Muchas son las consecuencias derivadas de este flagelo del coronavirus.
En lo social, se ha revelado un problema que afecta directamente a los mayores de setenta años, considerados por la OMS, Organización Mundial de la Salud, como población en alto riesgo de contagio, en la pandemia del COVID 19.
Animado por la idea de cumplir el protocolo de la OMS, el gobierno ha determinado, que deben estar en confinamiento permanente, tanto ellos, como los mayores de sesenta años; sin derecho al ejercicio de caminar; a oxigenarse; a calentar sus huesos, en paseos matutinos de una hora diaria; factores vitales para conservar la salud en gente de esta edad.
En estos días de cuarentena se ha informado también, en medios radiales, sobre un mapa del DANE que estaría disponible en internet para todo todos los usuarios.
El mapa indicaría, la edad, las comorbilidades y el estado de salud, con respecto al coronavirus, de todos los individuos del entorno.
Esta violación del derecho al secreto de la historia clínica del ciudadano, resulta, además de chocante, altamente peligrosa, por ser esta una sociedad con «comorbilidades» y el enemigo nos ha cogido mal parados.
Aunque, según el protocolo, observado en todas las naciones del mundo, la idea de recluir permanentemente a los mayores es una recomendación de la OMS, los gobiernos podrían flexibilizar la norma, de acuerdo a algunos factores que deben ser tenidos en cuenta.
Se ha despertado, en consecuencia, un fascismo, solo comparable con el sentir de aquellos que rechazan y atacan a los médicos, en este tiempo de pandemia, sin importarles que sean ellos quienes, sin discriminar, arriesgan su vida, y la de los suyos, por salvar la nuestra.
Son de considerar en este caso, las amargas experiencias vividas por trabajadores de la salud, ante algunos egoístas e inconscientes ciudadanos, que de las amenazas pasaron a los hechos, como ocurrió en un par de lamentables sucesos en Bogotá.
Y es que el miedo es irracional; disparó lo peor de esta sociedad, que se ha mostrado discriminatoria y agresiva. Poco a poco, comenzamos a ver al prójimo como a un peligro. Es necesario que los medios de comunicación incrementen, aún más, los mensajes a la conciencia de los ciudadanos; de solidaridad, de hermandad, de consideración, de respeto por el prójimo.
Así mismo, es de tener en cuenta, el testimonio de la hermana del primer fallecido en Colombia, por coronavirus.
Relató la mujer que, su hermano, un taxista cartagenero, fue contagiado por dos pasajeros italianos que recogió en el aeropuerto. Este, a su vez, la contagió a ella y posteriormente murió en una clínica de Cartagena.
Según la señora, ella presentó mejoría y fue enviada a continuar el tratamiento en su vivienda, pero, pronto, los vecinos amenazaron a la dueña del inmueble con lapidar su casa, si no expulsaba de allí a la enferma. Algo parecido a lo que vivimos en los comienzos del SIDA.
Pero además, hay quienes pretenden que, de presentarse el caso, nuestros mayores, enfermos de coronavirus, deben ser desconectados de los respiradores artificiales, para conectar a enfermos más jóvenes.
Y algo más grave aún: hay también, quien ha llegado a insinuar, en un medio radial importante, que en caso de una escasez de alimentos, no hay que mantener abuelitos, habiendo tanto niño.
La misma persona, en otra ocasión insinuó también, que no se justificaba que los niños no pudieran salir a jugar con la pelota, solo porque se corría el riesgo de que se contagiaran y a su vez contagiaran a los abuelos; argumentando que los niños podrían sufrir, más adelante, problemas sicomotrices a causa del encierro…
¡Cómo aflora lo mejor de la humanidad, en unos y en otros brota lo peor, en una situación como la que nos ha tocado vivir!
Han olvidado quienes así piensan, que el dueño de la vida y de la muerte, es solo uno. Y ese dueño es quien determina los años y los días de un hombre sobre la tierra. ¡Esto no es potestad de médicos ni de gobiernos!
En contraste, en el mundo existen culturas milenarias que dan a sus mayores, el valor que dan a la sabiduría.
¿Habrán pensado quienes sostienen tales ideas, que una persona de setenta años, por ejemplo, pudiera ser alguien de una elevada calidad humana, y que tal vez, el joven a quien quisieran beneficiar pudiera ser alguien ruin y perjudicial para su prójimo?
¡Qué falta de respeto y consideración con las damas y los varones que han cumplido y cumplen a cabalidad, con esta sociedad!
Solo las personas en estado senil, o que no puedan valerse por si mismo, pueden ser susceptibles de tal suerte. De lo contrario, es un atropello tratar a nuestros mayores como a unos bebés.
Hay que tener en cuenta que todos, jóvenes y viejos, estamos en riesgo de contagio, y que esta enfermedad no respeta vidas; ni de ancianos, ni de jóvenes ni de niños.
Sería bueno conocer también, las estadísticas sobre el promedio de edad, no solo de los muertos por el coronavirus, sino también de los contagiados. Probablemente veríamos, que la diferencia consiste en que la población mayor corre mayor riesgo de morir por el coronavirus. Pero, todos somos, en determinado momento, vectores de contagio; y en todo caso, si todo hombre tiene derecho a escoger su forma de vivir, también debe tener derecho a escoger su manera de morir, si de esto se trata.
Un hombre en tal edad, es alguien que debe saber calcular sus más grandes riesgos; el siente que su vida no puede terminar encerrado antes de tiempo. Y sabe también, que tiene derecho a una oportunidad.
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