Hablando de símbolos, hay que recordar que nadie jamás -ni siquiera el historiador de campanillas que fue Juan Friede- pudo encontrar, ni en los archivos de España, la “Cédula Real” por medio de la cual dizque el rey Felipe II le concedió escudo de armas a Cartago.
Los símbolos, entre los cuales se encuentran los escudos, los himnos y las banderas, tienen una importancia que trasciende el idioma y son algo así como un lenguaje universal, que todos reconocen y entienden. Si no me equivoco, hay ya hasta una ciencia -la semiología- para su estudio e interpretación.
Es por eso que uno observa, por ejemplo, en los noticieros internacionales de televisión, que en lugar del nombre de un país cualquiera, aparece su bandera para entregarnos los informes acerca del valor de cada moneda. Hasta las promociones comerciales -de colecciones de música, valga el caso- se manejan ahora en esos medios masivos de comunicación audiovisual con el símbolo que distingue a cada nación, casi siempre la bandera, para informar cuánto valen en cada una de ellas esos c.d. o esos videos.
Tienen pues esos signos una importancia muy grande, que en la mayoría de las veces se confunde con la historia misma de los pueblos. Por ejemplo, el escudo de armas de Inglaterra tiene sus lemas “Dios y Mi Derecho” en francés -“Dieu et Mon Droit”-, que se habló allá hace muchísimos años y que ni el paso de los siglos, ni las guerras entre ambas naciones, lograron borrar de ese escudo inglés. Y me parece que la bandera de Alemania ha sido la misma antes, en y después de su división en dos repúblicas, con regímenes tan diferentes, como lo fueron la federal y la comunista.
La sensibilidad que producen en los habitantes de cada nación esos símbolos -su identificación con ellos- es tan grande, que podemos recordar casos: como la paliza que le propinaron hace años los venezolanos a un cantante colombiano de vallenatos, porque éste creyó que le rendía un homenaje a los vecinos si cantaba su himno nacional acompañado de un acordeón, cosa que ellos consideraron un insulto y se desquitaron dejándole “las tapas” moradas, que él, inclusive, nos mostró a todos los colombianos (como si fueran un trofeo) a través de la televisión. Y el de una conocida ex miss universo, de nacionalidad chilena y apellido Bolocco, que también se equivocó al creer que rendía un tributo de admiración a la patria de su prometido, el ex presidente argentino Carlos Menem, apareciendo vestida con una reducida prenda que tenía los colores de la bandera de ese país, vestido diseñado además por un argentino. Pues los compatriotas de Gardel le armaron tremendo escándalo que por poco se le tira el matrimonio.
Hace años se propuso cambiar el himno de Cartago -que casi nadie conoce y, por lo mismo, son muy pocos los que lo cantan en los actos públicos- aprobado por acuerdo del concejo municipal. Claro que las cosas se deshacen de la misma forma en que se hacen y si existiera consenso para cambiarlo, bastaría la presentación, discusión y aprobación de otro proyecto de acuerdo en el concejo municipal de Cartago, que contenga la letra y la música del que se escoja. A mí me parece que esa propuesta no tuvo el debate suficiente y habría sido muy conveniente que los señores periodistas hubieran entrevistado a personas versadas en letras y músicas, ojalá de himnos, para que los legos en estas materias tengamos los suficientes elementos de juicio como para asumir una u otra actitud, a favor o en contra de esa idea.
Porque lo que se ha dicho es que la letra de nuestro himno es muy rebuscada y que su música es todo lo contrario -demasiado elemental-, hasta el punto de que algunos la comparan con la primera lección de un aprendiz de solfeo y que se interpreta con 4 dedos de una sola mano.
Lo que yo sí creo es que, si se decide cambiar la letra, debe ser en su totalidad, pues me parece por lo menos inelegante enmendarle la plana a Don Luís Alfonso Delgado -que de eso sí sabía-, máxime cuando ya está muerto. Además, habría complicaciones con la ley de derechos de autor, que defiende las obras producidas por el caletre de quienes se han arriesgado a hacerlas.
Y hablando de nuestros símbolos, hay que recordar que nadie jamás -ni siquiera el historiador de campanillas que fue Juan Friede- pudo encontrar, ni en los archivos de España, la “Cédula Real” por medio de la cual dizque el rey Felipe II le concedió escudo de armas a Cartago, por lo cual este hermoso, muy hermoso símbolo nuestro, es apenas una leyenda y no un dato histórico.
Recientemente, me enteré que en el Archivo Real de Simancas (creado por este rey) podría estar esa cédula. Pues me comuniqué con esa dependencia y, muy rápidamente, una funcionaria de nombre Isabel Aguirre me informó que: “La concesión de privilegios a particulares o escudos de armas a ciudades se otorgaba utilizando una Real Provisión y no Real Cédula. Las Reales Provisiones despachadas por el Consejo de Indias no se conservan en Simancas. En el Archivo General de Indias tienen un fondo denominado Escudos y Árboles Genealógicos”.
Pues entré a la página web del AGI -Archivo General de Indias- en Sevilla (España) y… nanay cucas. No aparece el documento mediante el cual dizque Felipe Dos le concedió ese escudo a Cartago. “O séase”, que sigue siendo una leyenda… y no un hecho histórico. Hasta mejor, pues de lo contrario los pereiranos habrían reclamado “un pedacito”, siguiendo con la manía de colgarle a su historia… la nuestra, como si fuera un llavero en la pretina. Y en cuanto a la bandera -¡por Dios!- ese tono, ese matiz de morado no se consigue en ningún almacén de telas, por más turco que sea el dueño. ¿Será por eso que los 9 de agosto casi nadie la iza?
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