Al igual que en las casas de algunas familias aparentadoras, que dan una imagen muy distante de sus propias realidades, en Chile corrieron las cortinas porque se les entró un animal raro y decidieron sacarlo. Y como en esas residencias, solamente la sala reflejaba una relativa prosperidad -o al menos, de seguridad económica- con televisor de cuarenta pulgadas y equipo de sonido de última tecnología, que ocultaba lo que había en el fondo: la nevera sin suministros, si es que funcionaba; en las alacenas de la cocina jugaban tute los ratones; los armarios con prendas de vestir descosidas… en fin.
Todos teníamos la imagen, que ya se reveló falsa, de que en ese país reinaba una creciente prosperidad y por eso las iniciales protestas por el alza en el transporte del metro aparecieron como exageradas. Pero no alcanzamos a sospechar siquiera en esos primeros momentos lo que venía pierna arriba, que las soluciones aplazadas por años de las mínimas necesidades de la gran mayoría de la población -incluyendo su clase media- habían sido el caldo de cultivo para este estallido de la ira popular. Porque ira es lo que han mostrado las imágenes: hasta señoras que no tienen precisamente la apariencia de menesterosas se vieron iracundas. Y supimos por boca de ellas mismas que sus pensiones o la de sus esposos no les alcanzan para sobrevivir dignamente… y que han tenido que vender, inicialmente, el televisor y el equipo de sonido.
Y uno se pregunta: entonces ¿qué hicieron los dos gobiernos socialistas de la Bachelet? Porque se supone que ese partido es ajeno y, más que eso, contrario a las políticas neoliberales que rigen las instituciones financieras que prestan dinero a los países, como el Fondo Monetario Internacional, el BID y demás yerbas. Y que su propuesta ha sido la del Estado responsable de la prestación de servicios esenciales para cualquier persona, como son los de la salud, la educación, el techo y el trabajo. A cada cual según sus necesidades y capacidades es la regla socialista y no se puede confundir con el comunismo que lleva al extremo la intervención estatal, ahogando y hasta prohibiendo la iniciativa privada. Y este es el error en que incurren los que se erizan cuando oyen la palabra socialista… como si pertenecieran a las élites económicas, en las cuales sí es explicable este susto.
Y si se repasa todo el mapa mundial, se ve lo que en mi artículo anterior califiqué como una visión de Nostradamus o de San Juan Evangelista: el fin del mundo, el cumplimiento de las profecías del uno y las imágenes apocalípticas del otro. En nuestra Latinoamérica, Ecuador, al que ya hasta calificaban como el nuevo milagro, por la construcción de impresionantes autopistas. Argentina, en donde los prepotentes pibes se creían ya los maradonas de estos lares, negriando -como siempre- a todos sus vecinos y que este domingo deciden cuál vía escogen: la neoliberal de Macri o la aparentemente socialista y que es más bien populista de los herederos de Perón.
De manera, pues, que es una completa estupidez comerle cuento a Maduro y sus secuaces cuando se quieren apropiar de estas masivas protestas, como si fueran por su iniciativa. Ellos no tienen esa capacidad de convocatoria ni en su propio país, como ya ha sido demostrado. Lo que está pasando es algo que hasta tiene una explicación en la física: es el mecanismo de las ollas a presión (pitadoras, decían en antes, en los antaños de mis padres), que sacan por una válvula el aire recalentado que cocina los alimentos, porque de lo contrario… explotan. Veremos si ya fueron suficientes escapes las masivas protestas, como la del mismo Chile que aglutinó a más de un millón de personas, cifra “para nada desdeñable”, como lo atestigua el mea culpa del presidente de ese país. Ojalá que tanta injusticia se modifique.
Coletilla 1: Misiá Diana Uribe es conocida y reconocida como una excelente historiadora, porque se lanza de lleno en las “piscinas” de los documentos, libros y artículos académicos o de prensa, documentales y hasta los modernos podcasts y videos que se refieren a los hechos de la marcha milenaria de todos los pueblos de este planeta. Su libro “Brújula para el mundo contemporáneo, Una guía para entender el siglo XXI” (Penguin Random House, Quinta reimpresión: agosto 2019) es una completa disertación sobre los diferentes países, los que mandan y los sometidos. Para mi gusto, podría haberse reducido a no más de 300 de las 450 páginas de que consta. Es que Diana repite y repite y repite, cosa explicable en tratándose de sus improvisaciones radiales, pero inexplicable en una edición impresa, como si no hubiera tenido quien se lo editara y corrigiera. Y por eso se vuelve cansona.
Coletilla 2: En este domingo 27 de octubre se cumple una etapa más en el acatamiento de los mandatos descentralistas de la Constitución de 1991, como lo son la elección de alcaldes, gobernadores y juntas administradoras locales. La de concejales y diputados ya era una costumbre. Aunque esa manera de escoger a los mandatarios municipales es anterior a ella, puede clasificarse como parte de ese proceso, porque fue ratificada en la nueva Carta Magna de los colombianos. Por eso hay que votar con agrado, a pesar de las falencias que todavía puedan tener estas elecciones, porque es en estas fechas en que se reconoce que la voluntad de los ciudadanos es suprema. Y en Cartago, con mayor razón. Me duele sí -como coautor del proceso que las creó- que en lo referente a las JAL no exista el fervor que debiera tener. Y votar por Agrado… que no es solo un juego de palabras: es de lejos el mejor candidato con el mejor programa. Y su independencia y carácter, las mayores cualidades. Dios así lo quiera.
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