Rana toro a la carta, en el Batallón Vencedores de Cartago

Samuel Estrada Buriticá | Cartago | 02 ABR 2015 – 6:24 am

Hacia las 7.00 de la noche se rompieron las filas del pelotón de turno en el Batallón Vencedores de Cartago para esperar la llegada de los señores de la CVC, quienes irían esa noche por los «monstruos” que se encontraban en el lago.

La exquisitez de lo exótico. Un depredador, sencillamente delicioso y nutritivo

Un lugar envuelto en el misterio durante los últimos meses, no sólo por los inexplicables ruidos que sacrificaban su sueño, sino por las extrañas desapariciones de los patos con que jugaban sus niños cuando iban de visita.

“Óigalas, lanza; deben ser inmensas”, le dijo Ramírez a Cardona, cuando el sargento Dávila llegó con los esperados visitantes: “Atención; les presento a Luís Villalba y a Jhon Aldana; ellos vienen de la CVC y nos van a ayudar con el problema”.

Eran dos señores vestidos lo más de raro, con fusiles y arpones en mano y con unas linternas en la frente que les evocaban aquellas interminables noches de batalla, donde las ansias de vencer al enemigo no dejaban espacio para el sueño y el hambre.

“Ahora sí se vino la contra”, le respondió Cardona a Ramírez, cuando el mayor de los visitantes, el de apellido Villalba, los interrumpió con el saludo: “Señores, buenas noches; hoy vamos a capturar uno de los depredadores más temidos en la región: La rana toro”.

“¿Rana toro?, pensó Ramírez; no hay duda, deben ser inmensas y hasta cachos deben tener ¡qué miedo esos animales!”. Habían pasado ya varios minutos mientras el uniformado se imaginaba al mítico depredador, cuando el sargento Dávila les habló de nuevo.

“Vámonos para la zona del lago que la cacería va a comenzar. Beltrán, usted se va con Badillo para que acompañen al señor Aldana, quien se va a meter al agua para cogerlas; el resto se queda en el samán, esperando a que lleguen con los animales… ¡Atento, Ramírez!”.

“¿Atento? Hágale usted”, le susurró Ramírez al negro Tarras, quien de inmediato se negó: “Suerte lanza, esos animales son dizque venenosos y a mí me da mucho miedo”. No habían terminado de evadir la orden cuando llegaron con el primer viaje.

Aldana les pidió que abrieran un espacio porque iban a comenzar a arreglarlas. Eran como tres o cuatro ranas muy grandes, sobre todo una que fue la primera en pasar por las manos de Villalba, quien en menos de cinco minutos la dejó lista.

Un momento, ¿Lista para qué?, preguntó Ramírez con la voz entrecortada. “Pues para arreglarla”, le respondieron Villalba y Aldana. “¿Arreglarla? No entiendo ¿Fue que se dañó?”. “No hombre, para la comida de ahora”. “¿Comida?”, se preguntaron todos al unísono.

Esa palabra desató un aterrorizado “¿Cómo se le ocurre?” por parte de los presentes, quienes se negaron rotundamente hasta que llegó doña Marcela, la esposa del coronel Villegas, en compañía del sargento Henao, encargado del casino de oficiales, para proseguir con la tarea.

“El Comandante les envía saludos; viene en camino desde Cali y dice que vayan comiendo y que le guarden un poquito”, les dijo la señora, mientras se dirigían hacia la cocina del casino, la verdad, no muy convencidos con la invitación.

Cuando llegaron al lugar encontraron a Villalba y a Aldana lavando, despresando y adobando a los supuestos monstruos. “Venenosos no, deliciosos sí y mucho; los vamos a sorprender”, les dijeron los cazadores que ahora se habían convertido en expertos cocineros.

“Ramírez, lávese bien las manos y agrégueles hierbas de las que trajo el doctor Bermúdez, porque el aceite ya va a estar”, dijo doña Marcela, quien minutos después estaba disfrutando del exquisito manjar, en compañía de sus hijos Nicolás y Martín, al igual que varios de los uniformados.

Fue así como terminó aquella noche, cuando el hambre y la curiosidad vencieron el miedo y todos, incluyendo a Ramírez, disfrutaron de las delicias de la rana toro, un animal que no se merece tantos temores, ya que es un depredador, sencillamente delicioso y nutritivo.