Alejandro Samper | Manizales | 24 DIC 2017 – 1:11 am
Leo, con sorpresa, una noticia de la BBC en la que cuentan que la firma Marks & Spencer (M&S) desarrolló un aguacate sin pepa, para evitar que los ingleses se corten la mano al abrir el fruto. La excusa, dice el reportaje, es que la Asociación Británica de Cirujanos Plásticos, Estéticos y Reconstructivos identificó “un aumento en las heridas cortantes provocadas por el uso del aguacate en la cocina”; personas que terminan con serias lesiones que afectan músculos, nervios y tendones.
Al cuadro clínico lo bautizaron como “mano de aguacate”. Suena a historia del portal Actualidad Panamericana, pero parece ser cierto todo este desarrollo agrícola.
Lo producen a través de la inmaculada concepción de la flor de la palta. Y parecerá todo un avance genético, pero eliminar la semilla de las frutas es abrirle las puertas al hambre. Es permitir que las agroindustrias multinacionales sigan produciendo esos alimentos transgénicos que acaparan los mercados y acaban con lo orgánico, con lo natural. Son como Herodes, matando a los recién nacidos.
La revista Semana, en su reporte de Sostenibilidad de mediados de este año, publicó que el Servicio Internacional de Adquisición de Aplicaciones de Agrobiotecnología indicó que en 2016 las hectáreas sembradas con semillas genéticamente modificadas ascendieron a 185,1 millones; dos millones más que en el 2015. En Colombia, por ejemplo, en el 2016 se sembraron 100.109 hectáreas de maíz transgénico, según el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA).
Y sí, esta clase de cultivos permiten mayor producción y menos cuidados, pero la calidad del alimento desmejora notablemente. Puede que la mazorca híbrida contenga más vitamina A, pero últimamente las tortillas y las crispetas saben a lo mismo: a artificial. Es como aquellos que hablan de las bondades de echarse un polvo con una «muñeca real”, que son pura silicona moldeada a la perfección y gusto del cliente. La experiencia puede promocionarse como interesante, pero al final esa arepa sabe a plástico.
En México, por ejemplo, el maíz transgénico está acabando con el huitlacoche, un hongo que le da a la milpa y que es llamado “la trufa azteca”. Este tumor grisáceo de la mazorca es ingrediente fundamental de la alimentación mesoamericana. Es sabroso, contiene aminoácidos esenciales y solo crece en granos que no han sido genéticamente alterados. Pero como es feo y opaca el amarillo del chóclo, firmas como Monsanto prefieren acabarlo con sus pesticidas y genéticas “perfectas”.
Pero volvamos al aguacate…
Si se llega a popularizar esta abominación sin pepa, los cultivadores de municipios como Pácora, Aranzazu, Salamina, La Merced o Marquetalia se verían en problemas. Tendrían que abandonar el cultivo de Hass para comprarle la cepa a M&S. Y al final de cada cosecha, volverle a comprar a los ingleses.
Lo bonito de la semillas es que, en regiones como la nuestra, basta con que caigan en el suelo para que de ahí crezca una planta. O un árbol. Sus frutos atraen a los pájaros y las abejas, importantes polinizadores. Y alimentan a quien pase por allí.
La semilla es vida, es fertilidad. Qué aburrido un aguacate virgen. Además, con esos frutos británicos sin semilla ¿cómo haríamos para evitar que el guacamole se nos ponga oscuro?
Alejandro Samper | Diario La Patria
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