El 25 de noviembre del año 2003 en Medellín los voladores fueron confundidos con disparos. Desde las montañas en las que se interna la ciudad se escuchó el tronar de la pólvora como si un grupo armado se hubiese tomado un pueblo.
Ciudadanos en Medellín invocarán la lluvia en protesta a una costumbre que comenzó con la desmovilización de las AUC
El estruendo duró varias horas. Los perros se escondieron debajo de las camas, los pájaros se salieron de los nidos, las ardillas se treparon a las copas de los árboles y los quemados comenzaron a sumarse por decenas hasta llegar a 357 en el fin de la Navidad.
El estridente festejo, se supo tiempo después, tuvo origen paramilitar. Cuatro días antes se habían desmovilizado más de 800 hombres del Bloque Cacique Nutibara de las Autodefensas Unidas de Colombia. La voz de mando que escuchaban los jóvenes de los combos armados era la de Diego Murillo Bejarano, alias “Berna”. Y con su venia fue que se repartió la pólvora.
La tradición de la alborada cada 1 de diciembre se ha seguido manteniendo, pese a los controles. La Alcaldía de Medellín este año, por ejemplo, suspendió mediante el decreto 1869 la fabricación, distribución, comercialización y uso de la pólvora. Las sanciones van desde dos salarios mínimos hasta 20 millones de pesos.
Pero más allá de la norma, y por experiencias de otros años, se sabe que lo único que podría impedir que los voladores resuenen por los cielos de Medellín este año, es que un diluvio se aparezca de la nada.
Es por razón que un grupo de ciudadanos invocarán la lluvia con sombrillas. Es un acto reflexivo en torno a lo nociva que es para la ciudad esos resquicios que aún quedan de la cultura traqueta. Sergio Restrepo, director del Teatro Pablo Tobón Uribe es un activista de la causa. Según él, la alborada también está asociada al cumpleaños de Pablo Escobar, a la desmovilización de los paras e incluso a las celebraciones de los mafiosos en tiempos de abundancia.
El lugar de encuentro será la Avenida La Playa, entre la carrera Girardot y el teatro, espacio que por disposición de la Alcaldía ha sido peatonalizado hasta el 30 de enero. Allí, en el amanecer del 1 de diciembre, no habrá estallidos de totems ni culebras de esas que taponan los oídos. Se escucharán, en cambio, los instrumentos de una orquesta sinfónica y se verán deambular mimos, malabaristas, cantantes y todo aquel que quiera contribuir llevando su paraguas.
Pero no solo se trata de la oposición a la alborada. “Los días de Playa” es una intervención urbana que en la última semana ha llevado arena, palmeras, flotadores y esteras, allí adonde antes solo llegaba el hollín de una masa de buses y carros particulares que se peleaban por un huequito entre el asfalto.
La propuesta, dice Restrepo, es que los ciudadanos de a pie se apropien de un espacio que además tiene una historia que pocos conocen. Y es que por la avenida La Playa, hoy sepultada bajo el concreto, fluía la quebrada Santa Elena.
“Entre tramo y tramo de la quebrada, bajo el cielo abierto, era posible ver barequeros provistos de bateas en busca de oro. Las orillas también eran frecuentadas por lavanderas que estregaban y juagaban sus ropas sobre las superficies planas de las piedras”, escribió la periodista Lorena Acevedo, haciendo referencia al paisaje que se divisaba hacia mediados del siglo XIX.
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