Parece que está renaciendo el mejor de los cartagüeñismos. Al menos eso parecen indicar ciertos síntomas, como por ejemplo las emotivas reacciones producidas por la publicación de fotos antiguas. Esto demuestra, una vez más, que el tan cacareado “no soy de aquí ni soy de allá” o que “somos ciudadanos del ancho mundo” no son más que letras para las llamadas canciones de protesta de los años 70´s. Porque la verdad monda y lironda es que -luego de la caída del Muro de Berlín, la desbaratada de la Unión Soviética y la explosión en pedazos de varias repúblicas del oriente europeo (como Yugoeslavia y Checoslovaquia)- lo único que quedó en firme es el concepto de tribu. Y que lo digan los kurdos, los vascos y los catalanes, para no mencionar sino estas tres.
Cartago está en este sitio desde el 23 de abril de 1691 -es decir, hace 328 años-, luego de su traslado con todas las autorizaciones concedidas por las autoridades del virreinato español al que pertenecíamos y que estaban plasmadas en el acta de fundación. Y en donde apareció por decisión de Don Jorge Robledo (y 172 años después unos cartagüeños lo hicieron con Pereira) no quedó nada, porque hasta las puertas de las casas fueron traídas en procesión, encabezada por la imagen de la Virgen de la Pobreza. Es posible que algún cuidandero se hubiera mantenido allá vigilando cualquier cultivo de alguno de los que se vinieron. Y once años después -el 30 de diciembre de 1701- 104 ciudadanos compraron lotes para construir sus viviendas, tal cual aparecen con sus nombres en el documento encontrado y publicado por Don Heliodoro Peña Piñeiro en su libro.
En 1771 se ordenó la elaboración de un censo en todo el virreinato y en nuestra ciudad esa labor la realizaron a conciencia las autoridades locales, certificada por el escribano (notario) de entonces. Existe la parte concerniente al casco urbano, pero falta el documento que relaciona lo que hoy es Obando y por aquellas calendas era la Parroquia de San José del Naranjo, segunda en importancia después de San Jorge. En el libro de don Jorge Peña Durán -1940, para conmemorar los 400 años de Cartago-, está la lista completa de los habitantes de hace 248 años, pero la dificultad de su lectura estriba en que no había la nomenclatura por carreras y calles (ni siquiera a la cuarta se la menciona como Calle Real) y no se sabe a ciencia cierta el lugar de cada casa, aunque sí hay unos hitos que dilucidan algunos sectores.
Por ejemplo: luego de mencionar el Convento de San Francisco -donde está ubicada la Corporación de Estudios y antes el Colegio Académico- después de pocas casas se llega a la que era la residencia de Don Simón Fernández De Soto, padre de María Josefa, la segunda esposa de Tomás Miguel Sanzena y Mendinueta, el escribano. Es lógico suponer que ésta estaba ubicada en la actual Plazoleta Santander y correspondería al hoy denominado Hotel San Francisco. Pero lo cierto es que en este censo hay apellidos ya desaparecidos hoy en Cartago… y no aparecen otros que llegaron tiempo después. Y entre los que sí están, hay algunos descendientes de quienes fueron los compradores de lotes casi un siglo antes.
Por estas potísimas razones (“hechas aquestas consideraciones”, decía mi profesor de sociología en la Facultad de Derecho) es que se puede decir que son muy pocos los cartagüeños de hoy cuyos antepasados llegaron en la procesión de la Virgen de la Pobreza, por un camino que era un barrizal y ahora doble calzada. Entre estos estaban los Mendoza, Ramos, De la Yuste, Montaño, De los Arcos, Daniel, Tamarís, Vélez, Bueno, Bedoya. Algunos vinieron después de otros lugares del virreinato, como los Villaisan, Lerma, De la Torre, Zorrilla, Fuenmayor, Del Campo, Cerezo, Melgarejo, Valderrutén, Ibáñez, Lisundia, Bocanegra, De La Asprilla, Salamando, De la Serna, Sanzena. Los más comunes eran Rojas, Rengifo, Chávez, Ortiz, Suárez, De Aguilar.
Las cifras del censo fueron éstas: habitantes (“entre blancos y pasetos, libres y esclavos”): 2.572. Reses: 7.000. Bestias: 1.295. Esclavos: 467. Casas: 246 (de teja, 7; de paja, “muy maltratada y sin fijeza”, 239). En la parte que no aparece (pero lo dice la publicada) sus bienes tenían un valor de 150.782 patacones, del total de 351.783 -“salvando cualquier yerro de suma o pluma”, dice- es decir, casi el 50%. Ese sitio llamado “El Naranjo”, pudo albergar cientos de habitantes. Fue encomienda de Don Miguel De la Yuste (tesorero de Caja Real de Cartago desde 1570 y por más de 15 años), que heredó su hijo mayor, el Maestre de Campo Marcos. Luego se repartió… y la convirtieron en extensas haciendas ganaderas.
De manera que, para hablar de la historia de nuestra ciudad, es obligatorio meternos en este contexto, porque esos recuerdos se remontan más allá… de los bucólicos años del siglo pasado. Inclusive mucho más atrás de la invención de la fotografía, cuyo registro de imágenes ninguno de los actuales cartagüeños vivos conoció. Por ejemplo, la de 1907 que plasmó cómo era el Parque de Bolívar.
Coletilla: En el facebook de cada persona aparecen dos opciones. Una, lo que llaman noticias y que es solo la relación de sosos comentarios, muchos de ellos copiados, cuando no promociones de esta sociedad del consumo. Pero lo más jarto, son las cantaletas de algunos que gastan su tiempo tratando de lavarles el cerebro a los lectores. Y a estas alturas de la vida si es como bien difícil que a uno lo adoctrinen. La otra opción es lo que llaman historia, que puede ser la personal -si el “dueño” de esa página es narcisista y quiere aparecer en todas las poses-; o dedicada a la ciudad en la que nacimos, nos bautizaron, nos criamos y vivimos, para mostrarla a los que miran esas redes sociales.
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