Los lingüistas sabrán explicar el proceso que lleva a los parlantes de un idioma más alejados de la cuna en donde nació, a volverse permeables a la manera de hablar de sus vecinos. Es que con el tiempo se ha suavizado el rigor de las academias de cada lengua (por caso, la Real Academia de la Lengua Española) que habían cuidado la pureza de los idiomas. Ya la que dicta las reglas de nuestro castellano -insisto en que no hay español, porque allá perviven y conviven por lo menos cuatro lenguas- ha guardado en el clóset el látigo con el que castigaba las herejías idiomáticas, dejando que salgan de ese mismo escaparate los neologismos impuestos por la tecnología. Tal es el caso del “guasá” que ya usan en España, que es la castellanización del what´s up, volviendo “g” la “w” que para los sajones suena “v” y en los britanos “u”. (Gustavo, de origen alemán, se escribe allá Wastav. Vea pues).
Pero no se comprende el porqué en territorios pequeños se produjo el mismo fenómeno. Tal es el caso del centro-occidente de nuestro país en donde, en escasos kilómetros cuadrados, convivieron con los quimbayas los carrapas al norte y los calimas al sur, que se tenían que entender por intérpretes porque sus lenguas eran diferentes y desaparecieron con los indígenas que las hablaban. Del quimbaya sólo quedan muy pocas palabras, como tarambulí, que es el nombre del cerro en la margen derecha del río “De la Vieja”, en donde antaño estuvo la planta de energía que surtía de ese fluido a Cartago. (A propósito: ¿de dónde sacaron el nombre de “Soratama” para un hotel de Pereira? Se dijo que era el de un cacique quimbaya, pero en la larga lista que encontró el historiador Juan Friede no aparece.)
Y han existido maneras de decir las cosas, que han cambiado con los siglos, aún en el mismo centro en donde aparecieron. Por ejemplo, en “El Quijote” se lee que Sancho Panza desayunaba con “duelos y quebrantos”. Para un lector desprevenido, la interpretación sería que este señor se levantaba estresado, pero en una buena edición se puede leer en la letra pequeña de abajo que eso significaba: huevos con tocino. Y estas otras que, como la anterior, podrían haber sido los castellanismos de entonces, cuando aún éramos una de las colonias españolas: “Cortar la cólera” (tomar un refrigerio entre dos comidas); “farseto” (ropa interior); “estar a diente” (en ayunas); “caballerizo” (el que anda detrás de otro, como si fuera su rabo); “aderézame esas medias” (exclamación al oir un disparate); “de agua y lana” (de poco valor); “tener alma en las carnes” (el vigor de la juventud); “andar de nones” (sobrar); “apetites” (estimulantes); “arrequives” (atavíos); “atar bien el dedo” (ser cauto); “zahúrda” (pocilga).
También: “yoguieren en uno” (yacieren juntos, tener trato carnal con otra persona); “belitre” (pícaro); “la vaca de la boda” (el que sirve de diversión a los demás); “socaliñar” (sacar algo con engaño); “saboyana” (ropa femenina); “bisunto” (mugriento); “boquirubio” (inexperto); “alma de cántaro” (infeliz); “pazpuerca” (mujer sucia y grosera); “pedorreras” (pantalones muy ajustados); “pasagonzalo” (golpe en la nariz); “oíslo” (esposa); “andar de nones” (sobrar); “marrido” (afligido); “mañeruelas” (mansas); “mozas del partido” (mujeres deshonestas, vagabundas); “chufeta” (burla); “churrillera” (charlatana); “bóbilis de bóbilis” (de balde); “dar cordelejo” (burlarse de alguien); “dar batería” (combatir); “dar la paz” (besar); “de chapa” (honorable); “de paleta” (oportunamente); “desconocida” (desagradecida); “desgarrarse” (huir); “de zoca en colodra” (de plaza en taberna); “discantar” (hablar mucho de una materia)…en fin.
Los jóvenes de hoy se comunican entre ellos con expresiones tales como: “aletoso” (escandaloso); “ábrase del parche” (váyase de aquí); “parce” (amigo); “parchar” (besos y caricias); “no aguanta” (no sirve); “bacano” (muy bueno); “fullero” (creído); “ponerse trucha” (estar alerta); “guabaloso” (que viste mal); “sandía” (voltearepas); “visajoso” (zalamero); “lamparoso” (creído); “cebolla” (borracho); y otras que, como “bimba” y “fufurufa”, no me atrevo -porque hay señoras leyéndome- a dar su significado y los señores podrían averiguarlo con alguno de estos muchachos de hoy. La pregunta es: ¿están acabando con la lengua de Cervantes? ¿O la están recreando, la están enriqueciendo? Seguramente los chavales españoles también tienen esta manera casi oculta para comunicarse con sus coetáneos.
Yo empleo palabras oidas a mis padres, pero que no aparecen en el diccionario Larousse, como burletero, cargazón, mañé y otras. La primera se entiende de una; y cargazón es (o era) la manera de calificar ropa de mala calidad. La última es sinónimo de casi lo mismo y mi mamá decía “de mañé”, para referirse a cosas y hasta a personas de las que no valía la pena ocuparse, por lo insignificantes. Gardeazábal la utilizó para referirse al actual gobierno nacional en un reciente escrito suyo en su columna “El Jodario”, sustantivo que tampoco aparece en el diccionario, pero cuyo sentido se entiende, sobre todo venido de él… que tanto jode.
Coletilla: Y pa´burleteros… los colombianos. Con la fuga de la Merlano, circularon en las redes sociales chistes -verdaderas “colombianadas”- de este tenor: que ella creyó que la jornada de simulacro de evacuación era ese día. Que el odontólogo le recomendó “Colgate”. Que el que sabemos ya está ensayando en moto de “Rappi” una rapifuga el 8 de octubre, después de la indagatoria. Hasta en el exterior se están burlando: hay un audio de argentinos, en el que ríen a carcajadas de esto y de la fuga de un ciego a la policía. Pero también del oso del presidentico de mañé en la ONU… al que califican de payaso.
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