren gobernar el mundo con menos gente, algunas más creíbles que otras, y que ayudan a enfermar más a la población con otro virus: el de la desesperanza. Diariamente.
Diariamente, vemos las banderas rojas en las fachadas de muchas viviendas, llamando la atención de las autoridades, en momentos en que necesitan alimentos y otras ayudas, por culpa del aislamiento social; vemos a las personas haciendo largas filas para ingresar a los supermercados, con el tapabocas en sus rostros, como en una economía de guerra; Vemos a los migrantes venezolanos huyendo de la miseria de su país y del coronavirus en el nuestro, sin más esperanza que la de vivir un día más. Diariamente.
Todos los días escuchamos de políticos y funcionarios corruptos que desangran el presupuesto del país y espacialmente, el de las regiones; sin que el gobierno nacional haga nada más que observarlos; igual ocurre con los gobernadores departamentales, ensimismados en sus intereses políticos, miran para otro lado cuando eso ocurre.
Y ahora, que todos estamos maniatados por el coronavirus, el aislamiento social, la desinformación, la angustia, el temor, las dosis diarias de decretos presidenciales, el descalabro económico y el paulatino pero certero deterioro de los lazos sociales con otros, tampoco vemos un futuro político distinto a lo de siempre: desinterés por gobernar con sentido común y con justicia para todos, apatía por generar nuevos procesos económicos, culturales, tecnológicos, científicos, educativos…,y estupidez de quienes tienen, por ostentar altos cargos, el deber de dirigir a este país bautizado con el apellido del tercer mundo y el apelativo de subdesarrollado, hacia otros horizontes que nos saquen de la miseria, del atraso y el oscurantismo en que vivimos.
Seguramente, el coronavirus será el caballito de batalla para endeudar al país, al punto de sofocarnos con intereses impagables ante el FMI y ante la banca internacional; seguramente, el coronavirus será la excusa perfecta para no invertir en las regiones ni en la ciudades pequeñas y en los municipios más pobres; seguramente, el coronavirus será el argumento para feriar las empresas del estado con el fin de que pasen a manos de las multinacionales amigas de los que manejan el país.
Mientras todo eso llegue a salir a la luz pública, claro, en noticieros diferentes a los de los dos canales de televisión más importantes del país, seguiremos diariamente sumidos en la angustia, en el empobrecimiento y envueltos en las mentiras de los gobernantes, que por mala fortuna, debemos soportar en nuestro país, diariamente.
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