En la primera vuelta por la presidencia, se derrumbó la estantería fiquista y todavía sobre el estruendo de la caída, Federico Gutiérrez, salió a los medios de comunicación a anunciar: «Quiero expresar públicamente que nosotros no queremos perder el país y que no vamos a poner en riesgo el futuro de Colombia, de nuestra familias y de nuestros hijos. Y por eso, Rodrigo y yo votaremos por Rodolfo y Marelen el próximo 19 de junio. Nosotros no somos, ni jamás seremos indiferentes al futuro de nuestro país, y queremos lo mejor para Colombia. La democracia se cuida y se respeta y esas son las reglas del juego».
Y aunque los colombianos siempre razonamos, que los políticos son así, uno no entiende cómo sin titubear, Gutiérrez anunció esta decisión cuando pocos días atrás le había dicho a Hernández, «que era un falso mesías de la lucha anticorrupción, que posa de moralista y es quien tiene el mayor caso de corrupción y está sindicado por la Fiscalía y por la Justicia».
Palabras que para quienes están en contienda apenas son caricias, que les hacen sus contrapartes en la lucha por alcanzar el primer lugar.
Pero como el santandereano no es ningún «pingo» y sabe camuflar sus reacciones dijo luego de la adhesión pública, que había llamado a Federico Gutiérrez porque «Soy agradecido. Yo recibo los votos pero no cambio el discurso”.
El panorama actual nos presenta, luego de las elecciones primarias para la presidencia a dos candidatos: Gustavo Petro y Rodolfo Hernández. Hombres de pensamientos disimiles y formas de analizar el país desde ópticas totalmente opuestas.
Los colombianos escucharemos durante estas semanas que faltan para la segunda vuelta, a Rodolfo Hernández con su palabreo desabrochado, con su letanía anticorrupción, con su cacareada alianza con el pueblo, tratando de disfrazar su misoginia, su machismo, su falta de respeto por los explotados pues el mismo ha practicado la explotación durante lustros y será en las emisoras del país que haga lo que le falta de campaña pues lo más seguro es que nunca se enfrente en debate al candidato Gustavo Petro. Y a sus toldas irán llegando los mismos que él vapuleó hace poco, pidiendo algo de migajas de poder que tanto van a extrañar si es que el ingeniero logra los votos que lo hagan llegar a la presidencia.
De otra parte, muy seguramente Petro, enfilará toda su artillería verbal y conceptual a convencer a los indecisos para que se sumen a su propuesta dejando de lado los temores al cambio; pondrá todo su empreño en tratar de desdibujar en los colombianos ese fantasma que se ha creado en torno a lo que pudiera ser su gobierno. Buscará borrar el espanto creado sobre las expropiaciones, de la venezualización de Colombia, de los riesgos de la estabilidad económica del país, de su pasado de militante del M19.
Seguramente seguirán firmes en su decisión de llevar a la presidencia a Gustavo Petro, la inmensa mayoría de los colombianos que estamos sumidos en la desesperanza ante los modelos de gobierno de los últimos años; también seguirán firmes quienes están cansados de la abismales desigualdades sociales y económicas, los que están hartos de la corrupción cínica, repetitiva y entronizada en casi todos los estamentos gubernamentales.
Faltan pocos días para que se dirima esta contienda entre dos hombres que tienen formas diferentes de ver el país y de gobernar –ambos ya fueron alcaldes- entre estas dos maneras de hacer política y buscar el mejor estar para quienes habitamos esta nación.
En muchos anida la esperanza y votarán para que esta Colombia sea diferente, otros, conformes con lo que viven, querrán que sigamos lo mismo que hoy, pero lo cierto es que nunca antes ha existido una oportunidad de un cambio como en esta ocasión.
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