Mucho antes de que levantara 318 kilogramos (142 en arranque y 176 en envión), antes de que se quitara los zapatos y se arrodillara con los brazos en alto, antes de que llorara de alegría, antes de que se subiera al podio y se colgara en el cuello la tercera medalla de oro en la historia olímpica del deporte colombiano, antes de que sonaran las notas del himno nacional en Río de Janeiro, antes de que sus compatriotas se enorgullecieran y se erizaran con su triunfo, antes de que dijera a boca llena que no está viejo y le pidiera al presidente un centro de alto rendimiento con su nombre en Cali, Óscar Albeiro Figueroa Mosquera tuvo que superar una pesada lucha.
Cuando apenas era un niño de nueve años de edad, Óscar y su familia, salieron huyendo de su parcela en Zaragoza (Antioquia), municipio que lo vio nacer el 27 de abril de 1983. Guerrilleros y paramilitares se daban plomo, derramaban sangre y desplazaban a una gran cantidad de familias de la zona, entre las que se encontraba la Figueroa Mosquera
Las balas zumbaban por todos lados. Violencia y terror era lo único que había sembrado por esos días en esa tierra de tradición minera y pesquera. Hermelinda Mosquera, su madre, agarró a sus hijos, se llevó las cosas materiales que pudo y se trasladó hacia Cartago, Valle del Cauca, a la casa de un familiar para comenzar una conmovedora y difícil pelea por la supervivencia.
Mientras su mamá trabajaba como empleada doméstica, vendía empanadas y hacía cualquier tipo de comercio informal, Óscar y sus hermanos quedaban al cuidado de la Fundación Teresita Cárdenas, del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar.
Más atraído por los deportes que por el estudio, comenzó a practicar fútbol, baloncesto y karate. Pero fueron las pesas las que lo atraparon y le depararon un mejor destino. No le seducía mucho eso de elevar tantos kilogramos por encima de sus hombros, pero la insistencia de sus primeros entrenadores terminó sumergiéndolo en ese mundo.
“Cuando yo lo conocí tenía 11 años, era un niño muy callado y delgadito. Mi hermana Carmenza lo reclutó y entre las dos empezamos a formarlo en este deporte en Cartago”, cuenta Damaris Delgado a EL HERALDO.
“Llegó por azar, le gustó y se quedó”, recuerda Jáiber Manjarrés, quien lo terminó de formar en Cali.
Ya apasionado por la halterofilia, permanecía metido en el gimnasio buscando su desarrollo como deportista y sacaba el tiempo para trabajar como empacador en un almacén de cadena, en donde conseguía algunas monedas para llevar a la casa y ayudar a su mamá.
Lejos estaba de la rumba, de los vicios, de los malos caminos. Siempre se mostró como un joven serio, riguroso, disciplinado, dedicado y profesional. “Era muy juicioso”, apunta Ángelo Arbeláez, periodista del Instituto de Deportes del Valle del Cauca, que lo vio crecer como pesista, en Deportel, un alojamiento para los deportistas vallecaucanos.
Esa personalidad tranquila, sobria y estricta lo llevó con éxito por el ambiente militar. En 2004, el mismo año en que disputó sus primeros Juegos Olímpicos (Atenas), se vinculó a las fuerzas militares como soldado regular.
En las filas castrenses encontró el respaldo para continuar con sus metas en la halterofilia y conoció al sargento primero del Ejército Oswaldo Pinilla, quien se convirtió en su entrenador y en papá. Lo aconsejó y guió de manera deportiva, militar y personal. El lunes estuvo a su lado en su momento de máxima gloria.
“Todo esto se lo debo a mi entrenador Oswaldo Pinilla, que se ha convertido en un padre para mí, y al doctor Jorge Felipe Ramírez, que logró recuperarme. No estoy viejo, tengo mucha experiencia”, expresó Óscar en medio de lágrimas, rodeado de una nube de periodistas.
Ramírez fue el médico que lo ayudo a llevar la pesada lucha con las lesiones. Después de las justas de Atenas-2004, en el cuales resultó quinto en la categoría de los 56 kilogramos, el antioqueño llegó a Pekín-2008 con el favoritismo a sus espaldas, pero una lesión en la muñeca derecha frustró sus aspiraciones de podio.
“El sargento Pinilla fue quien creyó en Óscar aun después, no del fracaso, sino del impasse en su carrera en Pekín cuando las lesiones lo aquejaron y los medios de comunicación lo masacraron, por decirlo así, y despotricaron todo lo que quisieron de Óscar por las diferencias con el entrenador que tenía en ese momento”, comentó a la agencia Efe el sargento segundo del Ejército Wilson Arley Figueroa, hermano del campeón olímpico.
Wilson Arley, que pertenece al batallón de San José de Guaviare, se refiere al búlgaro Gantcho Karouskov, ex entrenador de la Selección Colombia de pesas, a quien muchos reconocen el hecho de sembrar la semilla que florece ahora en este deporte.
Figueroa, temperamental y contestatario, tuvo inconvenientes y discusiones con el europeo, famoso por sus constantes regaños, gritos y exigencia extrema.
Después de ese primer obstáculo físico en territorio chino, se recuperó y volvió a la alta competencia en Londres-2012, donde el país conoció su historia por primera vez.
A principio de este año, el médico Ramírez lo operó de dos hernias discales que amenazaban su sueño dorado, por eso las palabras de gratitud de Óscar.
“Lloré en mi consultorio cuando me dedicó la medalla”, admitió el ortopedista y traumatólogo al diario El País.
En medio de su emoción por el triunfo, Figueroa se quitó los zapatos en señal de fin a su carrera. Sin embargo, ya no tiene tan decidida su partida de las pesas. “Voy a pensar si me retiro, de lo que estoy seguro es que me voy a tomar un año completo de descanso para dedicarme a la academia, estoy en noveno semestre de administración de empresas (en la Universidad Santiago de Cali), luego quiero hacer la maestría de gestión pública y después sí comenzar el proceso de preparación para Tokio-2020”, aseguró en la tranquilidad de la Villa Olímpica, en diálogo con Estewil Quesada, periodista que hace parte del equipo de comunicaciones del COC durante estas olimpiadas.
De su futuro es casi seguro que no será entrenador. “Me veo más en la parte directiva, me gusta la gestión, velar por el bienestar de los atletas. Soy el más acérrimo contradictor de las entidades privadas y del estado, pero siempre en pro del desarrollo del deportista colombiano. Necesitamos una nueva dirigencia deportiva, mayor gestión y menos corrupción en el deporte”, comentó el pesista.
Atrás quedaron las balaceras de Zaragoza, la despedida de mamá en el hogar del ICBF de Cartago, los días de empacador, las noches de angustia, las preocupaciones…
“No fue fácil para mí llegar a Cartago, yo estaba acostumbrado a una vida de campo y encontrarme así, de repente, con una ciudad, me costó”, confesó Figueroa ayer en la mañana a Blu Radio, antes de colgar abruptamente el teléfono y cortar la entrevista cuando le pidieron hablar del complicado génesis de su existencia.
Un día después de disfrutar “el momento más lindo” de su vida, prefería dejar a un lado el pesado pasado y gozar el presente dorado. “Ha sido el esfuerzo a tantos años de trabajo. Esto es indescriptible”.
Fuente: El Heraldo
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