Mientras enseña uno de los siete tipos de vino que vende en su pequeño local, Augusto Quintero piensa que La Unión, este pueblo del norte del Valle donde nació hace ya 64 años, se la ha pasado el último medio siglo engañando a la tierra.
Es que la uva, siendo honestos —dice— es un fruto que necesita de las cuatro estaciones para poder cosecharse
Es que la uva, siendo honestos —dice— es un fruto que necesita de las cuatro estaciones para poder cosecharse. Pero aquí se la han ingeniado para que crezca con 40 grados de calor.
Esa es la temperatura que acosa al municipio la mayor parte del año. Entonces no queda de otra que recurrir al ‘embuste’: “para simular el invierno se riegan muchísimo los cultivos. Para que parezca el otoño se les cortan las hojas a las matas. Y por eso es que la uva crece”.
Crece tanto y tan bien que además de vinos, don Augusto le puede vender a usted néctar de uva por litros; lo mismo que arequipe, mermelada y yogur con sabor a este fruto.
Del techo de su local penden generosos racimos de uvas rojas y verdes que él comercializa por mucho menos de lo que pueden pedir en un supermercado caleño: unos $3000 la libra.
Y en la esquina, varias bandejas repletas de esa uva negrita, la ‘Isabella’, “buena pa’ subir las defensas y las plaquetas, curar la anemia y servir de antioxidante”, como les repite el hombre a sus compradores.
Al pueblo regresaron los buenos tiempos. Los días en que se investigaba para lograr mejores cepas. Los días en que el trabajo era tanto que se empleaban lo mismo el padre, que la madre y los dos hijos.
Los que soplaban antes de que estallara la crisis del Grupo Grajales, por allá en mayo de 2005, cuando la empresa fue intervenida por la Dirección Nacional de Estupefacientes tras ser infiltrada con plata del extinto capo Iván Urdinola. Fue el inicio de un largo bloqueo comercial y financiero. Y la entrada a un club del que nadie quiere hacer parte: la Lista Clinton.
Fue también una dura bofetada que les dolió a todos aquí. A los dueños, claro, que vieron restringidas sus operaciones financieras (depender solo del Banco Agrario y solo poder mover dinero en efectivo) y sintieron el rechazo de muchos. “Con ustedes nosotros no hacemos negocios”, les repitieron muchas veces.
Y a los trabajadores. En un municipio con una tasa de desempleo menor al 4 % y donde entraban hasta tres sueldos a una misma familia, que la empresa para la que laboraran se viniera a pique era transitar el camino hacia la ruina. En La Unión unas 3500 personas lo vivieron.
Bajo temperaturas que casi llegan a los 40 grados pobladores de este municipio del norte del Valle viven del cultivo de gran variedad de uvas. Historias del fruto que le ha dado de comer por muchos años a pobladores de esta zona del Valle.
Lo recuerda Amalia Victoria, que para entonces se ganaba la vida con una heladería visitada por decenas de turistas que llegaban atraídos por un paisaje dominado por el río Cauca y un verde valle y la posibilidad de conseguir buen vino y un par de noches cómodas en el célebre hotel Los Viñedos.
Atraídos también por una larguísima tradición. La que fundaron los hermanos Alberto, Luis, Gerardo y Agustín Grajales Hernández, los primeros que entendieron que se podía ‘engañar’ esta tierra caliente y cosechar la vid.
La historia ocurrió así: el primero de ellos, enfermero, cuidó por varios meses de un ciudadano español en el vecino municipio de Bolívar. Agradecido y aliviado, el extranjero le enseñó a Alberto cómo cosechar industrialmente la uva, tal como él lo hacía al otro lado del Atlántico, y le dio la materia prima necesaria para su propio cultivo.
Y ese sería el comienzo de muchas cosas: de una empresa que, desde el norte del Valle, pondría a comer uvas a todo el país; de una fábrica de vinos, de un hotel, de una planta de procesamiento de fruta. El Grupo Grajales suma en total 57 compañías.
“Todo eso se vino a pique cuando comenzó la crisis. Nadie quería venir por acá. Creían incluso que esto era una tierra de mafiosos. Y, como tanta gente se quedó sin empleo, terminó yéndose a otras partes a buscar futuro. La Unión —rememora ella— quedó convertido casi en un pueblo fantasma y los supermercados se llenaron de uva importada (chilena y peruana) porque aquí no había quien la produjera”.
Es un recuerdo parecido al que se le viene a la cabeza hoy al ingeniero agrónomo Alberto Figueroa: “este era un pueblo alegre, rumbero. Venía gente de otros pueblos a pasarla bueno aquí. Pero de repente ya ni música se escuchaba. Y lo que uno veía eran locales y locales comerciales que cerraban. Ya no había gente que entrara a ellos”.
Sentado en un salón de juntas de la empresa Grajales, donde trabaja como jefe de producción desde este año, asegura que él mismo decidió renunciar en plena crisis porque no había con qué dar resultados. Ni insumos, ni personal. Ni siquiera tierra. De las 300 hectáreas que tenía la empresa con cultivos de uva, solo sobrevivieron 50. A las demás las invadieron las plagas.
¿Qué permitió entonces el milagro diez años después? ¿Cómo logró La Unión conservar esa larga tradición vinculada al cultivo de la uva y sentirse hoy orgulloso de no haberla perdido?
José Edier Cardona, gerente del Parque de la Uva, un espacio temático que ha recibido unos 38.000 visitantes desde que nació hace poco más de un año, piensa en esas preguntas.
“Las respuestas están en la actitud de la misma gente. Piense usted que durante más de 50 años esta ha sido una región con una alta vocación hortifrutícola. Se ha vivido principalmente de cultivar la tierra. Es lo que la inmensa mayoría sabe hacer. Además de uva, aquí se han sembrado maracuyá, melones, papaya, pero fue la uva la que nos enseñó que era posible vivir de cosechar frutas, de algo distinto a la caña, que es lo que se ve en el resto del Valle”.
Gente como Luis Amilcar Caballero, que ha sacado adelante a dos generaciones en La Unión a punta de uva. Él mismo la cosecha. Él mismo la comercializa. Y de paso le da empleo a su familia. Ahí está Wildermar, su hermano, el dueño de un viejo y despintado Renault con el que ha llegado a viajar hasta Valledupar sin más equipaje que 80 arrobas de este fruto que en los tiempos más prósperos consigue vender en menos de tres días.
Gente como Mauricio Sarria, integrante de una familia que por generaciones se ha dedicado al cultivo de la uva, y uno de los pequeños productores que en los tiempos de la crisis de Grajales supo sacar provecho: sabía que la empresa había dejado de introducir al mercado cuatro mil toneladas de uva. Entrar de frente al negocio era, sin duda, una oportunidad de oro.
O gente como Amparo Bolívar que nunca se alejó de los oficios que aprendió desde que era una niña; solo ejercidos por mujeres dada la delicadeza que requieren: el raleo, que consiste en retirar, racimo por racimo, los frutos dañados o los que pueden estropearlo y apretarlo. Y el saneo, que implica retirar los frutos que han sido mordidos por murciélagos o insectos.
En La Unión, pues, la crisis no consiguió acabar con una tradición. A nadie aquí se le olvidó cómo sembrar la uva, cómo cosecharla, ni venderla bien. El reto era reinventarse. Y lo lograron.
Que lo diga Deisy, que además de mermelada, arequipe y otros productos derivados de la uva, intuyó a tiempo que los nuevos consumidores buscaban también cómo conservar sus vinos. Por eso, en su negocio se puede tropezar con pequeños toneles para añejar, desde $120.000, y hasta muebles decorativos fabricados con los toneles grandes de madera que ya están en desuso.
Y aunque aún el Grupo Grajales permanece en la Lista Clinton y en un limbo jurídico que puede tomar años en resolverse, todos en el pueblo coinciden en que la gestión de Andrés Mejía, nombrado por el Gobierno como depositario mientras siga la intervención, ha puesto la casa en orden: si en 2010 las pérdidas sumaban $9251 millones, el año pasado las ganancias fueron de $6789 millones.
Las cifras que don Augusto lleva en su libreta son más modestas, pero igual de optimistas. Es que aquí, en La Unión, comer uva es una costumbre que nadie quiso quitarse de encima.
El Grupo Grajales produce al año dos cosechas que le aseguran una producción de 25 toneladas por hectárea.
El Parque de la Uva (que hace parte del Grupo), un complejo que busca mostrar el proceso de producción de este fruto y sus productos derivados, fue inaugurado el año pasado. Hasta el momento, ha sido visitado por 38.000 personas.
Casa Grajales (la fábrica de vinos) produce al año tres millones de botellas.
En su balance del año 2014 las ganancias que reportó Andrés Mejía, actual gerente del Grupo Grajales, nombrado por el Gobierno como depositario mientras dura la intervención de la Dirección Nacional de Estupefacientes, fueron de $6789 millones.
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