Estupefactos, incrédulos, escuchamos a un senador intentar explicar lo inexplicable: el contenido de su proyecto de reforma constitucional para exigir calidades académicas especiales a quienes aspiren a ser elegidos como congresistas, concretamente título universitario en cualquier universidad… así sea de garaje El desconocido congresista es sobrino de un ex gobernador de Antioquia, que es el “dueño” de los votos con los cuales fue elegido su pariente.
Pero también me extrañó que solo al final de esa larga entrevista los periodistas le preguntaron -casi balbuceantes- el porqué su tan repetida aseveración de que el Congreso es la junta directiva de un país. Desde siempre el sistema democrático ha luchado a los codazos para hacer respetar la división en tres ramas del poder público y frenar a los que privilegian a una de ellas, como las dictaduras o los sistemas excesivamente presidencialistas, tal cual el nuestro.
Porque Colombia es ejemplo de esto. El deseo de Bolívar de volverse dictador le desbarató todo lo que había hecho y enfrentó a quienes le colaboraron en la lucha por la independencia. Llegaron años muy turbulentos después de su fallecimiento, con una seguidilla de guerras civiles entre los caudillos regionales, hasta que llegó lo que se llamó centralismo político y una tibia descentralización administrativa a comienzos del siglo 20, consecuencia de la llegada al poder del cartagenero Rafael Núñez después de otra guerra, la de los Mil Días, que acabó con la Constitución Liberal de Rionegro de 1863.
Entre estos bandazos guerreros transcurrió nuestra historia. Y llegamos a los extremos: la Constitución aprobada en aquella ciudad antioqueña fue producto de los triunfos militares de los liberales, tan protectora de los derechos civiles que, dicen, fue calificada por el poeta francés Víctor Hugo como hecha para un país de ángeles. Se aprobó el divorcio, el voto de la mujer, estableció un estado laico pues acabó con los privilegios de la Iglesia Católica y consagró una total descentralización política y administrativa para las diferentes regiones de Colombia. Y la de 1886, después de la victoria conservadora encabezada por Núñez -quien había comenzado como militante del liberalismo-… que barrió con todas esas conquistas.
Esto es historia de Colombia, que no parece conocer ni por el forro el congresista de marras. Y ni siquiera la reciente, porque hace apenas unas décadas eso ya se había discutido. Un famoso congresista (de cuyo nombre nadie quiere acordarse, porque se supo que mientras proponía temas bien interesantes… tramaba el asesinato de un contendor) ya había puesto las cosas en su punto, al decir que la técnica es la sirvienta -palabras textuales- de la política. En cambio el heredero paisa sustentó su propuesta repitiendo que hay asuntos muy técnicos en las comisiones que estudian el presupuesto nacional. Pero es que esos son apenas las puntillas o los tornillos, con los que se concreta lo que es, de lejos, más importante: el diseño… no la carpintería para lograrlo. Y aquel es el resultado de los pensares de quienes señalan los caminos a seguir, después de aprenderse la geografía, la sociología y la economía.
En resumen: un título universitario, per se, no garantiza claridad mental. Es apenas la consecuencia administrativa de haber cumplido con requisitos tales como asistencia a clases, calificación suficiente en unos exámenes… así las respuestas sean solo el resultado de aprender de memoria unos textos, sin capacidad para interpretarlos. Todos los que cursamos una carrera completa en una universidad conocimos varios de esos “doctores”. Y este nuevón senador quiere llenar el recinto del congreso con casi dos centenares de estos supuestos especialistas. De ser aprobado este esperpento legislativo, se llenaría la sede de una de las tres ramas del poder público… de delincuentes con título.
Coletilla 1: Conocí a César Vallejo Restrepo cuando hace varias décadas me lo presentó Don Manuel Cubillos Beltrán (también q.e.p.d.), gerente de la Cooperativa de Cafetaleros del Norte del Valle. Y recuerdo que con sorpresa ví a un hombre todavía joven, pues la voz que había escuchado por Radio Robledo era la de una persona muy mayor. Después de haber laborado en El Tiempo, regresó a este Norte para continuar con su profesión de periodista, en la cual fue ganador del máximo premio: la credibilidad y la confianza de sus lectores y oyentes. Como corresponsal del diario caleño El País abrió esas páginas a comentaristas norteños, entre los cuales me conté por su especial invitación. En mi última conversación con él lo noté entregado a la voluntad del Supremo Creador. El límite de vida que le habían dado después del transplante de hígado… se había cumplido hace un año. Y su E.P.S. le dificultó en sus últimos días la entrega de los medicamentos esenciales para su tratamiento. Que descanse en paz.
Coletilla 2: Hace más de una semana escuché por una cadena radial nacional al alcalde de Medellín (especialista en proyecciones matemáticas) decir que el 70% de los colombianos se va a contagiar. Si eso lo ha repetido en las de su ciudad, con razón la indisciplina de los antes muy juiciosos paisitas, que ya parecen decir: si eso es cierto… “tonces pa´qué” tapabocas y distanciamiento social. Y como que tiraron por la borda esas medidas de prevención, tan cantaleteadas nochemente en el show de las 6 p.m. En Cartago, en ese mismo lapso de 15 días, se triplicó el número de contagiados y comenzaron a morir algunos.
Coletilla 3: En el excelente programa “Enfoques” por TeleCafé (miércoles, 10:30 p.m.) dijo un barista que se ha vendido café especial… a 50 dólares la libra. No se le ve futuro en Colombia a los tintos con esos cafés.
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