Las miserables noticias de corrupción, violencia, impunidad y cinismo, que se revelan todos los días en Colombia, son una estocada que desgarra, frustra, y desangra a los millones de Colombianos que tienen la desgracia de pertenecer a la genealogía de los débiles, de los pobres, aquellos que por décadas han sido marginalizados por un fenómeno social alimentado del pensamiento de la colonización del que no pretenden renunciar, sino que por el contrario endurece y se refuerza con la intención de hacer más miserable sus vidas.
Pareciera que cada acto de deshonestidad, y de putrefacción que realizan estos dirigentes políticos no escatima el más mínimo escrúpulo para que sea descubierto, tal vez sea esta una estrategia para condicionar a las masas y se habitúen a estos actos; una manera ruidosa de instaurar su necropolítica pero que paulatinamente gana terreno en la cultura de los ciudadanos que normalizan estos hechos, se pierde el interés y la capacidad de crítica para cuestionar, pues, tal vez en algún momento nos hemos visto cobijados por el juego sucio de la doble moral que nos impone vivir en un país con pocas oportunidades.
Somos testigos de estos actos cuando vemos que cientos de personas han perdido la batalla de la vida esperando una cita médica, un diagnóstico claro o un tratamiento digno para su enfermedad, los estudiantes que logran graduarse del colegio pero no pueden acceder a la educación superior, los universitarios endeudados hasta el gollete para sacar adelante una profesión, el éxodo de miles de estudiantes para enriquecer sus conocimientos con mayor calidad y a un menor costo, como la estudiante de medicina en Buenos Aires Argentina que a cambio de su esfuerzo por adquirir conocimientos que ayudarán a la humanidad y más los tiempos en que las enfermedades nos sorprenden cada día más, recibe el mensaje de un pensamiento atrofiado sobre la educación; palabras frías y poco empáticas de la cónsul María Clara Rubiano, palabras que son como un dardo que representa la realidad no solo para esa estudiante, sino también para los miles de estudiantes y profesionales que buscamos oportunidades, con esfuerzo, con dedicación, con las dificultades y limitaciones propias que van desde lo cognitivo hasta lo económico.
Pero aunque sus palabras fueron duras, fueron sinceras y ciertas, estudiar no sirve para nada por lo menos en Colombia como lo expresó el senador Gustavo Bolívar en su columna de opinión; lo mismo sucede a puertas cerradas, en muchos despachos gubernamentales de este país, sin, audios, correos, contratos o cualquier evidencia que sustente lo que digo, en los que se acentúa y se hace honor al el lema “estudiar “no es suficiente, no alcanza”
Pero es esta, solo una de las caras que tiene el pensamiento mentiroso, hipócrita oligarca en el que han convertido este país, una sociedad, sin temor siquiera de Dios; cristianos que se proclaman seguidores de Jesús y de sus prácticas, pero rechazan al pobre desde la comodidad de sus post en Twitter, como los señalamientos, burlas y maldiciones a los que perdieron la vida robando el camión cisterna, si solo sintieran un día de hambre, de miseria, fatiga y la desesperanza de ser un pueblo abandonado, olvidado, en el que por destino divino, aparece una oportunidad de sacar recursos en medio de una pandemia, la moral con la que se juzgarían estos actos cambiaria, si tan solo sintieran la miseria del desprecio humano, político y social, quizás por no ser una de las poblaciones donde las expectativas electorales son irrisorias para algunos sectores políticos, la opinión cambiaria.
Hoy Colombia se encuentra en aumento de un virus devastador para los más débiles, personas de la tercera edad o con cualquier decaimiento de su sistema inmunológico, y sin alcanzar el pico de contagio se decide reabrir la economía solo porque es lo más conveniente para un gobierno que es incapaz de atender las necesidades básicas de sus ciudadanos, que no se puede reducir solo a lo económico. Miles ya salimos a las calles a trabajar, a tener la posibilidad más abierta al contagio, acciones que se camuflan como buenas, como acertadas, pero que en realidad son un desprecio por el pobre, ese que trabaja, que le dicen que todo lo quiere regalado, pero que se levanta a las cinco de la mañana a trabajar sin importar si en los próximos meses morirá.
Como lo dijo el libertador Simón Bolívar-, “ El débil necesita de una larga lucha para vencer” y así es, tenemos que resistir, y resistir no significa incendiar el país, ser de izquierda o comunista, resistir es tener la capacidad de crítica, de incomodidad, de inconformismo con la visión de políticas que desprecian a los más débiles, resistir es, tener la capacidad misma, de mirar hacia adentro, debatir nuestras ideas, nuestros actos, de combatir la doble moral que nos empuja para sobrevivir en este país, a ser conscientes, a revolucionar el pensamiento y sobre todo no renunciar nunca a la posibilidad de soñar un país con las mejores oportunidades, de sentir e importar lo que sucede a mi alrededor, y sobre todo acoger, amar y ayudar a los pobres, los débiles que en otras palabras somos nosotros mismos, los que pueden leer estas líneas; porque los fuertes, los que desprecian, no llegarán hasta aquí, pues no les importa.
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