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El evangelio no huele a incienso

Hace unos días, asistí a la eucaristía en la catedral, era un ambiente pío, solemne y limpio, las columnas denticuladas se erguían imponentes en su elegancia corintia y santa, mientras el incienso ambientaba aquel pequeño cielo con olores sacros de eternidad.

El obispo avanzaba en su oficio y el humo se disipaba al igual que el temblor en voz, llegué tarde y tomé mi lugar entre las ultimas sillas del templo, con la sorpresa de encontrar muchos asientos vacíos, solo una anciana, su bastón y su costal, forrada en un olor amargo de calle, de humedad y olvido, almizcle que reñía con la pulcritud del humo santo tal como se combate el infierno y el cielo, el malo y el bueno.

Con clamores y olores cantamos el aleluya y se incensó el evangelio, una vaporosa nube nos hablaba desde el cielo, le preguntábamos cuántos van a subir al cielo, si es que está arriba.

Jesús nos hablaba serio y pausado sobre el camino estrecho, y daba paso al obispo quien explicaba lo necesario que ser sinceros, que yo fuese honesto conmigo mismo, que mi felicidad consiste en ello, ser lo que soy.

¿Qué somos? preguntaba el viejo, somos humanos y unos no quieren serlo, somos cristianos y no sabemos de ello.

Los fieles, muy infieles a su credo, hacían gestos de desprecio, asco y miedo, las niñas más bonitas se tapaban con sus dedos y la gente al advertir a la anciana se paraban de sus puestos para no perder el ambiente de piedad.

¡A qué vienen a misa! juzgué primerizo, si el evangelio huele a pobre, a pobre huele Cristo. Un joven entra erguido, camisa pulcra y manga larga, cabello en goma, sin pensarlo dos veces, toma asiento junto a la madre callejera, no hace gestos ni vacila, saluda y escucha el evangelio.

Mis ojos líquidos no vieron inciensos, anclados a los cabellos viejos vieron el evangelio, e ilusionado sonreía al ver los gestos que incomodaron a los fieles del templo, en el rito de la paz, muchos la perdieron, pues la anciana de los trapos viejos a todos ofreció su gesto, unos no la miraron, otros solo extendieron sus dedos, mientras ella sonreía, quizá consiente del suceso. Conversaban lo joven y viejo, la anciana le pedía dinero y el joven sin mucho esfuerzo, le brindaba la paz a su necesidad, ya tenía para su cena, para dormir sin hambre y conciliar el sueño.

¡Tomad y comed todos de él!, todos vengan, comulguemos, de Cristo seamos cuerpo, seamos parte de ese alimento que se entrega por nosotros. Tratando de coordinar sus pasos con el bastón, la vieja sin culpas buscaba el altar, el joven, sin dudas la mano le extendió y a la fila insertó, se vivió la unión, la común unión.

Curiosamente el joven no pensaba comulgar, pero Cristo le salió al encuentro, comulgó sacramentalmente y comulgó con su pueblo. en aquella misa unos escuchamos el evangelio, otros lo vivieron y nos hicieron caer en cuenta que el evangelio no huele a incienso.

Nota aclaratoria
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Publicado por
Manuel Narval

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