“Cuida tus pensamientos, ellos se convertirán en tus palabras; cuida tus palabras, ellas se convertirán en tus acciones; cuida tus acciones, ellas se convertirán en tus hábitos; cuida tus hábitos, ellos se convertirán en tu carácter; cuida tu carácter, él se convertirá en tu destino” Lao-Tse.
Y tú… ¿Qué destino quieres para ti y los tuyos?
Normalmente un discurso se empieza con un exordio, un nudo y un desenlace; no obstante, quisiera romper con el protocolo y expresarles mi conclusión: La pandemia es un mal necesario siempre y cuando descubramos JUNTOS su verdadero propósito. Hay distintas opiniones al respecto y pido al respetado lector no ser reactivo, gestionar sus emociones con respecto a mi enunciado e invitarlo a seguir leyendo este corto escrito. Es mi deseo que no se nieguen la oportunidad de conocer los argumentos de mi opinión y si así lo decide, afronte esta crisis desde esta perspectiva.
A propósito del propósito, sabemos que es una meta que estamos llamados a cumplir en un determinado lapso de tiempo y que se desarrolla en diversas facetas: personal, familiar, laboral, social, entre otras. Precisamente, una de las mayores dificultades de todos estos meses de aislamiento, fue el coartar a cada persona en el planeta de su propósito individual multifacético, de manera que, para satisfacer esta necesidad innata nos vimos obligados a reinventarnos y sacar el mayor provecho de la virtualidad en la ya conocida cuarta revolución industrial.
Aunque las restricciones de movilidad mejoran cada día, aún tenemos la sensación de estar presos en nuestras propias casas, ciudades y países con mucha impotencia ante un futuro incierto. Y es realmente evidente, ya que en el fondo sabemos que todos tenemos un propósito compartido que nos ha sido impuesto de generación en generación, la muy temida muerte. En realidad, no importa cuántas veces nos sonría la vida, la muerte siempre sonreirá a lo último; en efecto, no podemos controlar cuando vamos a morir ni el cómo, pero si podemos decidir el cómo viviremos.
Además del autocuidado y seguir los protocolos de seguridad, yo elijo vivir con un propósito superior, uno más grande que mi individualidad, uno que sea colectivo, conectado a los intereses del bienestar humano. Vemos a diario el propósito colectivo actuar en las fuerzas de la naturaleza, como el proceso de la lluvia, la polinización o inclusive en un simple diente de león esparciendo sus semillas en el ocaso de su vida, para expandirse en perfecto equilibrio con el ecosistema que nos sustenta. Puedo aseverar por todo lo anterior que cada ser vivo racional de esta tercera roca, por primera vez en la historia y en unos pocos meses, nos hemos dado cuenta aún más de la fragilidad de nuestra existencia.
Sea consciente o no, hoy estamos más conectados que nunca, y no me refiero a las redes sociales o cualquier tipo de aplicación online, más bien, a la zozobra del mañana y del sentido o sin sentido de nuestras vidas. Yo me pregunto entonces: ¿Cómo en esta época de crisis podríamos conectarnos para lograr ese sabio equilibrio de la naturaleza? ¿Cuál es nuestro propósito colectivo como raza humana? Y mi única respuesta hasta ahora proviene de: una crisis planetaria llamada pandemia.
Con seguridad les puedo decir que en estos tiempos, las personas de cada rincón del mundo con los más variados y contradictorias creencias y filosofías de vida: cristianos, católicos, gnósticos, ateos, agnósticos, entre otros, se han preguntado en algún momento sobre Dios, algunos con ánimo de realizar peticiones, otros para blasfemarlo y/o negar su existencia, no obstante, por primera vez en la historia de la humanidad en la mente de cada ser humano está más presente la idea de Dios, el creador o una energía universal.
Y es que para que un universo tan inmenso, infinito tanto en lo macro como en lo micro y con un diseño inteligente que sigue desconcertando a los científicos, funcione como lo hace, también debe de existir una mente infinita viviente que lo concibió, creadora incluso de los propósitos mismos del existir. Galaxias enteras se destruyen y dan forma a otras y aunque nuestra mente finita no lo entienda, lo bueno y lo malo toma su significado dependiendo de su lugar. De hecho, la pandemia como catalizador nos ha servido para darnos cuenta que hay un propósito más elevado, que hay un sentido colectivo para la existencia más allá que solamente nacer, reproducirse y morir. Naturalmente, de no ser por esta crisis globalizada, las personas seguirían ignorantes que nuestros esfuerzos son finitos y solo se vuelven infinitos de la mano del eterno, ya que Dios fue, es y será nuestro propósito y nuestro principio unificador.
Impregnemos nuestros pensamientos, palabras, acciones y hábitos con el propósito superior de Dios para que el forje nuestro carácter por medio de pruebas tan difíciles como las actuales y juntos edifiquemos nuestro destino en Él. Al final de mis días solo quiero sonreír a carcajadas con la muerte porque viví sumergido en el principio unificador de la creación, con la mente del compositor de la existencia armonizando y expandiendo la mía, volviéndome parte de su eterna obra, de su historia; porque la historia del mundo es su historia y podemos elegir ser parte de ella, o solo ser un fugaz aliento de vida en la inmensidad del universo.
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