Hace aproximadamente seis meses que llegó a Colombia la vacuna contra el herpes zóster, enfermedad comúnmente conocida como ‘culebrilla’ o ‘culebrón’ por las lesiones que produce en el tronco o la parte del cuerpo atacada.
La vacuna está indicada en la prevención de la presentación de la enfermedad y acogida por el ministerio de Salud y de la Protección Social en nuestro país para personas mayores de cincuenta años.
La vacuna contra este tipo de herpes no está incluida en el programa ampliado de inmunizaciones que tiene la cartera ministerial trazado para el territorio nacional. Cosa contraria ocurre con la vacuna contra la varicela.
Una sola dosis es la recomendada y autorizada por las autoridades de salud para las personas a las que todavía no les ha dado la enfermedad. Los adultos que ya han padecido esta dolencia no necesitan vacunarse.
Cuando un paciente consulta por la presencia del herpes zóster o ‘culebrilla’ el médico tratante normalmente le recomendará antivirales para detener la infección, analgésicos para atenuar la incapacidad motriz, ropa cómoda y mucha paciencia. Pero bajo la vieja premisa de la prevención antes que la curación, la vacuna contra el herpes zóster para pacientes mayores de cincuenta años se convierte en la mejor alternativa para reducir la aparición de esta agresiva y abrasiva enfermedad con los ya consabidos dolores neuropáticos que se asemejan a pequeñas descargas eléctricas.
El herpes zóster o ‘culebrilla’ tiene un origen común a la varicela. No es una enfermedad contagiosa como sí ocurre con la varicela cuyo virus puede permanecer en el cuerpo durante muchos años de forma pasiva. Situación que no descarta que, especialmente después de medio siglo de existencia, pueda manifestarse nuevamente, esta vez como ‘culebrilla’.
El ardor, la picazón o un dolor agudo en la zona afectada son normalmente las primeras señales de la aparición de esta enfermedad.
Los síntomas de la ‘culebrilla’ se agudizan con el paso de los días y el dolor puede volverse bastante intenso, molesto y hasta incapacitante. La fiebre, los calambres o las repetidas picadas y un notable decaimiento anímico también pueden acompañar el proceso de este penoso mal.
La ‘culebrilla’ termina afectando la piel con las ampollas o pequeñas laceraciones que aparecen, y el sistema nervioso periférico. Esta enfermedad, tratable sin que la mayoría de las veces se complique más allá de las incómodas manifestaciones ya descritas puede tornarse más delicada en pacientes inmunodeprimidos, llegando incluso a provocar parálisis facial temporal o motora e insuficiencias respiratorias.
Fuente: Ernesto Acero Martínez / Crónica del Quindío
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