Las herencias indígenas y africanas se manifiestan en nuestra música. Los tambores y los instrumentos de viento, en ambos casos, nutren los ritmos autóctonos de Colombia, como la cumbia de la costa atlántica, el currulao de la pacífica y los bambucos, pasillos y guabinas de las cordilleras. No tenían ellos -antes de la llegada de los españoles- los de cuerdas, porque la guitarra, el tiple y la bandola son aportes hispanos.
Para quienes creemos tener oído musical (sin siquiera tocar maracas), es una delicia estética regocijarnos con esos ancestros musicales. En mi caso, creo que esa “facilidad” es herencia de mi padre que no tuvo dicha formación pero que demostraba -sin petulancia pero también sin sonrojos- la cualidad que, posiblemente, fue aprendida del entorno campesino de todos sus ancestros antioqueños de Rionegro y Abejorral, que luego se fueron desparramando hacia acá fundando tres pueblos.
En mi adolescencia, al escuchar la música de los años 60´s me concentraba, más que en la melodía de los instrumentos de viento o de cuerda, en el ritmo de las baterías, que significaron el aporte más trascendental a esos sones inolvidables, sin dejar de contar con los sonidos del saxofón que no fue herencia nuestra, sino aporte de los anglo-parlantes. Ringo Star -integrante de Los Beatles- fue todo un maestro arrancándole a la batería de los tambores que, también con platos y platillos de cobre, marcaban el paso a las melodías de los otros instrumentos y a las voces de John, Paul y George. Pero la música de César Costa, Enrique Guzmán, Leo Dan, Sandro, Leonardo Favio, Tormenta, Rabito, Sergio Dennis, Palito Ortega y otros, nos convencieron más por la potísima razón… de que cantaban siempre en nuestro hermoso castellano.
Y en inglés, amplié mis gustos con el canadiense Paul Anka, varias de cuyas exitosas canciones fueron interpretadas en nuestro idioma por el mexicano César Costa. Con apenas 16 añitos, este descendiente de inmigrantes llegados del oriente de Europa irrumpió con muchísima fuerza en los musicales de todo el mundo con su canción “Diana” que, después de tocar puertas de varias casas disqueras, fue por fin aceptada en una, catapultándolo hasta la cúspide. Y lo que más me atrajo de él… es que no es anglo-sajón, como tampoco Neil Sedaka, otro de los triunfadores en la competida música gringa.
En la hora de ahora se escuchan esos “ruidos” que llaman urbanos, que son un sonsonete y que demuestran la pobreza artística de quienes los interpretan, en letras y en música… si es que eso lo es. Hubo hace meses un video-caricatura de un anciano español y que circuló en lo que llaman redes sociales, en el que con toda la sátira, el sarcasmo y la mofa, se burló del tal reguetón tratando de enseñar cómo se puede componer eso. En un tablero escribió las frases más tontas que se le ocurrieron y tomando cada una sin ningún orden ni rigor, les añadió el mismo ritmo soso. Y hasta lo bailó, acompañado de otra anciana, moviéndose con la vulgaridad propia de esos intérpretes.
La semana que pasó, escuchamos a Carlos Vives anunciando un trabajo musical que trata de rescatar nuestros ancestros musicales, en compañía de un músico venezolano, con madre oriunda del Eje Cafetero y padre guajiro. Parece ser que han sido cuestionados por algunos puristas, que no entienden que nada se estanca y que, sin perder la esencia entrañable, se puede (yo diría que hasta se debe) vestir nuestra música con ropaje apropiado para la época que vivimos -nosotros y los jóvenes de hoy-, lo que permite su permanencia en los oidos de todos los colombianos… con los mismos tambores indígenas y africanos. Tenía razón Ortega y Gasset cuando dijo que: “El pasado tiene razón, la suya. Si no se le da esa que tiene, volverá a reclamarla y, de paso, a imponer la que no tiene (…) Con el pasado no se lucha cuerpo a cuerpo. El porvenir lo vence porque se lo traga. Como deje algo de él fuera, está perdido.”
Vives logró que la música del Maestro Escalona se escuchara en Europa. Y ahora recoge a otro autor vallenato. No ha triunfado en sus propias composiciones con la misma fuerza de las interpretaciones modernas pero ajenas, dándoles otro “ropaje”. Algo se ha intentado también con la música andina en festivales como el del “Mono Núñez”, sin lograr nada más que remedos “políticamente correctos”. Voces perfectas, buena ejecución instrumental pero… letras y música sin el alma montañera. La han querido volver urbana. ¿No sería mejor hacerles arreglos, vestir las viejas melodías como “Las Acacias”, “Mi casta”, “Tierra Labrantía”?
Coletilla 1: Nicolás Gómez Dávila fue un bogotano de estrato socio-económico, pero sobre todo cultural muy altos, educado en Europa y que dejó una obra con el nombre de “Escolios a un texto implícito” en la que plasmó todos los conocimientos destilados de sus muchas lecturas. Son frases cortas, algo así como máximas, aforismos que desconciertan por su certeza. Como ésta: “Mientras mayor sea la importancia de una actividad intelectual, más ridícula es la pretensión de avalar las competencias del que la ejerce. Un diploma de dentista es respetable, pero uno de filósofo es grotesco”.
Coletilla 2: O estas otras: “Para ser protagonista en el teatro de la vida basta ser perfecto actor cualquiera que sea el papel desempeñado. La vida no tiene papeles secundarios sino actores secundarios” (…). “La destreza literaria consiste en mantenerle su temperatura a la frase”.
Gustavo García Vélez | CiudadRegion
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