Atípica forma de celebrar una fecha como la del día de las brujas o Halloween, con los niños encerrados en sus hogares y los adultos cohibidos para armar la rumba, no solo por la pandemia, también por la ley seca y el toque de queda.
En realidad, no hay de qué quejarse. El prohibir la celebración de esa fecha no debe ser motivo de tristeza o rabia, por el contrario, debe ser acogida esa prohibición como la oportunidad de ralentizar las cifras de contagios de coronavirus y también como un momento de reflexión sobre una fiesta popular que invoca a oscuras fuerzas que, ingenuamente, minimizamos a una fiesta infantil a la que se tiene derecho.
Las máscaras y los disfraces nos esconden de los otros y nos dan el pasaporte para actuar de formas que cotidianamente, no tendríamos. Pero, son esas mismas máscaras y disfraces lo que debería evitarse, especialmente con los niños, quienes inocentemente acuden a un carnaval que personajes siniestros fomentan porque es un excelente negocio o, peor aún, es una fecha importante para los adoradores de diablos y de diablas.
En fin, más allá de moralizar sobre el día de las brujas, deberíamos llamarlo el día de los políticos colombianos, si, así debería llamarse, porque ¿Quién conoce a un político sin máscara? Nadie. Todos los políticos colombianos no solo tienen una máscara que oculta su desinterés y apatía, también están disfrazados con la piel de oveja que oculta al monstruo corrupto y clientelista, capaz de devorar sin piedad lo poco que sus antecesores hayan dejado intacto.
O deberíamos llamarlo el día de los colombianos, si, así como los políticos se ponen la máscara y el disfraz de honestidad y legalidad, los colombianos también andamos para arriba y para abajo con unas máscaras de buenos ciudadanos que asombran. Máscaras del respeto, máscaras de la honestidad, de la tolerancia, de la solidaridad, máscaras de paz, máscaras para todo, cuando en la realidad se corroe internamente, la ciudadanía, la nacionalidad, el amor por la naturaleza, por la ciudad, por el campo, por la cultura propia. Seguramente, es necesario ponerse una o mil máscaras porque es la forma de justificarnos como la buena sociedad que no somos.
Así, que las brujas en su día, deben estar felices viendo nuestras máscaras y disfraces. Claro, han hecho bien su trabajo.
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