«Usted, ¿está bien?».
Después de no saber qué contestar, la persona que me lo pregunta se escabulle por una delgada escalera de granito en forma de caracol, dentro de las instalaciones de Medicina Legal en Cali. Lo sigo y, un piso más abajo, entiendo el interrogante. Lo que me espera en ese frío rectángulo de paredes cubiertas de baldosas blancas, aire amargo y tubos fluorescentes, es el pan de cada día para mi anfitrión y, para mí, algo que no quisiera haber visto nunca.
«No, no estoy bien».
En un gran salón de camillas metálicas tres cadáveres –dos hombres y una mujer– de piel acerada, como tallas de madera del color del Milagroso de Buga, se descongelan luego de seis meses de espera infructuosa en el gran congelador, a que alguien los reclamara. Ahora les espera la inhumación estatal y un N.N. sin lápida. Aunque intento no fijar mis ojos en esos cuerpos, no logro quitarme de encima el gesto duro de sus rostros. A las estadísticas de la violencia les hace falta este rictus oscuro y dramático para entender, de verdad, que detrás de cada cifra hay una vida arrumada en algún sitio como este, lo más parecido al limbo.
El año pasado en el Valle del Cauca se practicaron 5494 necropsias; de esas, 3478 fueron homicidios, y, de esos homicidios, 2205 fueron atendidos en Medicina Legal de Cali. En lo que va de este año en el departamento, ya van 805 necropsias, de las cuales 510 se realizaron en Cali, justo en este frío salón donde Jorge Eduardo Paredes (médico forense al que no le gusta que le digan «El morguero mayor»), lleva 19 años haciendo su trabajo. Quién mejor que él para abordar la muerte más allá de las cifras.
No se pueden hacer fotos en la morgue, está prohibido, y la verdad es que tampoco dan muchas ganas. En ese lugar hay tanto dolor y tristeza como olor a grasa y desinfectante en el ambiente. Mejor intentamos hacer unas imágenes arriba en el laboratorio, después de hablar con Jorge, no en su cubículo, junto a la ventana, sino en la oficina prestada de su jefe, con un oportuno afiche del San Sebastián de David Manzur, un cristo crucificado y un escritorio más amplio.
¿Qué es lo primero que piensa cuando sale de su casa para la oficina?
Pues hombre, yo los primeros años salía y pensaba «¿será que hoy, por primera vez, no hay muertos?». Pero definitivamente eso es muy difícil que pase, en Cali siempre hay muertos en nuestra morgue. Tal vez recuerdo un día, un solo día que creo que no hubo, pero por lo general siempre pasa algo. Cuando voy a trabajar ya no pienso que no habrá ni un muerto, pienso más bien en que va a haber pocos.
¿En un día normal cuántos muertos llegan a su puerta?
Cada día están llegando entre diez y doce cuerpos. La violencia en Cali es tan extraña, que yo a veces pienso que como hay quincena o día de la madre va a ser terrible, pero otro día normal, como un martes, de pronto llegan bastantes cuerpos. En algunas ocasiones aumentan sin necesidad de que haya «horas pico».
¿Diez a doce muertos diarios?
En la mañana encuentro los que han traído por la noche, y en el transcurso del día los que van llegando. El promedio en Cali son diez, doce diarios. Si pongo esos cuerpos en un país europeo es terrible, pero en nuestro contexto es lo usual. Ojalá nuestra sociedad fuera más tolerante, más incluyente, que las cosas no se resolvieran necesariamente por las malas. Mire, a mí me parece terrible, terrible, cuando se matan los hinchas de las barras bravas, eso no tiene razón de ser.
¿Muertos del fútbol han pasado por esta morgue?
¡Claro! ¿Por qué los hinchas del Cali y del América no pueden ir juntos, sentarse uno al lado del otro y disfrutar del partido? Que al final se puedan decir: «Hombre sí, ustedes jugaron mejor que nosotros hoy. Nos ganaron, esperemos el otro». Ojalá no tuviera que explicar sus muertos y todos nos muriéramos de viejos. Sería lo ideal.
¿Qué otros cuerpos llegan aquí?
Los que llegan aquí a Medicina Legal son los casos que, se supone, son homicidios, los presuntos suicidios, las muertes accidentales, los casos donde se presume maltrato infantil, donde se sospeche una intoxicación de por medio y las personas sin antecedente de enfermedad, que mueren en forma repentina.
¿Cómo lo afecta todo lo que ve pasar por el anfiteatro?
A mí me dice la gente: «Oiga, usted que todo el día abre cuerpos, se vuelve insensible, ¿cierto?», y yo digo que es todo lo contrario. Yo quiero más la vida, yo siempre quiero estar en Navidad con todos mis seres queridos, con toda mi familia, les compro regalitos a todos.
¿Está casado?
No, yo me separé hace ya un tiempito.
Si lo invitan a una universidad o a un colegio, a hablar de su trabajo, ¿qué es lo que les dice?
Yo empiezo diciéndoles: «Miren, muchachos y muchachas, ustedes tienen que cuidarse, tienen que tener buenos valores, ustedes tienen que ser obedientes, tienen que ser juiciosos, ustedes saben que en la calle hay peligros». Uno sí se da cuenta con el trabajo que a veces «van por alguien» y encuentran a ese alguien, pero también había alguien más cerca que nada que ver, y entonces también termina siendo víctima. Eso es muy cruel. Para evitar una situación de esas yo trato de no salir casi a sitios. A veces me pasa que voy a algún lugar y me acuerdo que ahí ocurrió tal cosa, entonces uno ya como que lo piensa dos veces.
Con tantos años recibiendo los muertos de Cali, usted puede ser un buen termómetro de la violencia en la ciudad. ¿Cuál ha sido la época más dura?
La violencia del 93, 94 y 95. Esos años fueron muy duros. Yo recuerdo que una vez alcanzamos a tener en la morgue 42 personas en un mismo día. Esa época fue muy fuerte. Uno diría que tiene mucha relación con el narcotráfico.
¿Los muertos eran jóvenes?
En los actos violentos, la mayoría de los muertos está entre los 14 y los 35 años. Es extraño ver a una persona de setenta años con una muerte de proyectil de arma de fuego. Pasa, pero es muy raro.
¿Hay algún año que haya bajado significativamente el número de muertos de la violencia?
¿Escasez? ¡No! Tal vez desde el 93 al 95 eran muy fuertes y hasta el 98, incluso, seguían muy fuertes. Pero que uno diga que ha bajado radicalmente como en Bogotá… Cali no ha llegado a eso, desafortunadamente. A pesar de que la violencia ha bajado, no al nivel que uno quisiera, Cali sigue siendo una ciudad compleja. Por estadísticas, es la ciudad más violenta hoy en día.
¿De todas las necropsias que ha realizado, suma más hombres que mujeres o es al contrario?
El 85 % de las muertes violentas en Colombia son en hombres.
¿Siente alguna diferencia en el trabajo cuando el muerto es hombre o mujer?
No porque los cuerpos son inertes. En la mesa de autopsias son todos iguales.
Lo que dicen los muertos
¿Detrás de cada cadáver hay una lección?
Cada cuerpo deja un mensaje. Es cruel cuando uno ve las muertes de contexto intrafamiliar, del tipo de las que se presentan en Crónica de una muerte anunciada. Donde uno tuviera la vena periodística, sería para hacer libros explicando todos los mensajes a partir de una muerte. Cuando uno ve múltiples lesiones por arma corto punzante, muchas más de las necesarias para causar la muerte, suelen asociarse a crímenes pasionales. Cuando las personas mueren por impacto de bala muy cerca a la cabeza son casos de venganza extrema. En el caso de los suicidas es muy frecuente que dejen un recado póstumo.
¿Hace más literatura una herida con arma blanca que un disparo?
Yo diría que sí. La lectura de arma blanca es distinta de la del arma de fuego. Las lesiones por armas blancas a veces tienden a ser repetitivas, y lo que se está mandando es un mensaje a esa persona que está siendo violentada. Con arma blanca es más fácil diferenciar la cercanía entre víctima y victimario.
¿Cuánto tiempo gasta en una necropsia?
La parte de revisión del cuerpo dura entre dos y tres horas. Es que hay que descartar que haya más cosas. Se lo digo en estos términos: hay golpes que externamente no se ven, pero con un examen forense minucioso, en el que se revisan bien las cavidades y las superficies corporales, se pueden percibir. La señal a veces no se ve, sobre todo cuando la persona es de piel oscura y usted abre y observa y dice «aquí esta el agarrón, acá está el golpe». Esos casos duran dos, tres horas, pero yo he tenido casos complejos donde la necropsia perfectamente ha tardado más de doce horas.
Cuénteme un caso específico de doce horas.
En esos casos se aplica un protocolo especial, que se llama el Protocolo de Minnesota, hecho por las Naciones Unidas. Son casos que se presume o se cree que puedan llegar a ser un crimen o delito de lesa humanidad, que en un momento determinado puede ir a la Corte Penal Internacional, y si el caso no va muy bien documentado, lo que pasó y lo que no pasó, se va a poner en tela de juicio la credibilidad del informe. Van a decir de pronto externamente que uno pudo haber hecho el informe con cierto temor o encubrimiento.
¿Esos casos son de «personajes» de la vida nacional?
Sí, claro, personajes de alto peso en la sociedad, por decirlo de alguna forma. Pero puede ser también de un ciudadano del común que por circunstancias de su muerte se esté relacionando con grupos del Estado o al margen de la ley, entonces todos esos casos son complejos y tienen que quedar bien documentados.
¿Por sus manos han pasado muertos memorables?
Yo diría que he trabajado en casos muy complejos y de resonancia nacional e internacional, pero por motivos de reserva de investigación tengo que abstenerme de dar información.
¿Qué personajes conocidos han pasado por sus manos?
Monseñor Isaías Duarte Cancino. Se dice que su posición política y sus argumentos estaban en oposición a los de las FARC. Empezaron a atacarlo y a atacarlo. Él estaba en una misa en el Distrito de Agua Blanca y, saliendo de la iglesia, lo acribillaron a bala. Eso generó mucho impacto porque era una persona muy oída en Colombia. Eso fue hace como diez años.
¿También pasaron los diputados del Valle, secuestrados y asesinados por las FARC?
Sí, los diputados del Valle también. En ese caso, a pesar del tiempo transcurrido entre el momento de la muerte y la fecha de la necropsia, varios meses después, se pudo determinar su identificación y las causas y el mecanismo de su muerte. Vino una comisión forense internacional para constatar que nosotros fuéramos objetivos y neutrales en nuestro trabajo. Y al final en su informe ellos reconocieron nuestra idoneidad.
¿Otro personaje?
Jairo Varela, que murió de causas naturales, por enfermedad cardíaca.
¿Examinó el cuerpo del guerrillero Alfonso Cano?
Siguiente pregunta.
***
Para Alexandra, la guardia de turno, hay una pregunta, entre todas la que le disparan todos los días, que resulta ser la que más oye. Es la misma que me hizo una mujer humilde en la puerta, cuando esperaba a que autorizaran mi ingreso a esta opaca y lúgubre fachada de Medicina Legal, al sur de Cali, a unas cuadras del Pascual Guerrero: «Señor, ¿dónde es que uno viene a averiguar por un muerto?».
***
¿Cuántos muertos ha examinado en su vida.
Póngale un promedio de 350 por año, y son 19 años. ¡Ay juepucha! ¡Son muchos más de 6000!
¿Cuántos médicos forenses tiene Colombia?
Por ahí entre 200 y 300 aproximadamente. La ciudad que más tiene es Bogotá, después Cali y Medellín.
¿El país necesita más forenses?
Claro, sería ideal que pudiera haber una cobertura más pronta en todos los rincones de la geografía nacional. Tenemos que formar forenses. Quiero hacer énfasis en que Colombia es un país muy fuerte en el ámbito forense latinoamericano.
¿Por exceso de practicar necropsias?
Sí. En España, por ejemplo, hay varias regiones en las que nunca han hecho una necropsia por arma de fuego, entonces ellos vienen aquí a ver cómo trabajamos nosotros. Pero también porque el Instituto de Medicina Legal es una entidad muy bien estructurada, tiene prácticamente cien años de historia, tiene niveles administrativos y ejecutivos estructurados. Producto de eso es que hemos sido capacitadores directos de otros forenses latinoamericanos. Tenemos un nivel importante.
¿Usted qué estudió?
Yo estudié medicina en Manizales, en la Universidad de Caldas, hice patología clínica en la Universidad del Valle, y después hice un máster en medicina forense en Valencia, España. Cuando yo estaba pequeño veía mucho una serie de televisión que se llamaba Quincy, de un médico forense investigador, y me parecía interesante todo lo que él hacía. En el 93 se me brindó la oportunidad de trabajar con la Fiscalía y luego con Medicina Legal; sumando los dos tiempos, ya llevo casi 21 años.
De Quincy a CSI
Ahora, con tantos programas y series de televisión de asesinatos y forenses exitosos, ¿la profesión se ha puesto de moda?
Yo diría que la sociedad ha cambiado tanto que antes le preguntaban a un niño: «¿Qué quiere ser?», y el niño decía policía, bombero o médico. Hoy, con las series investigativas que hay en la televisión, hay mucho niño y adolescente que quiere ser forense. El modelo que yo tomé fue Quincy, pero el modelo que toman ahora es CSI.
Hablamos de CSI. ¿Así es en la vida real?
Obviamente, no. En la vida real hay casos complejos y en nuestros países latinoamericanos los testigos vieron, mañana no vieron, mañana no son, hoy sí son. Es difícil para un fiscal y para los investigadores poner indicios y evidencias porque las mismas zonas son de alta peligrosidad, porque los testigos por temor no se comprometen como quisiéramos. Y en las series policiacas el 100 % de los casos son esclarecidos y usan tecnología de punta que no ha sido inventada.
Si un niño le pregunta qué es lo que usted hace, ¿qué le responde?
Yo le diría que yo hago una investigación en un cuerpo para saber qué fue lo que pasó con él, y obviamente mi objetivo con eso es contribuir al bienestar y a la salud de la sociedad. A veces las muertes terminan siendo muy traumáticas.
Para usted, ¿cuál es la muerte más traumática?
Yo pienso que las muertes más traumáticas para la sociedad y la familia son los suicidios.
¿Y cuando le llega un muerto conocido…?
A veces han traído muertos amigos míos, conocidos, médicos, compañeros de especialización, estudiantes que fueron mis alumnos. Cuando traen esos cuerpos yo digo: «Un momentico, este cuerpo no lo voy a hacer, yo no soy capaz de hacerle una necropsia, es el cuerpo de una persona con quien tuve algún lazo de amistad». Por suerte y para mi estabilidad mental, la mayoría de veces me llegan cuerpos de personas que no conozco.
¿Cómo se desestresa?
Cada que tengo tiempito me voy a jugar golf. Si tengo un problema, me acuerdo de eso en el primer o segundo hoyo. Pero cuando voy en el tercero empiezo a mirar la naturaleza, los lagos, las ardillas, los aguiluchos, hasta nutrias ve uno a veces, entonces se me olvida que el mundo existe.
¿Ustedes van a la escena del crimen?
En Colombia no vamos. Esas funciones, la normatividad, se le da a la Policía Judicial, ellos son expertos en manejo de escena. Ellos nos traen el cuerpo al Instituto para que nosotros continuemos con la investigación. En Estados Unidos, en la mayoría de las regiones, el médico forense va a la escena, y si no va, va el asistente y le informa al médico.
La gente del común también piensa que ustedes se la pasan abriendo muertos.
Uno tiene un técnico que le ayuda con los cadáveres, en la parte manual y física, para abrir las cavidades corporales, o sea, el tórax, el abdomen y la bóveda craneal, y uno como médico revisa el cambio de los órganos y qué tipo de lesiones hay y, obviamente, con los hallazgos que se encuentran en el cuerpo se hace el informe médico, el cual se envía a la autoridad respectiva, en este caso la Fiscalía.
Entonces, ¿usted no abre cuerpos?
Algunos cuerpos sí los abro, especialmente los niños pequeños. Como son tan delicados, yo mismo los abro. Prefiero hacerlo yo mismo, me preocupo porque quiero que el niño quede muy bien en su examen externo, pues se le va a entregar luego a la familia.
¿En qué cree?
Yo soy de Manizales, de una familia católica. No le voy a decir que todos los días voy a misa, ni que cada ocho días voy, pero sí soy una persona que cree, que le agradece a Dios y que se pega sus rezaditas de vez en cuando.
Después de la muerte, ¿qué?
El miedo a la ultratumba lo describe muy bien la psicóloga Kübler Ross; dice que cuando se aproxima la muerte uno tiene varios miedos. Uno, a la agonía: ¿duele mucho o no duele mucho? Otro miedo: ¿qué va a pasar después de que yo me muera? Y otro que es curioso: ¿qué va a pasar con las cosas que yo deje o con los problemas que van a quedar a los seres que me necesitan directa o indirectamente? Usted puede hablar de la muerte de otro, pero con la de uno siempre hay cierto bloqueo mental. Volviendo al cuento de si hay algo después de la muerte, es mejor que sí haya algo, para que le vaya a uno mejor por las acciones buenas que pudo haber hecho en este mundo.
¿Cree en la reencarnación?
Me gusta que me haga esa pregunta, ¿sabe por qué?, porque me pasa algo curioso con mi cuello. Mi cuello es zona prohibida y nadie me puede poner la mano en esa parte, inmediatamente reacciono. Seguramente, si hubo reencarnación en mi caso, mi anterior muerte tuvo que ser ahorcado o estrangulado, porque mi cuello es una zona que no tolera absolutamente nada. Diría que sí creo en la reencarnación.
¿En qué le gustaría reencarnar?
Si tuviera una nueva vida, reencarnaría en la misma persona que soy hoy en día. Mi infancia fue muy feliz. Mis padres no eran adinerados, pero en mi casa nunca nos acostamos sin algo de comer, no teníamos lujos pero teníamos una buena vida. Gracias a Dios pude estudiar y hago lo que me gusta.
¿Qué le gusta de lo que hace todos los días?
Uno aprende mucho, uno ve todos los días casos distintos, los cuerpos no son iguales, los hallazgos no son iguales. Siempre hay cosas diferentes por más que yo conozca el cuerpo humano. Mi trabajo tiene una gran dosis de conocimiento.
¿Conocimiento sobre cuerpos muertos?
Para bien o para mal es un hecho inevitable. Si no se investigara la muerte, sería terrible. Imaginémonos que alguien dijera que está prohibido hacer necropsias y no se pudiera tocar al muerto, quedarían muchas dudas y se cometerían injusticias.
Ningún muerto me ha asustado
¿Cómo hace usted para lidiar con la muerte todos los días?
Uno termina siendo muy práctico, es decir, cuando yo bajo a la morgue, baja una persona con ánimos de investigar y esclarecer qué fue lo que pasó con un cuerpo. Yo hago lo que tengo que hacer, busco lo que tengo que buscar y, en muy contadas ocasiones, pienso en si esa persona tuvo que haber sufrido mucho. Es posible que si uno se mete tanto en esa parte pueda terminar afectado psicológicamente.
¿Hay algún cadáver que lo condena a recordarlo?
Sí, claro, tengo casos que me han marcado. Recuerdo a un niño de cuatro años que estaba bajo el cuidado de alguien contratado para cuidar niños, y de forma accidental se ahorcó jugando con la cuerda de una persiana. Para mí, ese caso es una tragedia, desde el punto de vista humano y social de todos los involucrados.
En su oficio, ¿cuál es el sentido que hay que tener más desarrollado?
Yo diría que la vista. Mis ojos son una herramienta fundamental para lo que hago. Uno con el tiempo ve un cuerpo, lo vuelve a ver y dice: «Póngale cuidado que ese caso es complicado». Claro que también a veces abro la puerta de la morgue y digo: «¿Dónde está el del cianuro?». Porque entro y me huele a cianuro, y tiene que haber un cuerpo con cianuro. Mire que ya le cambié la vista por el olfato.
¿Lo más incómodo de trabajar con cadáveres?
A veces las mismas condiciones del cadáver. Un muerto a los cuatro o cinco días tiene su olor más penetrante, después comienza a ceder. Esa parte es fuerte, pero uno ya sabe que, a pesar de que el cuerpo llegue descompuesto, era una persona que tenía una familia, y hay que darle a la sociedad y a la justicia una explicación de qué fue lo que pasó.
¿Físicamente qué es lo más duro de su tarea diaria?
Yo diría que la complejidad de los informes hace que uno pase mucho tiempo en el computador. Uno tiene que hacer el informe que va a mandar a la entidad que investiga, y si no es de buena calidad, en el momento que haya un posible juicio, la defensa va a entrar a hacer un ataque fuerte, con toda la razón.
¿De qué depende la dificultad de una necropsia?
Depende de la causa de muerte. Si es por proyectiles de arma de fuego, pues diría que es de rutina y no es tan compleja. Cuando es un accidente de tránsito, diría que es una necropsia que no es de un alto grado de dificultad. Pero cuando a uno le toca una muerte súbita de un muchacho de veinte años, que lo encontraron muerto en la casa, o cuando alguien muere bajo un procedimiento médico de «baja complejidad», ahí cambia la cosa porque la familia tiene su propia versión.
¿Lo más difícil para un forense?
Yo pienso que las personas quieren presionar para que el caso salga muy rápido y uno se tiene que tomar su tiempo.
Su trabajo llama la atención no solo de las personas cercanas a la víctima, sino también de los victimarios.
Sí, obvio. Pero el forense en términos generales es imparcial y objetivo. Uno no está ni a favor ni en contra de la Fiscalía, ni la defensa, solo se remite a encontrar y dar los hallazgos. El que determina es el fiscal, que tiene en cuenta lo que uno le dice. Lo que uno le entrega es información científica y objetiva. Por ejemplo, sería difícil para un sicario amenazarme para decirme que no dé la información, pues las pruebas están a la orden del día, hay fotografías del caso, rastros de proyectiles.
¿Cuál es el gran sueño de un forense?
El sueño mío es ser reconocido en el contexto forense internacional. Como entrar a las grandes ligas, en los grandes referentes que son Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, Japón y Alemania.
¿Cuál es su ídolo?
Quincy lo era en mi juventud, hoy en día he cumplido en gran parte la meta de conocer a grandes del oficio como el portugués Nuno Duarte Vieira. También personajes como Fernando Verdú Pascual, en España, o como el Secretario de la Asociación Mundial de Forenses, el argentino Luis Alberto Kvitko, que me ha invitado a su país a dar conferencias.
¿Un caso suyo para mostrar?
Le tengo el caso insignia: una mujer que estaba siendo tratada por alguien que decía que tenía un maleficio, es decir, le hizo un tratamiento basado en cosas esotéricas y brujería, y yo, gracias a mi investigación, pude demostrar que lo que tenía la señora eran enfermedades naturales perfectamente explicables. Era una señora que sin estar en embarazo no menstruaba y daba leche, y que además tenía problemas gastrointestinales. Entonces con la investigación pude saber que eso era natural y que lo que finalmente le causó la muerte fue un tratamiento hecho con brujería.
¿Hasta cuándo como forense, hasta cuándo viendo muertos?
El día que yo me pensione del Instituto sentiré que me falta algo.
¿No lo han asustado los muertos?
A mí nunca me ha asustado un muerto, nunca se me ha parado un muerto en la morgue, nunca me ha hablado, nunca me ha contestado, nunca he sentido nada extraño. En estos días me dice un amigo: «¿Doctor usted por qué habla tanto?». Y yo le respondo: «Hermano, es que en mi trabajo los pacientes no me contestan, y yo no puedo hablar con ellos».
Pero, ¿le teme a la muerte?
Claro. Uno la evade, pero ella está siempre ahí.
Pero en su caso, llega hasta su puerta todos los días.
Sí, pero la diferencia es que a mí me traen el muerto, no la agonía del muerto. Me parecería terrible tener que lidiar todos los días con la agonía de la persona que se está yendo, pero ya el muerto no tiene sentimientos y ahí cambia todo.
***
Llegó la hora de las fotos. Se quita su chaqueta de paño azul y su corbata amarilla con las mismas ganas con que un estudiante se quita el uniforme del colegio. No le gustan las corbatas oscuras. Eso dice mientras se pone su vestimenta de trabajo. Se forra en un overol blanco desechable, después viene un tapabocas, una careta y finalmente guantes de látex. Su apariencia está lejos de ser la de un forense clásico de bata blanca. Parece más bien otro miembro de la pandilla de La naranja mecánica de Kubrick. Esa es su armadura.
Fuente: CROMOS.com.co
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