Me decía el tecnólogo en mercadotecnia William Gómez Ocampo (nieto de don Pedro Nel Ocampo y uno de los doce fundadores del Movimiento Nortevallecaucano), que no se necesitó la aclaración del director de este semanario para saber que el artículo que aludía a Ortega y Gasset fue escrito por mí. Y me lo dijo con amistosa sorna.
Esa fama es consecuencia de mi interés por encontrar puntos de referencia que me ayuden a entender este mundo, cada vez más complejo. Y como comulgo con la idea de que las aguas tibias no se inventan y que cada generación se sustenta sobre las anteriores -asi no compartamos muchos de sus puntos de vista-, me parece lógico buscar entre los que nacieron antes, las luces que puedan faltarle a mi generación.
El caso de Ortega y Gasset es de excepción, por haber sido él, también, un hombre fuera de serie. Hijo de la vieja España, de la rural Castilla, de las medievales tierras de La Mancha (donde, según nos lo contó de manera tan genial el señor de Cervantes y Saavedra, también vivió y jodió el caballero Quijano), empleó su vida, toda su vida, en tratar de corregir los yerros y enderezar los entuertos que han impedido a España -y a sus descendientes, los latinoamericanos- encontrar el sitio respetable que les corresponde hoy.
Confieso que no me he leído toda la obra de Ortega (entre otras cosas, porque en las librerías de Cartago lo que más fácilmente se encuentra son revistas de modas) y que no siempre lo he entendido al primer intento. Pero es innegable que no ha existido, hasta hoy, una mente más lúcida y con más visión futurista que la de don José, entre los autores que escriben -y piensan- en español, el único idioma que más o menos domino.
Y el hecho de ser español hasta la médula, hace de Ortega una guía para nosotros, ya que el imperialismo cultural de la Madre Patria no dejó que siguiéramos adorando a la Luna, ni que hoy pudiéramos saludar, siquiera, en chibcha. Mucho menos, que nuestros enfermos se curaran al ritmo lento de las prédicas de los sacerdotes del vudú. Por eso, porque tengo una formación y una herencia consecuentes con el hecho histórico de haber sido los españoles nuestros conquistadores, colonizadores y hasta tatarabuelos -por hablar en español- es por lo que no entiendo a Nietzsche, ni a Hegel. Ellos “pensaron” para otras tierras y otras costumbres.
El núcleo principal de la obra orteguiana fue escrito hace cincuenta años que, en tratándose de filosofía y como dice el tango, no es nada. En la misma España, apenas ahora se comienzan a poner en práctica las ideas de don José, una de ellas, la necesidad de darle vía libre a la autonomía de las Provincias, para hacer que la mayor parte del peso de su progreso descanse sobre los hombros de sus propios habitantes, porque las ideas nacionales -por lo generales y abstractas- puede que las entiendan las gentes de las Provincias… pero no les llegan.
Ya sabemos que los pensamientos provinciales, en Vizcaya y Cataluña, le han ganado en los primeros meses de este año las elecciones al mismo gobierno social-demócrata de Felipe González y es de esperar que esa tendencia se extienda a Galicia, Andalucía y, porqué no, al corazón mismo de la España “unitaria y católica”, a la árida meseta castellana, cuna de Ortega y de don Quijote, pero no de Unamuno, Menéndez Pidal y García Lorca; ni de Machado, Menéndez y Pelayo o “Manolete”; ni de Juan Manuel Serrat, Lola Flórez o el señor de Marisancena y Mendinueta. Ni siquiera del sanguinario Francisco Franco. Eso demuestra que la memoria colectiva de los pueblos, su idiosincrasia, su Cultura, no son cosas desdeñables… ni que pasen de moda. Cuando de verdad se sienten, claro.
En España esas tendencias se llaman “nacionalismos”. Aquí las llamamos “provincialismos”. Ojo, pues, a… “La Redención de las Provincias”.
(Este artículo fue publicado en el semanario “Pregonero Regional” de Cartago, el 19 de mayo de 1984).
Coletilla 1: A mí no me alcanza el caletre para entender -es que ni siquiera dilucidar- lo que nos depara el futuro después de esta epidemia del bicho chino que inundó a todo el planeta Tierra. (Algunos me criticarán que así lo califique, que pobrecitos los de esa raza porque ellos no tienen la culpa de que allá hubiera aparecido. Pero es que yo no comulgo con eso de “dorar la píldora”, de darle vueltas a un concepto con unos neologismos pendejos, hasta hipócritas. Porque es que ya no se puede decirle al pan, pan… y al vino, vino). Por eso los amables lectores me perdonarán que no les trace pautas ni pontifique acerca de lo que no comprendo y que más bien les entregue mis ideas sobre otras cosas más amables, como este artículo que ya tiene sus años pero también… su plena vigencia.
Coletilla 2: El alcalde de Cartago dijo, con tiempo para tomar decisiones -en video con su propia voz e imagen-, que había conseguido con la Superintendencia de Servicios que se diera plazo para pagar los servicios públicos hasta el 23 de abril. Somos muchos los que lo hacíamos en los dos últimos días de cada mes, porque así lo aceptó EmCartago hace meses, obviando el mensaje que aparece de hacerlo antes del día 18 de cada mes. Pero la encerrada obligatoria nos impidió pagar los del mes de marzo. Y ahora llega el cobro de esos servicios… con tijera. Que hay que pagarlos ya, sí o sí. ¿Están pasando por la faja a la primera autoridad administrativa del municipio?
Coletilla 3: Hay algunos que parecen “marcianos”, que no fueran de este planeta. Muy orondos, visitan a parientes y amigos, no obstante que por todos los medios de comunicación social aparece el “Quédate en casa”. ¿Será que piensan que sus genes compartidos… rechazarán ese bicho? Pues si eso fuera así, a los vecinos no los cobijaría esta “protección”.
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