Si el trasteo de una familia en la misma ciudad es algo engorroso y hasta traumático, imaginémonos el traslado de una ciudad completa a otro sitio aunque sea cercano y, sobre todo, si en el de su fundación llevaba 151 años. Fue el caso de Cartago el 21 de abril de 1691, cuando llegaron todos los habitantes que todavía había en donde hoy queda Pereira.
Desde hacía décadas, en el actual asentamiento de nuestra ciudad y que se llamaba “Las Sabanas”, habitaba la mayoría de cartagüeños que se vinieron por la decadencia de la ciudad, causada no tanto por la joda de los pijaos -como se ha repetido hasta el cansancio-, sino debido al cambio de modelo económico por la vertiginosa desaparición de los aborígenes, pues se pasó de una agricultura de consumo a la ganadería como labor de subsistencia.
Sobre todo después de la eliminación del peligro que representaron las tribus belicosas, pues las encomiendas que aquí existían (régimen de la conquista española, mediante el cual se entregaban por una o dos vidas a los fundadores y sus hijos extensas tierras, con indios encomendados a ellos) fueron convertidas en explotaciones ganaderas que comenzaron a tributar al tesoro de la ciudad. Fue el caso de “El Naranjo” -hoy Obando- concedida a Don Miguel De la Yuste en pago de su labor como Tesorero de la Caja Real por espacio de 15 años y que heredó su hijo mayor, el Maestre de Campo Marcos De la Yuste. O la de “Vía” -la actual Dosquebradas, según Juan Friede- cuyo encomendero fue otro hijo, el Capitán Miguel.
Hubo, inclusive (por la recepción de estos impuestos), un pleito entre Buga y Cartago -que colindaban, pues los municipios que hoy existen entre ellas no habían sido fundados- en el que se disputaron la actual Zaragoza, que se llamaba “El Llano de Buga”. Iniciado en 1635 y después de una inicial adjudicación a Buga, por la desidia de Cartago que no apeló esa decisión, el virrey José de Ezpeleta, cien años después, finalmente dictaminó a favor de nuestra ciudad, ya trasladada a su nuevo emplazamiento. El problema de ese límite era muy importante, pues fue el mismo de las Reales Audiencias de Santafé y de Quito. De Buga hacia el sur pertenecían a esta última, mientras de Cartago hasta Antioquia lo eran de la primera.
Dijo el historiador Juan Friede en “Historia de la antigua ciudad de Cartago” que: “Ya conocemos la historia de Cartago, el fin de su privilegiada situación en el camino a Santa Fe, el cierre de la Casa de Fundición y de la Caja Real, y la pérdida de su importancia como centro colonizador. Emplazada fuera de las grandes vías comerciales, con escasa población indígena en sus inmediaciones, sin apreciables minas de oro en sus proximidades y expuesta además a las continuas incursiones y ataques de los pijaos, la ciudad perdió su razón de ser (…) Por otra parte, la progresiva disminución de la población indígena obligó a los vecinos de Cartago a dedicarse cada vez más a la ganadería, y las grandes y fértiles extensiones de terreno situadas hacia los ríos La Vieja y Cauca -Las Sabanas- comenzaron a ejercer una atracción irresistible. A mediados del siglo 17, la población ya estaba concentrada en Las Sabanas, distantes de Cartago 7 leguas (…)”.
De manera y razón que nuestra ciudad ha cambiado varias veces su tejido social, esto es, el origen, ocupación y anhelos de sus habitantes, tema del que se viene ocupando el candidato a la alcaldía de Cartago, ingeniero Benjamín Agrado Restrepo, con su propuesta de recomponer ese tejido social… y que nos ha puesto a pensar a todos. Inicialmente, era el prehistórico de los indígenas, desplazados por los españoles fundadores, quienes a su vez en parte lo fueron por otros de sus congéneres, a los que Belalcázar adjudicó encomiendas sin haber estado entre los que ya habían llegado.
Luego, otro en el que no hubo cambio de personas, sino de entorno geográfico y de clima, con el traslado de Cartago a las orillas de dos ríos -La Vieja y el Cauca-, que demoró diez años después de haber sido concedido legalmente por licencia de la Real Audiencia del 18 de diciembre de 1681 y ante la petición de 46 ciudadanos que elevaron ese memorial desde el 2 de junio de 1679. Los comerciantes no estaban de acuerdo con abandonar el sitio original de fundación no obstante que, con la construcción de la vía a Popayán por el sur del Huila, a Santafé le quedaba más fácil ese tránsito que por el Camino del Quindío que atravesaba la antigua Cartago y que fue una de las causas de su decadencia.
Y el actual tejido social es la mezcla de esos primeros habitantes con los descendientes de la inmigración antioqueña, que se comenzó a dar a finales del siglo 19… y aún no ha terminado. Ellos llegaron con sus propios valores culturales -distintos a los de los raizales-, que determinan sus ocupaciones y sus anhelos. Nuestra identidad es, pues, una combinación de varias hebras de múltiples colores que la han formado y que es necesario recomponer, porque la actual situación socio-económica lo está exigiendo… y a gritos.
Por eso quiero pedir -también casi a gritos- que los sociólogos se ocupen de este tema. Ellos pueden darnos luces acerca, no solo de nuestro presente basados en el pasado investigado por los historiadores, sino de lo que nos deparará el futuro. Es que aquí sobran “politólogos de cafetería o de banca de parque” y algunos, inclusive, se creen con los méritos para ser nuestros dirigentes sin saber siquiera… en dónde están parados.
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