Hay dos hitos en la historia de las comunicaciones del último siglo: la televisión y la internet. Mi generación se encarretó con la pantalla chica, al igual que los jóvenes de hoy son unos completos celu-bobos (as). Pero el ofrecimiento exagerado de las opciones de canales saturó a las televidentes, porque eso de que hay más de cien listos para ser sintonizados… parece cosa de locos. No se encuentran en esas recetas culinarias, algarabías de sectas cristianas, posudos comentaristas expertos en todos los deportes, tontos programas infantiles, nada pero nada que seduzca para ocupar el tiempo.
Hace algunos años, todavía se sintonizaban miles y miles de televisores para disfrutar series como Aroma de Café, Azúcar, Betty la fea que con talento y, sobre todo, tratamiento de temas comunes y silvestres que interpretaban a todos los que con la boca abierta los veían, fueron un deleite para los que ni por el chiras se perdían un solo capítulo. Las calles de todas las ciudades aparecían desiertas en las primeras horas de la noche, porque hasta los jefes del hogar eran los primeros en sentarse al frente de las pantallas. Siguió luego una tanda de temas del narcotráfico, que -hay que reconocerlo- no solo tiene saturada a la opinión pública, sino que han fabricado una imagen de Colombia que no nos merecemos.
En el canal TeleCafé han reaccionado con fuerza ante esa “moda”, reviviendo los temas autóctonos, con lenguaje que se siente hasta en las entrañas porque reflejan la herencia de quienes abrieron esas selvas para traer la civilización. Con series de relativamente pocos capítulos que ocupan todos los horarios nocturnos, recuerdan cómo fue esa colonización antioqueña promovida por los arrieros, hoy en vías de extinción -con sus pleitos de tierras entre las guerras civiles del siglo 19- y cuáles son las dificultades que se presentan hoy en día, como el microtráfico y la emigración hacia Estados Unidos, España, Chile y otros países. Esa parrilla nos entretiene cada noche… y nos deja pensando. Abran campo, Mi generación, Tierra de todos, Las ausentes, Antes del fuego, Testamento de un Gallo, Gota a gota, La tía Remedios, Generación milenial, Morir de amor y otros, son los títulos de las producciones que este canal nos ofrece.
Y el espacio de crónicas sobre problemas agudos -el programa Expediente investigativo- es ejemplo del mejor de los periodismos, tan diferente a algunos dominicales de las cadenas nacionales, que ni siquiera son editados, repitiendo y repitiendo hasta el cansancio (hasta la náusea) detalles innecesarios de los temas tratados y, lo más detestable, atarzanando a los entrevistados, persiguiéndolos hasta al trote y casi metiéndoles el micrófono en la boca. En cambio en éste, en media hora agotan de manera inteligente el asunto, hundiendo el dedo en la llaga y dejando completamente informados a los televidentes. Tal es el caso del turismo en Salento, excesivo para un pueblo tan pequeño… y que lo ha desfigurado. Y esa peste ya está llegando a Filandia.
Que aire tan refrescante nos está ofreciendo TeleCafé. Confieso que me importaría un pito si mi televisor no pudiera sintonizar más canales. De hecho es un dinosaurio que está que saca la mano. Con esta programación y el noticiero nocturno que nos cuenta las cosas de nuestros vecinos -en el de mediodía ya anuncian que cubrirán hasta el Norte del Valle- me basta… y no me sobra.
Coletilla 1: Y hablando de esa colonización antioqueña, el domingo 15 de agosto de 2010 el ya desaparecido diario La Tarde me publicó un artículo de página completa que titulé “Dos talantes, dos economías”, en el que -aparte de la extinción del cabildo indígena de Cerritos, que fue convertido songo sorongo en propiedad privada- relaté cómo los Marulanda se apoderaron de la distribución de licores en esta parte del país que, casi desde la Colonia, habían manejado solo cartagüeños fatutos. Esta familia llegó en la segunda oleada, no fueron fundadores de Pereira, pero venían respaldados por potentados antioqueños, que avizoraron lo que podían conseguir con el pretexto de traer el progreso. Y ese tema del arribo de estos financistas es tratado en uno de los espacios que menciono arriba: Antes del fuego.
Coletilla 2: Con mucha curiosidad, pendiente de su desarrollo, observé durante estos casi seis meses que duró la remodelación del Parque de Bolívar de Cartago el avance de la obra, hasta su terminación en esta semana que pasó. Y tengo que decir que me gusta como quedó. Estuve presente en el acto en el que mostraron con imágenes lo que se pretendía… y lo cumplieron: nuestra sala de recibo sigue conservando su forma circular (casi única en toda Colombia), el piso fue completamente remodelado dándole una artística presentación con un bello diseño en sus ocho entradas. Y no hubo la tal tala inmisericorde de sus árboles, como algunos habían denunciado. La estatua de El Libertador continúa en el sitio en el que fue puesta en 1926, rodeada de un piso también magníficamente diseñado. Felicitaciones a los responsables de esta obra, que embellece a nuestra ciudad. Hay que controlar, sí, el arribo de los vendedores ambulantes de cachivaches… que ya están comenzando a llegar.
Coletilla 3: Aparece en mi feisbú una “invitación” a pagar decenas de miles de pesos para aumentar el número de mis lectores. No me interesa. Con los temas en las tres páginas sobre genealogía me entretengo y harto. En una ya somos más de 3.000 sus miembros. Ahí leo… y también me leen. Y encontré hasta un pariente lejano, descendiente de otra de las hijas de Gabriel Peláez Vélez, el padre de Juliana, mi tatarabuela paterna. Soy neófito en esos temas y hay generosidad en los expertos que allí escriben… compartiendo sus saberes.
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